De Rodríguez
Su pobre ‘far niente’
Se ha visto su palidez y su alopecia en el espejo de luna, y ha decidido ir al gimnasio que no cierra de cerca de su casa
Además de ir ya adecentando la casa y de pensar una excusa para la muerte del canario -el pájaro entró voluntariamente al microondas y no se dejó ver-, al rodríguez le quedan dos semanas de esparcimiento y soledad tras el trabajo. Tampoco es que con la que está cayendo tenga muchas ganas de dedicarse a algo en exclusiva. Tiene los quioscos cerrados, poca paciencia y canas en salvas sean las partes como para ponerse ahora a decorar, por fascículos, casitas de muñecas o a montar portaaviones.
El tiempo libre, eso que va desde que cierra el ordenador hasta que los ojos le pesan como dos balcones viejos, le caen y cierra los párpados, lo desaprovecha. Es lo que llaman el ‘dolce far niente’ y que en su caso pasa por cuatro películas con supuesto mensaje del Netflix, más lo que caiga al azar en el canal de Enrique Cerezo, que a él lo lleva a una España de destapes que no vivió pero de cuyas sobras cree –o quiere– acordarse.
Se ha visto su palidez y su alopecia en el espejo de luna, y ha decidido ir al gimnasio que no cierra de cerca de su casa en la hora tonta de antes de cenar. Allí se esfuerza en la cinta, y la presentadora de glaucos ojos del canal informativo en bucle le cuenta lo de Afganistán, y entonces él piensa qué hacía el día que cayeron las Torres y se recuerda calculando frases de amor en el Messenger.
El rodríguez, más que Carmen Calvo, tiene memoria histórica y aún le suenan el despliegue americano, eso de las cuevas de Tora Bora y un tipo de la Administración Bush con un mapa y con el pelo a cepillo con un mapa detrás. El rodríguez tiene el barrunto, difuso, de que Occidente se va al garete por los bárbaros de fuera y por los de dentro. Y entre eso y el Sida chino (la Covid), vuelve del gimnasio con pocas ganas de cena o de jarana. Si es por él, ni cena: un Madrid vacío le trae memoria muy amarga de sus peores días y se le cierra el apetito. Entonces se deja llevar por la cinematografía casual, ya decimos, del Netflix o de la película de turno del canal de Cerezo: a ciertas horas no hay destapes ni Joselito, y sí algunas películas que valen la pena y que conoce, herederas de las buenas de arte y ensayo. Porque como buen pusilánime, el rodríguez es también un cinéfilo silente.
No es feliz en el verano madrileño. Pero, quién en su sano juicio puede serlo
Se propuso ir cambiando de vida, y lo del gimnasio puede ser el símbolo esperanzador del otoño . Cambiar de vida podría pasar también por preparar una cenita a la manera sueca en su casa: pero todo lo que haga son sucedáneos de compañía, y él sólo quiere a sus hijos y a su mujer en el piso. Pasa por las habitaciones de éstos; con las camas hechas, y tan recogidas que lo envuelve una congoja que el doctor Ruiz, su psiquiatra, aventura como «una anticipación al dolor del nido vacío». Porque ya este hombre, el rodríguez, al que tanto hemos visto sufrir, merece que los astros se le cuadren, que Rodrigo, el de los ciegos le dé alguna alegría. Que sea septiembre.
En realidad, lo peor que puede hacer en este ferragosto es pensar y andar con trascendencias. Llegará la berrea , y con lo ahorrado por su verano en seco se llevará a su Beatriz al Parador de Cervera de Pisuerga. El rodríguez no es feliz en el verano madrileño. Pero, quién en su sano juicio puede serlo.
Sabe por las Redes que hasta Ayuso ha tenido su asueto. Lo malo es que sus circunstancias no le dejan, a él, vivir a la madrileña.
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