Agenda de Madrid

Renacer en el Madrid de los Austrias

Manuel Marín, adjunto al Director de ABC y jefe de Opinión, comparte sus planes de ocio en el centro y en Majadahonda

«Madrid antiguo necesita más disfrute que glosa. Pasea como perdiéndote. Sin rumbo. Y déjate llevar por la historia»

Palacio Real de Madrid ABC
Manuel Marín

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El Madrid de primeros de junio es el diagnóstico perfecto de que la primavera ha dejado de existir, y de que el invierno se convierte en verano de una noche para otra, así como de soslayo. O te hielas de frío una madrugada, o te asfixias de calor a mediodía. Sin embargo, es primavera, y el cielo de Madrid tiene ese azul mezcla de mil azules que te deslumbra . Así enamoró a Velázquez. El plan empieza temprano, aunque no tanto como para contemplar el amanecer, porque en junio el sol se te asoma tan pronto entre las cortinas del dormitorio que es más fácil verlo de recogida de aquellas noches de mil copas, esas que hoy ya no te caben, que de disfrutarlo con la taza de café en la mano.

Café . De los de antaño, en taza blanca, bajita, con café artesano a la elección. Por ejemplo, y antes de salir hacia la capital con tu plan improvisado de fin de semana bajo el brazo, en Panorama , donde Majadahonda respira aires rojiblancos de Atlético. No hace falta un desayuno continental, que los clásicos somos poco de eso salvo en los hoteles, donde desayunas más por obligación que por hambre. Que nos conocemos. Un cruasán a la plancha, doradito, media tostada, tomate y jamón serrano a lo sumo… Y te encaminas hacia los rincones del Madrid de los Austrias .

Glosar los paseos por ese Madrid antiguo, de piedra, seco, con aires de ciudad antigua, de blasones de nobleza y calles tan estrechas que se te cierran cuando elevas la mirada, es absurdo. El Madrid antiguo necesita más disfrute que glosa. Pasea como perdiéndote. Sin rumbo . Y déjate llevar por la historia ante la imponente fachada de la Basílica de San Miguel, la única de frontal curvo de España, con sus dos torreones sabiéndose suelo vaticano, que no español. O por la estrechez de Cordón, acercándote a la Casa de Cisneros, allí en la Plaza de la Villa, al lado de donde Font de Anta vivió para componer Amarguras, el himno oficial de cualquier cofrade que se precie de serlo.

Y Señores de Luzón, asomándote al rincón del Biombo, a la placeta de San Nicolás, para empaparte del clasicismo del Palacio Real , de su Patio de la Armería, y contemplar desde lo alto de Bailén un relevo de guardia, o a los ‘runners’ más madrugadores por Oriente. Llégate a la Plazuela de Santiago , déjate querer por la inexactitud de Santa Clara, y alarga tus pasos por Independencia. O por donde quieras, imaginando escenas de cómo habría sido tu vida siglos atrás.

Marcha atrás, para el primer aperitivo. La Plaza de San Andrés , y es media mañana, ebulle ya de jóvenes de ese Madrid sin nostalgia, moderno pero antiguo, en busca de un vermú. Quién lo iba a decir. Cinco décadas después, de nuevo de moda. Ir de cañas empieza a estar desfasado. El vermú es más 'cool' , de reminiscencias muy madrileñas. Pocos lugares lo sirven ya de grifo. Pocos, sí. Pero alguno queda, y debes buscarlo por San Andrés, o por la Plaza de San Pedro , junto a la iglesia de San Pedro el Viejo, donde el casticismo convirtió a Cristo en Pobre en las noches de los Jueves Santos castizos. Y bravas, para qué innovar.

Latina no es mi barrio preferido, pero sirve para hacer tiempo y abrir el estómago un poco más, camino de Casa Paco , allí donde Puerta Cerrada se abre a San Justo, rozando el Mercado de San Miguel , abarrotado otra vez, con ostras y churros, con bocadillos de calamares y caviar… Tan dispar es la oferta. Casa Paco se conserva como antaño. En sus paredes, donde cuelga el famoseo de otros tiempos como un trofeo, se huele a carne a la brasa, a tapas de callos densos, a tacos de chicharrones, y al pisto que Charo encumbró como obra de arte culinaria. Si llegase el improbable caso de que al final quedase algún hueco en el estómago, y te apeteciese algo dulce, no pierdas demasiado tiempo. Justo enfrente, junto a la esquina de la calle del Nuncio, en El Madroño , hay torrijas todo el año. Como capricho, incluso de junio, no tiene precio.

Avanza la tarde. Dejemos la Plaza Mayor para el turisteo. Y Sol, por demasiado visto. Atraviesa La Pasa , asómate al ciprés del Pasadizo de El Panecillo , hoy cerrado entre barrotes, pero siglos atrás abierto para alimentar a los pobres que ni limosna querían. Solo pan. Y avanza antes de que el sol caiga a Factor , para verlo esconderse tras la Casa de Campo desde un altillo privilegiado de este Madrid ‘austriaco’.

Has comido mucho, pero también caminado. Y surge el capricho. Quizás un verdejo frío con una tapita de ensaladilla en la vieja Casa Ciriaco , donde la gallina en pepitoria ha reinado décadas como homenaje al caminante de los Austrias. Y toca regreso a Majadahonda, donde el olor a brasa y sarmiento de la parrilla de De María te susurra que pese a la tentación, toca algo más ligero. Compra en Attuel tartaletas dulces al gusto o pequeños cruasanes, joyitas de azúcar, para tu café de mañana, ese sí, ya en casa, y acércate a la terraza de Salterius.

Un entrante ligero de alcachofas en salsa cítrica que te descubre placeres que no creías que existieran, y una lubina salvaje, traída desde Isla Cristina, donde la mojama huele a mojama, y la sal sabe a sal. Lubina de estero, claro, no de piscifactoría, y con sabor a espuma de ola, acompañada de una botella de un José Pariente frío. Helado, mejor, que los primeros días de junio amenazan semanas de calor pegajoso y barbacoas con niños gritando… sin la paz tenue de ese Madrid antiguo que te has comido caminando en busca de lo más simple. Del paseo, del descanso, del adiós a la primavera con ese cielo de mil azules que te sumerge en tu propia historia. Porque en cualquier lugar de Madrid tu paseo puede convertirse en un renacer.

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