Poveda celebra 30 años en escena con la versatilidad como bandera
El cantaor contó con artistas de la talla de Raphael y Niña Pastori en un emotivo concierto en el WiZink

Desde que en 1993, con tan solo 20 años de edad, se alzara con la Lámpara Minera en el XXXIII Festival del Cante de las Minas de La Unión la carrera de Miguel Poveda (Badalona, 1973) no ha parado de crecer, afrontando siempre nuevos retos y superándolos con nota.
Coloquialmente hablando podemos decir que a Poveda le va la marcha. Así, desde sus discos de flamenco más tradicional («Tierra de calma», «ArteSano») o de copla («Coplas del querer»), pasando por su acercamiento a la poética en catalán de Jacinto Verdaguer, Valentín Gómez i Oliver o María Mercè Marçal («Desglac»), su incursión en el mundo del tango con el bandoneonista argentino Rodolfo Mederos o el reciente proyecto de cantar la poesía de Federico García Lorca («Enlorquecido»), la trayectoria de Miguel Poveda ha sido sin lugar a dudas polifacética. Pero siempre con el cante flamenco como bandera.
Arropado por buenos amigos
Un artista en constante evolución, como bien pudimos comprobar ayer en el homenaje a sus 30 años de trayectoria (31 en realidad, ya que oficialmente debutó en 1988), que no fue más que la constatación de una realidad, la de la versatilidad que posee para afrontar proyectos de muy distinta índole. Una celebración bautizada con el título de su último disco, « El tiempo pasa volando », cuya gira terminaba ayer, a la que se sumaron buenos amigos de la profesión, grandes artistas que no quisieron perder la ocasión de celebrar con él esta feliz onomástica.
El recital se dividió en tres partes bien diferenciadas (poesía, flamenco tradicional y canciones de juventud) en las que el cante de Poveda brilló a gran altura. Con dirección musical del pianista y arreglista Joan Albert Amargós , que dirigió con tino la gala, se fueron sucediendo a buen ritmo los diferentes momentos del recital.
Así, tras una primera parte dedicada a la poesía culta, en la que sobresalieron las interpretaciones conmovidas de Miguel Ríos y Ana Belén de «Donde pongo la vida, pongo el fuego» de Ángel González, la de varios poemas de «su Dios» Federico García Lorca («No me encontraron», «El Silencio») y la de un emocionado Raphael que dio «Gracias a la vida», llegó la segunda parte de la noche, la del flamenco clásico. Bulerías, el número del sombrero recordando a grandes cantaores de la historia (Valderrama, Caracol, Marchena, Porrina), una farruca y malagueña con un gran baile de Sara Baras, unos tangos con el bajo eléctrico de una personalísima Tremendita, unas cantiñas llenas de sabor de su paisano Jesús Carmona y unas seguiriyas dedicadas a su padre con el cabal acompañamiento de Bolita remataron la parte flamenca, la mejor de la noche.
La fiesta continuó con las canciones que escuchaba Poveda de joven en su Badalona natal y con las que soñaba ser cantaor algún día. Melodías eternas de Bambino, Manzanita, Tijeritas o Lole y Manuel se dieron cita en un arrebatado WiZink. Y ahí llegó el acabose, con grandes recuerdos de Niña Pastori a Los Chichos y de un soulero Pitingo a El Luis. También hubo tiempo para descubrimientos, como el del violinista madrileño Marino Saiz, músico todoterreno que encandiló a la audiencia con su lírico toque en «No volveré a ser joven» de Gil de Biedma. Un par de bises («Voy a perder la cabeza por tu amor» y «Dame la libertad») pusieron broche de oro a un merecido homenaje de una de las voces más versátiles del flamenco actual.