Obituario
Miguel Ángel López Calleja: maestro del cincel, la maceta y el puntero
El escultor nos deja tan abundantes como excelentes obras de cantería y de factura personal que ponen de relieve su calidad de retratista y reproductor
El pasado 22 de febrero fallecía en Madrid el escultor Miguel Ángel López Calleja. Nacido (1946) en Sepúlveda, cantera –nunca mejor dicho– de importantes artífices de la piedra y cuna del malogrado Emiliano Barral (1986-1936), artista emparentado con el padre de Miguel Ángel, Juan Vicente López, que inició a su hijo en los secretos del oficio antes de completar su formación en la madrileña Escuela de Artes y Oficios y en lecciones de Dibujo en el Círculo de Bellas Artes.
Consecuente con el consejo machadiano de que el hacer las cosas bien importa más que el hacerlas, Miguel Ángel López Calleja nos deja tan abundantes como excelentes obras de cantería y de factura personal que ponen de relieve su calidad de retratista y reproductor, lástima que no siempre conocidas del gran público. A las órdenes del arquitecto y dibujante José María Pérez (Peridis) y con el concurso del colega de éste Máximo San Juan, López Calleja puso su impronta en la primera restauración del Parque del Capricho en el palacio del Duque de Osuna.
Cincelador de monumentos, lápidas, estelas y otras epigrafías en la capital y mayormente en pueblos de la Sierra Norte madrileña (por ejemplo, el consagrado al cantero tradicional en El Berrueco, entre otros), son dignos de mención el monumento al poeta Miguel Hernández en el Parque del Oeste; la lápida recordatoria, en la calle de Claudio Coello, 91, de la casa que habitó Camilo José Cela; los medallones con figuras de nuestra dramaturgia en frisos del Teatro Español; los elementos decorativos del memorial de los Caídos por la Patria (Paseo del Prado), aparte su contribución al ornato de El Retiro, y un sinfín de componentes repuestos o remozados en iglesias del Madrid antiguo.
Todo ello sin contar su multiforme producción luego incorporada a colecciones públicas o privadas. De tal manera que la huella imborrable de su buen hacer aparece, ubicua, en todos los confines de la Villa y Corte: en forma de cresterías, pináculos, jarrones, basamentos...
Se nos ha ido López Calleja con la frustración de no haber logrado sacar a la luz pública una espléndida, primorosa en cuanto al detalle, estatua –en ́plano americano– que algunos le encargaron, después de modo inconsecuente, del torero José Cubero Sánchez (El Yiyo), muerto en la plaza de Colmenar Viejo, agosto de 1985. Una escultura que no llegó a fundirse en bronce. (Como sepulvedano de solera, el escultor era muy aficionado a la fiesta, amén de convecino un tiempo de los afamados criadores de reses bravas De la Serna).
Lejos de ése o cualesquiera otros desencantos del artista, descansa ya en paz este maestro del cincel, la maceta y el puntero, cuyo legado nos invita a evocar el poético ruiseñor en la piedra de Luis Cernuda.