El Price: recuerdos de un circo soñado
«Mil novecientos setenta sombreros» recuerda el mítico Price al cumplirse cincuenta años de su demolición
El circo, en Madrid, está indisolublemente ligado a Thomas Price , un clown y empresario irlandés que, a mediados del siglo XIX, llegó a la capital e instaló su circo en el paseo de Recoletos. En 1880 –tres años después de su muerte en Valencia–, el Circo Price se trasladó a un nuevo edificio construido en la plaza del Rey. El 12 de abril de 1970, hoy hace cincuenta años, el Price ofreció su último espectáculo circense –echaría definitivamente el telón a finales de mayo, con Paquita Rico y Marisol Reyes; semanas después el edificio fue demolido. El recuerdo de aquel mítico local, que albergó también combates de boxeo y lucha libre, representaciones de zarzuela, revista y veladas musicales –las matinales del Price de los años sesenta son historia del pop español– ha sido el motor de la creación del espectáculo «Mil novecientos setenta sombreros» , que se estrena hoy en el actual Teatro Circo Price, su «heredero».
Noticias relacionadas
«Los clowns recogen todos los sombreros que la humanidad tira, les cortan el ala, les ponen una pluma de un plumero y se sirven de ellos para una nueva temporada». Esta frase de Ramón Gómez de la Serna, gran amante del arte circense –y citada en la presentación del espectáulo por la delegada del Área de Cultura del Ayuntamiento de Madrid, Andrea Levy–, inspira el título del espectáculo, concebido por la actual directora, María Folguera, y escrito por Aránzazu Riosalido y Pepe Viyuela. El propio actor encabeza un reparto en el que se encuentran también Juanjo Cucalón, Jaime Figueroa, Marta Larralde, Miguel Uribe y Hernán Gené, también director del espectáculo, que reúne en él varios géneros.
Un payaso decide abandonar: «estoy cansado de mirarme al especjo y ver una cara pintada. En mi rostro ha habido siempre una sonrisa dibujada que, en realidad, no se corresponde con lo que hay detrás». Con este amargo abandono arranca el espectáculo, que según sus creadores es «un relato onírico de reconocimiento a los artistas del circo, de reflexión sobre la esencia de la existencia; habla del pasado y del presente, de nuestros límites y nuestros miedos, del amor y la belleza».
Charlie Rivel , el payaso de la camiseta roja interminable; Arturo Castilla , el incansable empresario del mechón cano; Pinito del Oro , la audaz trapecista canaria; Daja Tarto , el faquir que quiso ser torero; y Ramón Gómez de la Serna , el escritor que buscó el más difícil todavía de las palabras con sus greguerías, desfilan a lo largo del espectáculo para intentar convencer al payaso de que no tire la toalla porque un payaso que ya no cree en el circo es algo realmente trágico y porque, como también escribió Ramón Gómez de la Serna, «sabemos que el circo ha muerto el día que el corazón del planeta empiece a pararse».
Canto a la resistencia
Y es que como dice Hernán Gené, este espectáculo no es solo el recuerdo de un circo que ya no existe; «es un canto a la resistencia, al valor de enfrentarse a la adversidad y de continuar pese a todo. El circo, al igual que el teatro y que la cultura en general, siempre ha estado en crisis, y la que hoy atravesamos no es ni más ni menos que una más de las innumerables que se nos han presentado a lo largo de los siglos. Por eso, el amor al circo se transformó amor al valor , a la terca constancia, a la cabezonería puesta al servicio de mantener encendida la débil luz de una vela en medio de un huracán».
Lo resume Pepe Viyuela, que encarna al payaso abatido: «Queremos hacer soñar y reflexionar, pero sobre todo sentir. El espectáculo habla de un sueño, y en nuestro mundo actual es vivir un sueño dentro de una pesadilla. Los artistas no vivimos ajenos a lo que pasa, y las sensaciones que se filtran de la calle presentan un panorama desolador. Pero el teatro, la cultura, hace que veamos primavera donde no parece que hay más que invierno ; y poder inocular una vacuna de esperanza a la sociedad a través de nuestro trabajo es un impulso hacia adelante».