Iglesias de Madrid

Nuestra Señora de la Paz: Una parroquia convertida en posada

El templo fue el primero que se construyó en Madrid después de la guerra

GUILLERMO NAVARRO

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Sentado en el último banco de la remozada capilla, a las ocho de la mañana, ante el imponente fresco de la última cena de Ortega, el joven mantenía los ojos cerrados como si viviera bajo los efectos de un sopor de por vida. A su lado, una chica también joven con la mirada perdida en un horizonte que quizás estaba dentro. Terminado el rezo de Laudes, permanecieron en su sitio. Pasaron las horas y los minutos, y allí seguían. A eso del mediodía, don Francisco del Pozo, nuestro párroco de hoy –una vez más, exponente de una generación de magníficos sacerdotes jóvenes madrileños–, se les acercó. «Perdonad, ¿os puedo ayudar en algo?». El joven le miró fijamente a los ojos. «Llevamos –dijo– ocho días durmiendo en el Metro. Mi mujer está embarazada y necesitábamos algo de calor». Un «déjà vú». No se llamaban José y María, pero perfectamente podían haberse así llamado .

Bueno, eran José y María. No vivían en Belén, tierra de Judá, sino en el Madrid del siglo XXI, en un Madrid inhóspito para quienes buscan el calor de lo humano. No estaban en una posada, sino en la capilla, con el Santísimo expuesto , con un Dios amor presente, dentro y fuera, testigo de tantas llamada a las puertas de esa posada que es la Iglesia.

José y María, nombres ficticios, nombres reales, fueron acogidos en la habitación que en la casa del párroco suele estar preparada para cuando vienen sus padres. Francisco del Pozo vive con dos jóvenes, uno de ellos se llama Alberto. Pero esa es otra historia. Y allí fueron José y María. De esa habitación de la casa rectoral, que antes se decía, salió María hacia el hospital para dar a luz. Y allí pasó las primeras noches después del feliz alumbramiento de un niño que, para nosotros, se llama Jesús, como todos los niños que vienen al mundo antes y después del Niño, como todos los regalos que Dios sigue haciendo. En la habitación contigua a la del sacerdote, los llantos no cejaron durante las noches. La historia no se repite. O sí.

Estamos en la madrileña parroquia de Nuestra Señora de la Paz, en el barrio de Pacífico, en la calle de Valderrivas 37. El niño, para nosotros, se llama Jesús, no sin razón.

Interior del templo

Mensaje de la paz

El templo de Nuestra Señora de la Paz impresiona. Fue el primero, junto con el del Cristo de la Victoria, que se construyó en Madrid después de la guerra incivil. La arquitectura basilical, trazas de diseño para que fuera regentado por una comunidad de religiosos, está subordinada al mensaje de la paz, motivo que está inscrito en el corazón de la feligresía. Todos los días se reza por la paz en el mundo , por la paz en España, por la paz en los corazones. Una paz que nace de la reconciliación. Una paz que se palpa bajo los pies de la imagen de Nuestra Señora de la Paz, la de estilo clásico y la de estilo moderno, obra, como todas las esculturas del templo, de Lapayese. Lo que no he dicho aún es que el arquitecto de esta majestuosa Iglesia, que en un principio se llamó nuestra Señora de Atocha, es Rodrigo García de Pablos. En la actualidad trabajan en la parroquia, junto con el párroco, los sacerdotes Federico de Carlos Otto, Raúl Blázquez, Sergio Requena y Enrique de la Fuente. También en este templo está una de las principales capellanías polacas de Madrid.

Alberto, un día, después de la oración, le dijo al párroco que por qué no habilitaban una zona aneja a la vivienda para acoger a inmigrantes. Le puso tres condiciones: que vivan donde viven los sacerdotes, que se les acogieran como si del mismo Cristo se tratara y que fueran de la familia, hermanos. Desde entonces, la mesa de la hospitalidad de la diócesis les envían familias que necesitan, durante un tiempo, una humilde posada.

Voluntarios

Por cierto, que en Cáritas de esta parroquia trabajan ochenta voluntarios. Y también que las misas dominicales están llenas, más de cuatrocientas personas sentadas, y los sacerdotes no paran de confesar. Los jóvenes tienen los viernes su hora santa, y aquí hay vida de esa que comenzó en una humilde cuadra.

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