Un jardín sin ángel para la trasera de San Sebastián

La calle de las Huertas ha visto cerrar la floristería más antigua del Barrio de las Letras, abierta en 1889 sobre el «cementerio de los artistas»

El local de la floristería, en la trasera de San Sebastián GUILLERMO NAVARRO
Adrián Delgado

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Las raíces de su olivo, vecino centenario del Barrio de las Letras, se clavan en la memoria del Madrid que ve morir sus negocios centenarios. El solar, en la trasera de la Iglesia de San Sebastián, vuelve a ser, de nuevo, un cementerio. En este caso, de las flores. El Jardín del Ángel , la floristería más antigua del centro de Madrid, abrió sus puertas por última vez el pasado domingo. Un desacuerdo entre la propiedad, la parroquia, y la sociedad que ha explotado hasta ahora el espacio , ha acabado con esta triste noticia.

En el suelo, la placa con la que el Ayuntamiento agradeció en el pasado sus «servicios a la ciudad» es el único vestigio de lo que llegó a ser. Sus 130 años de historia penden, ahora, de una cadena y un candado. Su presencia, en pleno centro de la capital, rompía la monotonía urbanita con un vergel artificial que fundó, de la nada, la familia Martín a finales del siglo XIX. Un próspero negocio que se levantó sobre el esquinazo yermo que le sobraba a la Iglesia de San Sebastián después de que Carlos III ordenara sacar los camposantos de las ciudades. Allí se encontraban los restos de artistas y benefactores de la parroquia como la actriz María Ignacia Ibáñez –«La Divina»– o Ventura Rodríguez, entre otros. De Lope de Vega, cuya partida de defunción conserva la parroquia, no se tiene constancia de que fuera enterrado allí, aunque la leyenda haya popularizado lo contrario.

«Es una verdadera pena. Espero que reabra como floristería o que el barrio pueda recuperar el espacio para su disfrute público», desean Laura y Jimena, vecinas de la cercana calle del León. «Es una lástima. La floristería tuvo una época gloriosa en la que se celebraban eventos y pequeños conciertos. La venta de flores no daba para mucho, pero se podía vivir. Pero los problemas con la propiedad vienen de lejos, desde que llegó a la parroquia un cura nuevo», asegura a ABC, Pilar Vigara, que, durante varios años, explotó El Jardín del Ángel. «Yo firmé un contrato de alquiler desde 2009 a septiembre de 2019, pero vendí las acciones y me salí del negocio. Hace un mes, la parroquia me pidió que echara a quienes llevaban ahora la floristería . Si ni siquiera recuperé la fianza...», lamenta.

Algunos peatones se paran delante de la puerta que da a la calle de las Huertas. En el número 2. Al fondo, completamente vacío, se ve la fuente. «Los que estaban ahora se las querían llevar y el párroco no les dejó. La fuente la trajo la familia Martín de una finca, piedra a piedra. Cuando yo llegué, ya estaba ahí. No funcionaba y la arreglamos», explica Pilar Vigara, que no guarda un buen recuerdo de los últimos meses que pasó allí.

Los 300 metros cuadrados que ocupan están presididos, en primer término, por el olivo centenario y, después, por el invernadero. «Es un lugar frío y húmedo en invierno. Es precioso, pero muy difícil de mantener. Hay que limpiar el tejado, que se llena de excrementos de paloma. Y las filtraciones de agua, al menos en el tiempo que yo estuve, eran frecuentes», añade. El precio del arrendamiento superaba los 2.000 euros.

Sin traspaso

Durante los 130 años de historia, la floristería había cambiado varias veces de manos, superando incluso la Guerra Civil, a pesar de que una bomba destruyera la práctica totalidad del templo que la cobija el 20 de noviembre de 1936. «Siempre se había traspasado. Nunca la he visto cerrada», explica Sara, que se detiene con su bicicleta delante de la reja. «Qué impresión verla así. Era un sitio precioso», asegura. El pasado fin de semana, los últimos dueños liquidaron todas las plantas. «Volverá a ser una floristería», espetó un hombre, interrumpiendo la conversación. «Ya lo ha dicho el Arzobispado», añade.

De momento, el jardín empedrado se ha quedado sin su «ángel». «Daba mucha vida a este rincón», dice Sara mientras se marcha con su bicicleta. Una racha de viento agita las ramas del olivo. En el suelo, el sonido hueco de la hojarasca. No hay vida. Menos, incluso, que la que tenía el antiguo «cementerio de los artistas» .

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