Pitingo homenajea con nostalgia y lluvia a Chabuca Granda
El cantante celebró con alegría la vida de la cantautora peruana hasta la aparición del aguacero
Ayer, en una jornada estival que comenzó fantástica, se homenajeó a Chabuca Granda en Conde Duque. Pitingo, maestro de ceremonias, condujo la noche hacia la nostalgia que produce el recuerdo sin olvidarse de celebrar , con alegría, la vida de la cantautora peruana.
Granda, que falleció hace ya casi 40 años, estuvo presente en el concierto a través de su poesía y su lírica: mordaz pero real; dura y delicada.
Comenzó la noche ‘Un río de vino’, con una introducción vocal de soul tras la que salió Pitingo a escena, de blanco inmaculado y sombrero de proscrito. Elegante como siempre, el onubense fue valiente con ese primer tema. Totalmente a capela y sin tiempo para calentar, Pitingo destacó en el pistoletazo de salida, donde lo común es hacerlo bien pero siempre hay nervios.
Después de unas palabras sentidas del protagonista sobre Granda, ‘Rosas y Azahar’, una balada a medio tempo en la que se luce la banda y donde se puede apreciar que en los arreglos, si están bien hechos, cuantos más color mejor.
La banda, compuesta por trece músicos excelsos, llevó en volandas al payo con unos arreglos de cierto toque pop pero muy fieles a los giros originales de la música peruana y latina.
Pitingo estuvo bien durante la noche , sensible y aplicando la emoción que exigen las letras. No es fácil comandar una banda de ese tamaño sólo con voz (no toca instrumentos mientras canta) y el onubense lo hace con autoridad.
‘El puente de los suspiros’ trajo algo más de energía al ‘setlist’, con los coristas de nuevo reforzando la voz del líder y unas pinceladas de percusión que, aunque no destacan, el oído agradece de forma inconsciente.
Llegados a este punto, los percusionistas se marcaron un soliloquio virtuoso donde mostraron sus habilidades al cajón, las congas, el cowbell, las palmas y demás instrumentos de la tradición. Un bonito recordatorio de que es el ritmo, no la melodía o armonía, el elemento más llamativo de la música.
Con el escenario desnudo y apoyado sólo por la guitarra, Pitingo pasó a los clásicos con ‘Cucurrucucú Paloma’, del mexicano Pedro Infante. Brilló más aquí, curioso, pues son las canciones acústicas, por su naturaleza, más insulsas. En esta primera, el cantante se movió con cautela por todo el espectro dinámico, susurrando en el estribillo para romper en el final: interpretación para estudiar.
Dos errores nada más en toda la noche. El primero, ver a Pitingo pedir perdón por «posibles errores, ya que es el primer concierto para Chabuca que hacemos». Esa actitud es lo que uno puede encontrarse en una sala de jam sessions, no en un concierto de uno de los maestros modernos del flamenco.
El segundo, la lluvia...
Volvió la banda al escenario para una bulería original de Pitingo dedicada a Chabuca. ‘Ay Perú, Ay Perú, y escuchar a Chabuca en Perú’.
En ‘Gracia’ se pudieron observar las similitudes entre casi todos los géneros de música popular. Pitingo canta como Americano del soul, el ritmo ternario nos lleva al vals, los arreglos de piano al rock argentino de Charly García y la estructura del tema a las bases del jazz más clásico de Tin Pan Alley. Quizá sea ese el secreto de Chabuca y sus canciones: la fusión universal.
Pero entonces la lluvia, que se había deslizado sigilosa por el cielo hasta secuestrar la bella brisa del principio, empezó a descargar sobre Conde Duque. Tras unos instantes de vacilación, la gente empezó a abandonar el recinto y Pitingo, resignado, tuvo que posponer la segunda mitad de lo que estaba siendo un buen concierto. Queda para otro día la segunda mitad del homenaje.