Restricciones en Madrid

«El 50% de mis clientes han anulado las citas porque viven en la acera de enfrente y tienen miedo a las multas»

Vecinos y comerciantes de las ocho nuevas zonas con restricciones de Madrid adaptan sus rutinas a las nuevas normas y lamentan las pérdidas que suponen para sus negocios

Un hombre camina por la avenida de Buenos Aires, casi desierta ISABEL PERMUY / Vídeo: Negocios afectados y vecinos descontentos: así vive las nuevas restricciones Puente de Vallecas

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Aunque la frontera es invisible, el miedo es tangible en las 45 zonas básicas de salud de la Comunidad de Madrid que desde hoy están bajo las restricciones . La avenida de Buenos Aires, en Puente de Vallecas, es la línea divisoria entre tres realidades distintas: a un lado de la calle, las áreas de Ángela Uriarte y Alcalá de Guadaira , que estaban limitadas desde el pasado lunes; al otro, el área de Campo de la Paloma , uno de los nuevos barrios incluidos, y Portazgo , que aún goza de la libertad de movimiento, aunque por poco, ya que su ratio se encuentra cerca del umbral del millar al alcanzar ya los 909 casos por cada 100.000 habitantes . «El 50% de mis clientes han anulado las citas porque viven en la acera de enfrente y tienen miedo a las multas», cuenta Sonia Carvajal, propietaria de una peluquería que lleva su nombre en la avenida de Buenos Aires.

Para vigilar al millón de personas que desde hoy están bajo las restricciones se han reforzado los controles aleatorios en la capital, con 76 frente a los 60 de la semana pasada. En total, hay desplegados 250 policías municipales cuando antes eran 200. A ellos se han sumado hoy 222 agentes de Policía Nacional y Guardia Civil .

El miedo a ser sancionados -las multas van desde los 600 a los 600.000 euros, según la gravedad- y a contagiarse se ha notado en los comercios de la avenida de Buenos Aires, que ya llevan una semana con las restricciones. «Abrí hace tres semanas y me iba bastante bien, pese al Covid. Pero estas nuevas restricciones se han notado de golpe en el negocio , me han anulado la mitad de las reservas porque viven en un barrio distinto», indica Sandra Galisteo, dueña de un centro de manicura casi recién inaugurado. «Era un proyecto que ya tenía en mente y ahora los materiales están más baratos. A pesar de la pandemia, pensé que había que intentarlo, que era ahora o nunca. Creo que todo se irá normalizando, hay que aprender a vivir con el virus, manteniendo las precauciones», expresa, con cierto optimismo pese al mal panorama de la última semana.

Quienes ya no tienen demasiado hueco para la esperanza son los hosteleros de las zonas restringidas, que acarrean desde marzo la bajada de aforo y, ahora, la limitación del horario. «Tengo la barra acordonada, solo me cabe una mesa dentro y cuatro en la terraza. Tener que cerrar antes de las 22 horas va a ser la ruina », lamenta la propietaria del establecimiento, Esther Zambrano, que lleva 5 años al frente de su bar de Puente de Vallecas, y que ahora atiende sola a la clientela fiel que le queda, ya que no se puede permitir contratar a nadie. «Ha venido el proveedor de cerveza, pero le he dicho que no le puedo comprar más, que no me salen las cuentas, ahora facturamos, con suerte, el 40% de lo que hacíamos antes de marzo», indica, con pesar.

Separados por una calle

Más allá de los negocios, los vecinos del barrio han tenido que cambiar sus rutinas. Cristina cruza cada mañana en Metro la ciudad de sur a norte para ir al colegio donde trabaja. «Para mí es un trastorno vivir en una zona restringida porque antes durante las dos horas de descanso para comer me quedaba en la zona donde trabajo, ahora esta situación me obliga a ir y volver dos veces cada día», cuenta mientras compra el pan en su barrio, Ángela Uriarte, en Puente de Vallecas.

«Yo vivo en Portazgo, mañana es el cumpleaños de mi hija, pero no voy a poder ir a desayunar con ella como habíamos quedado, porque vive al otro lado de la calle», relata Paqui Pardo, que, previsora, el pasado viernes cuando se enteró de que no podría cruzar la acera también hizo compra abundante en la frutería a la que suele ir y que ahora no puede.

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