Primer día de baño en la playa del pantano de San Juan: sobrellevar el sol y la pandemia
Con distancia y respeto, también con resignación, la Comunidad estrena su temporada de baños
Las playas de interior, así, en general, tienen una vaga resonancia a 'El Jarama', ese ejercicio literario de Ferlosio que hablaba de la cotidianeidad, de la muerte y de citadinos pasando calor. Pero Madrid tiene su playa, sus nadadores finos y ... su bandera azul. También sus normas, muchas, que son como para llevar un esquemilla y tomar nota. Las circunstancias son las que son, pero Dragos entiende que todo un código normativo para mojarse los pies es «una faena». La playa Virgen de la Nueva tiene, en lo de los rankings, la misma consideración de las Cíes y por eso hay que desmontar la canción de The Refrescos. Playa para «disfrute de propios y visitantes», que recuerda un cartel a la entrada.
San Martín de Valdeiglesias es un laberinto de calles, de chalets que parecen sacados de Guardamar del Segura y encajados en la Meseta, y hay hasta un barco oxidado en la rotonda, una de tantas rotondas de aquella época en que se fue tan feliz. Para llegar a la playa Virgen de la Nueva hay que equivocarse, que el GPS no es infalible , y entrar en otras calas donde no se respetan las distancias, se juega al voleyplaya y hay un señor con un tatuaje de la Legión que fuma un puro y tiene la piel coriácea, de mucha mili y de mucha playa de secano. En estas calas que también hay en el Pantano de San Juan se deja hacer (liberalismo rural), el restaurante Vicente está cerrado y todo tiene un aire de decadencia con niños que, a la vera de un fueraborda enano, hacen castillos de arena con restos de chapapote madridí . La Guardia Civil, por aquí, no puede hacer más que lo inevitable, que es la vista gorda (más que larga) los días en que la canícula más aprieta. Acaso esa sea la celebérrima diplomacia benemérita.
Pero el mismo pantano tiene la playa así, en mayúscula. Y para llegar a ella hay que dar un recurveo eterno , y atravesar dos «checkpoints», amables checkpoints, de Policía y Protección Civil. Llama la atención el último, coordinado por Laura y Mercedes , que vienen de Almorox, por la zona de Toledo. Y es que hay playas con un horizonte infinito, como las de Asturias, y está la playa de la Virgen de la Nueva donde a su frente, a diez a minutos a crol, se llega a Cebreros, cuna de Suárez y de media Transición. Laura y Mercedes también reseñan con cierto orgullo «el civismo» que han demostrado los madrileños el fin de semana. Y lo dicen ellas, con un deje toledano que permite ver las cosas con perspectiva. Primeramente, ir desmontando la estampa del capitalino con la camiseta rojiblanca de Kiko del año del doblete, con riñonera. Ése que sale en espantada a cualquier lugar donde pueda remojarse.
Buceo y escalada
El Ayuntamiento de San Martín de Valdeiglesias ha perimetrado las parcelas para las familias, con cinta de obra y una estaca roja. Y en esta playa tan civilizada, Andrés Gil , del Summa, nos detalla el operativo, extensísimo, que debe contar con habilidades como el buceo y hasta la escalada, que «hay gente que se viene arriba». En la orillita del 'mar'madrileño, como en el Romance de Olinos , hay niños de piel pálida, que es el color de la pandemia.
Rodney Abreu bebe una cerveza de marca blanca y comenta que el «día y la playa están chéveres». Al fondo un abanto (ave parecida al aguilucho) sobrevuela entre los riscos, y Paula le echa valor con la piragua y llega a la orilla de Ávila . Van y vienen barquillos con nostalgia de salitre y un paisano con gafas de sol, en una colchoneta que recuerda al Cobi de la Expo de Sevilla, se saca un «selfie» que juzgaríamos imposible. Ana y Rosa custodian el aforo y se sorprenden de ese civismo del que estamos hablando, quitando, claro está, «alguno al que no le gusta que le digamos las cosas como son». Ese control de aforo es calmado, como deberían ser todas las cosas de este mundo .
La playa Virgen de la Nueva no es La Malagueta, ni la playa de Levante de Benidorm, ni siquiera la traicionera de La Concha . Aquí no hay aviones que anuncien una marca de bronceadores, si acaso hidroaviones que previenen de un incendio como «el de aquel año». A cambio tiene la paz, la tranquilidad de bañistas que se secan al sol ventoso de un domingo de junio. Porque en un pantano también se aprende a vivir. Aunque el horizonte sea el pinar de Cebreros, pueblo de buen vino y mejores aguas que ya elogió Camilo José Cela en algún apunte carpetovetónico. Desde el Ayuntamiento comentan que irán habilitando más parcelas (actualmente hay 150) para bañistas «conforme bajen las aguas y haya más playa». Porque Neptuno también existe tierra adentro.
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