El Rastro, noble y sucio
«Tiene un prestigio de almacén inservible, de inventario de las bellas artesanías desportilladas que se han ido quedando sin dueño en el foro desde hace siglos»
![El actor Glenn Ford pasea en 1959 por el Rastro de Madrid](https://s1.abcstatics.com/media/espana/2018/10/21/rastro-kcZB--1248x698@abc.jpg)
Madrid es moro, escribió Umbral, bajo diagnóstico de Gómez de la Serna , pero ahora Madrid es, además, un valle único de wifi, una tecnología que no duerme, un aeropuerto con Tokio dentro, y unas lumis impensables, y políglotas, color cruasán, que son Miss Moscú. Ya moro, lo que se dice moro, sólo nos va quedando el Rastro, y quizá ni eso, porque le tienen puesto su acecho los chinos, que no venden brújulas del pleistoceno sino rólex de embuste.
Umbral creía en el escritor urbano, en la sorpresa de la vida de callejeo, en el susto de esquina, en la ciudad como religión, entre el precipicio y la barahúnda. Eso viene a ser el Rastro, en esencia, «la ultima frontera de Europa con África» , si nos acogemos al lema de Enzensberger. No citamos a Umbral, de arranque, por capricho espontáneo, ni tampoco a Don Ramón Gómez de la Serna, sino porque ambos son los poetas mejores y mas sostenidos del Rastro, que es, en ellos, casi un género literario. Y sin casi.
Madrid es moro, sí, y sobre todo es moro en el Rastro, donde la ciudad va acumulando la vajilla de oro que sobró de funeral en el barrio de Salamanca, o los cromos taurinos que se compraron en el desescombro de un torreón de Gran Vía. El Rastro tiene un prestigio de almacén inservible , de inventario de las bellas artesanías desportilladas que se han ido quedando sin dueño en el foro, y fuera de él, desde hace siglos.
Zamacois, un escribiente de pocos entusiasmos, recaló en Madrid, tras años de ausencia, y no reconoció en el Rastro súbito su Rastro recordado, porque le faltaba la mugre. Ruiz Gallardón, que cumplió en la ciudad unas «obras completas», reimpuso en el Rastro una normativa de higiene mayor, y unos permisos para los puestos ambulantes , y para los permanentes. La cosa de gobernar el sitio más bien ingobernable venía de atrás, porque el Rastro ha prosperado siempre bien en su mala salud de mucho desorden, en su desmadre de zoco con bibliotecas, en su picaresca de anticuarios que le venden a un extranjero de monóculo un greco falso. Porque en el Rastro ha habido grecos falsos , naturalmente, pero también grecos propiamente dichos, o Goyas, o Zurbaranes. Eso fue hace tiempo, mucho tiempo.
![La Ribera de Curtidores, en 1900](https://s1.abcstatics.com/media/espana/2018/10/21/rastro3-kcZB--510x349@abc.jpg)
La «Movida»
El Rastro creció a orillas del Matadero de la Villa, y luego pilló su propia vida independiente, como una acampada de galerías donde se sacaba a la venta un piano de pared o una escudilla de nácar, todo de segunda mano, y bajo trapicheo de precios. Entre los desperdicios, se hallaban reliquias «de mérito», por decirlo en expresión de Fernández de los Ríos, que dejó cátedra del lugar en su copiosa «Guía de Madrid» . Mesonero Romanos se pasea mucho por el Rastro, sin salir de sus páginas de «El antiguo Madrid». Gómez de la Serna ilustró con mucho jaleo de adjetivos las rifas de pavos del sitio. En el Rastro iba a comprar Javier Gurruchaga un confesionario de catedral que el día de antes se había llevado Joaquín Sabina . Alaska y Ramoncín , cuando la movida, iban de mañana, los domingos, a La Bobia, un bar donde la resaca se aliviaba con botellón de punkies. Aún queda algún sitio semejante, pero sobre todo hay tascones con el alma de vino amargo, donde los gitanitos apalabran portes de furgón, y las yanquis de paso sopesar si comprar o no comprar un cartel de Luis Miguel Dominguín , para el cabecero de la cama.
Diego «El Cigala», de niño, aullaba el flamenco por la Ribera de Curtidores , y le echaba un par de bulerías al curioso que lo pidiera, a cambio de un bocadillo. El Rastro sale mucho en las páginas de Galdós, y Azorín le da mucho mención en «La voluntad». El propio Azorín se llegaba a veces al lugar, con su sombrero de melancolía, y su gabán de vagabundo, y le echaba reojo a las mercancías, pero alternando poco, o nada, y sin sacarse las manos en los bolsillos, porque Madrid es un modo de no sacarse las manos de los bolsillos, según iluminación del rastro de iluminaciones de Gómez de la Serna.
Estrellas de cine
Rocío Durcal y Gracita Morales tuvieron un puesto en el Rastro , para una película de los finales de los sesenta. En los años 70, las guías de la ciudad ponían mucho ahínco en la visita a Galerías Ribera, o Nuevas Galerías, que aún están ahí, vendiendo santos de retablo o consolas artdecó, para quienes entienden.
Al Rastro iba Ava Gardner , con gafas de sol de la noche anterior, y Glenn Ford , y Madonna . Aún nos iban quedando en la ciudad algunos cafés con entraña de terciopelo, y algunas sombrererías de sombra, y algunos garitos de mala vida, que es la buena, y hasta algunas pensiones para «viajeros y estables». Aún nos iban quedando todas estas delicias, en fin, que son un paseo de benéfico decadentismo entre pórticos de soneto y churrerías de chulapos, para acabar o empezar en el Rastro, el bendito Rastro, noble y sucio. En su momento de fulgor, se vendían catalejos de poeta o arpas de vampiros, y aún se venden. Pero también lencerías de oferta, y cronómetros de timo, y bolsos Armani de mantero. Igual dentro de poco ya no se nos aparece Gómez de la Serna a los pies de la estatua de Cascorro, sino .
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