«Pasé tres meses en una cárcel libia y tres años en un campo en Italia»

Una red parroquial acoge a inmigrantes desatendidos por los servicios sociales

Jóvenes acogidos por Nuestra Señora de Europa cenan con voluntarios MAYA BALANYÀ

Jorge Dastis

Cerca de 12 jóvenes inmigrantes buscan refugio cada noche en la parroquia de Nuestra Señora de Europa , en el distrito de Arganzuela. Allí, colaboradores de la Mesa por la Hospitalidad de la archidiócesis de Madrid les ofrecen una cena caliente, cama y desayuno. Un dispositivo de acogida de emergencia que se puso en marcha en junio del año pasado y que funciona gracias al compromiso de sus voluntarios. Ellos se encargan de cocinar, organizar los espacios y velar el sueño de las personas a su cargo. «Debemos ver la inmigración como una riqueza, no como un problema», afirma Rufino García, delegado episcopal de movilidad humana de la archidiócesis, que ayuda a coordinar la labor de estos centros. Desde la semana pasada, al de Nuestra Señora de Europa se ha sumado un nuevo espacio en la parroquia de Nuestra Señora de Atocha, en Retiro, que da refugio a tres familias .

La iniciativa busca dar respuesta a una realidad tristemente recurrente en la ciudad: el colapso de los servicios sociales que deben dar atención a los cientos de inmigrantes que acuden en busca de asilo. Hace apenas unas semanas, los trabajadores de Samur Social protestaban frente a su sede para denunciar que se habían visto obligados a dejar a familias en la calle. Y el mes pasado, la propia Mesa por la Hospitalidad presentó una queja ante el Defensor del Pueblo por este mismo tema en la que afirma que «el número de personas es manejable si se pone sincera voluntad política». El texto recoge también que se trata de una situación «previsible y evitable». En la misma línea se expresa Rufino García, que asegura que lo que falta es voluntad por parte de las administraciones para hacer frente al reto migratorio. Además, se da la circunstancia de que muchas de estas personas que se quedan en la calle son solicitantes de asilo. Es el caso de M. S., de Gambia, al que le ha sido concedida la protección internacional después de un largo periplo. «Pasé tres meses en una cárcel libia, y tres años en un campo en Italia. Ahora soy muy feliz, porque me puedo quedar en Madrid», explica, a pesar de no tener dinero, trabajo o conocidos que puedan ayudarle.

Situaciones diferentes

A todo esto se une, en la gran mayoría de los casos, un desconocimiento casi total del idioma. Entre los 12 jóvenes de Nuestra Señora de Europa solo tres saben defenderse en español. El resto habla francés, árabe, alemán... Reflejo de este mosaico de lenguas es su situación personal, completamente diferente dependiendo del caso. Algunos vienen, después de pasar años en el extranjero, por la aplicación del Convenio de Dublín (el asilo debe tramitarlo el país por el que el solicitante accede a la UE); otros, sencillamente, buscan mejores oportunidades.

A pesar de todo, en la parroquia nunca han tenido problema para encontrar gente dispuesta a echar una mano, incluso teniendo que enfrentarse a duras situaciones personales . Es el caso de Ernesto y Jacqueline, un matrimonio venezolano que huyó de su país y buscó refugio en España. Ahora forman parte del equipo de acompañamiento de noche. «Nadie los entiende como nosotros, sabemos por lo que han pasado», asegura Jacqueline.

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