El Madrid machadiano: de Atocha a Príncipe Pío en un vagón de tercera

En el aniversario de la muerte de Antonio Machado, la nieta de Guiomar y el escritor Carlos Aganzo nos guían por la ciudad amada del poeta

Alicia Viladomat, nieta de Guiomar, y Carlos Aganzo, en el paseo de Rosales GUILLERMO NAVARRO
Jesús Nieto Jurado

Jesús Nieto Jurado

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De tren a tren, imaginamos que siempre en su vagón de tercera. En tren, tras un largo viaje, como eran los viajes de entonces, llegó Antonio Machado un 8 de septiembre de 1883 con su familia numerosa a Atocha, una Atocha que está igual, desde Sevilla. Atrás quedaban los jazmines béticos, pero el niño de ocho años, que añoraría el sol de la infancia, iba a enamorarse pronto de esas acacias de Madrid. Donde casi siempre es primavera. Hay un Madrid machadiano como hay una Baeza machadiana. Y una Soria, claro , con su curva de ballesta y donde el reloj daba la una. Pero como insiste Carlos Aganzo , autor de ‘Las ciudades de Machado’, desde muy pronto Machado supo «que Madrid iba a ser su ciudad de vida y, si no fuera por la Guerra Civil, de muerte».

Machado es el ‘colono’ que no lo es por su «torpe aliño indumentario» y una obsesión de Madrid que le enfermó, aún más, cuando lo sacaron de la capital hacia Valencia, casi del brazo, León Felipe y Alberti. Pero a este episodio volveremos; es febrero del 2022 y Aganzo —biógrafo y guía caminante de Machado—, Alicia Viladomat —nieta de Guiomar y escritora como del Renacimiento— y servidor pasean al sol duro de febrero. Alicia, que como su abuela es escritora, nos confiesa que «ojalá hubiera vivido los finales de los 20 y principio de los 30». Y lo dice desde el paseo de Rosales, donde la burguesía y ese todo Madrid del cogollito se reunía en lo que por entonces era un nido de la ‘crema de la intelectualidad’ : de Benavente a Victorio Macho, genio de la escultura que vivía en las cercanías. Huelga decir que el yerno de Guiomar fue uno de los pioneros del cine, y que creadores como Jacinto Benavente vieran allí filón y futuro. Ya lo decía Rafael Alberti, que saldrá en este reportaje por otros motivos: «Yo nací, respetadme, con el cine».

Una placa en Rosales

Pero el Madrid machadiano, más paseante que cronológico, continúa Alicia Viladomat, en Rosales, nos muestra con orgullo la placa que el Ayuntamiento le puso en los pasados calores. Viajar con la nieta de Guiomar y el más reciente pensador sobre el poeta es un entrecruce de detalles como el de que Machado quería morir en Madrid , o que su madre, desde la capital, le planchaba ese mismo torpe aliño indumentario.

Porque desde esos años de la infancia al exilio, «Madrid siempre fue la ciudad de Machado, venía siempre que podía». Ya fuera la Baeza, «castellana a fuer de andaluza», o de Soria, o la cercana Segovia donde le dejaba el tren en lo que hoy es Príncipe Pío. Y es digna la estampa del ya reconocidísimo poeta sudando, no tan cansado, pero sí con la tristeza de lo imposible.

Antonio Machado (Sevilla, 1875-Colliure, 1939) ABC

No es esto una cronología machadiana, insistimos, sino un viaje a un madrileño vocacional de un Madrid que va del Instituto Cardenal Cisneros al Teatro María Guerrero, y de ahí a la Institución Libre de Enseñanza donde tuvo de maestros, él y su hermano Manuel, a hombres preclaros como Joaquín Costa o Ricardo Rubio. Por no hablar, insiste Aganzo, de que vivió en esos momentos y los que habría de venir algo así «como la primera movida de Madrid ». En Malasaña y Chueca. En la Malasaña y Chueca de entonces, claro. Y luego la famosa foto de Alfonso en el Café de las Salesas. Y el Instituto de Embajadores donde dio clases.

La Estación del Norte

Y volvamos otra vez a los atochales que van de Príncipe Pío al 58 de Rosales, donde Machado, en la línea de su Miguel de Unamuno, demostraba una extraordinaria forma física trampeando desmontes desde la Estación del Norte (Príncipe Pío) a la casa de su Guiomar. Sin verla algunos días, con una mirada lejana desde la ventana. Y así Antonio Machado se estaba en ‘su ciudad’ mientras desde el 58 de Rosales salían sanos ecos de Sociedad y Cultura. E imaginamos a Antonio, en un banco cercano, mirando a ratos ese mar imposible que es la Casa de Campo desde Rosales.

La casa de Antonio Machado, en la calle del General Arrando, 4 G. NAVARRO

Luego está la guerra. La de «un liberal de izquierdas » que no quería irse a Rocafort, Valencia, de su casa de General Arrando, 4; de donde hemos recordado que Alberti y León Felipe lo sacaron casi a la fuerza. No es Madrid pero es Valencia: desde Rocafort pisa el mar, el mar o el río al que lo llevaron a ver los barcos venir en su infancia del Guadalquivir. Y el final del verdadero hombre de la tercera España llegó así, con un papelillo que rezaba «como los hombres de la mar». Ya cadáver de sí mismo se le olvidó escribir «Madrid», su Madrid. Alicia Viladomat, nieta de Guiomar, lagrimea con unas lágrimas cargadas de futuro. Tiene bolos inmediatos en Madrid con embajadores de eso que llamamos Latinoamérica. No se enfada demasiado si la llaman Guiomar, escribe como su abuela y va del corazón a sus asuntos. Aganzo deja en su libro un cuaderno de notas. Por lo que al lector le evoquen el poeta y sus ciudades. Murió un 22 de estos días. En azul, pensando en España y casi sin hálito.

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