LAPISABIEN

GTA Madrid

Lo que sé es que al diferente le agreden en Malasaña, y la ciudad de la tolerancia, al menos en estos días de septiembre, parece un Chicago 'años 20'

Lugar donde un hombre fue apuñalado en la zona de Usera GUILLERMO NAVARRO
Jesús Nieto Jurado

Jesús Nieto Jurado

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Repunta el crimen. La muerte va y viene en calles que me fueron tan amables; las mismas calles en que en otros tiempos, en otras gentes, la felicidad era moneda común y se acaban las sardinas en las verbenas de julio. Y éramos «los que teníamos que ser». Punto.

Venían de Úbeda -como Joaquín Sabina y Muñoz Molina-, o de Almendralejo. O del Cádiz de Manolito Sampalo y Antonio Burgos, y hasta del propio Madrid, que acaba difusamente en el Puerto de Málaga o en ese 'chancleo' de vocales abiertas que es Guardamar del Segura. Mas resulta que aquí se venía a ser y, 'en ese ser siendo', muchos hicieron Madrid con la barrena de Antonio Molina y con los gazpachos del bar Maratón. Ayudaron en esa sana distopía Carlos III, Sabatini, y el albañil ese de Jaén con el que Umbral daba la turra en sus teorías madriles. Pero es que sus placas recordatorias se llenan de zurraspa, como todo en Madrid. Ocurre que la mierda de las palomas es la verdadera Historia en mi ciudad. Por eso no es París, y bendita sea.

Todo cambió. Hay zonas de la Capital pobladas por chavales con la gorra hacia atrás donde se apuñalan por no sé sabe qué códigos que firmaron en Tepito (México DF) y que llegan hasta Lima: ellos -y el glorioso CNP (Policía)- sabrán de ese «sagrado Egipto de las cosas» malas (vuelvo a Umbral).

Lo que sé es que al diferente le agreden en Malasaña, y la ciudad de la tolerancia, al menos en estos días de septiembre, parece un Chicago 'años 20' (Garci, filma esto), un LA sin Sabino Méndez. Un videoclip de algún raperillo con cadenas y gatas en celo que son 'atrezzo' para que a la OCS de mis 'maitias' los desplumen en la calle de la Cruz. En realidad, cada mañana, en el bar del Maragato, el vigilante del Metro me va dando partes de lo que viene ocurriendo en el centro. Y no sólo en el centro. La ciudad se vuelve peligrosa y, asumida la pandemia y los populismos de los balcones, en Sol hay menores no acompañados que meten la mano en el bolsillo: lo cuento porque lo he vivido y sólo queda la mala leche urbana que supera, y por mucho, el afán de supervivencia.

Sabemos que Almeida no es, por fortuna, Colau. Pero hay buenos niños que por Tribulete sacan la basura con miedo. Y hay señoras con AUDI y con 'jindama' que propinan al portero por dos recados en la esquina y eso, al final, se acaba pagando.

No todos los días a uno, que pisa bien (sic) la urbe, le apetece pasear por los barrios de las acacias paseantes de Ortega y Gasset, pero tampoco que las ambulancias vayan rumbo a un jaleo de navajazos que acaban por no cicatrizar. Una vez me contaba el maestro Calamaro que en su Buenos Aires había barrios donde no quisiera salir este cronista cuando se pone el sol. Que por eso, y por otras cosas, Madrid no era BS (ciudad amada por ambos).

Este peligro en Madrid que damos en los periódicos es cierto. Y da miedo. Y después somos los mejores a los franchutes. Pero que nadie nos relativice que, por ser ciudad global, tenemos que comprarle al DF lo 'peorsito'.

Madrid se vuelve peligrosa por días. Y la parpusa se está variando a gorrita de los Knicks sudada de adrenalina de muerte. Y esto no es rechazo a lo de fuera; es reivindicación de lo de dentro: que es mucho.

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