El día a día en un hotel medicalizado: «Esto es como una planta más del Gregorio Marañón»
Desde que abrió en marzo, el Ayre ha acogido a más de 1.200 pacientes leves y asintomáticos que no pueden pasar la cuarentena en sus domicilios
En una sala bajo tierra, la doctora Alba García sostiene dos teléfonos. Intenta comprender a uno de sus pacientes, en una de las líneas, mientras un conocido del contagiado, en la otra, hace las veces de traductor. El extranjero descansa, completamente aislado, en una de la decena de plantas sobre su cabeza, el esqueleto del Hotel Ayre y hogar, durante varios días, de decenas de positivos por coronavirus. «Hola, buenos días, soy la doctora Cuevas, ¿cómo se encuentra?”, inquiere su compañera, Cristina Cuevas. Una frase que repetirá a lo largo de su jornada laboral con los alrededor de 60 pacientes que en los últimos días pasan la cuarentena en los aposentos de cuatro estrellas, a poco más de un kilómetro del Parque del Retiro. «¿Qué tal ha pasado la noche? ¿No ha tenido fiebre? ¿Dificultad para respirar?», se suceden sus preguntas. Así se «pasa la visita» en el primer hotel medicalizado tras el estallido de la crisis sanitaria, que abrió el pasado 19 de marzo y ha sido el único de los 14 que entraron en funcionamiento que no las ha cerrado desde entonces.
«Esto, a todos los efectos, es como una planta del Hospital Gregorio Marañón», asegura a ABC el coordinador asistencial del Hotel Ayre, José Luis Escalante. El doctor, también director del programa de trasplantes del Marañón, es el más antiguo, el que vivió la puesta en marcha de estas instalaciones, en apenas 24 horas, durante los momentos más críticos de la pandemia. Hasta la fecha, sus habitaciones, con capacidad para un total de 164 personas, han alojado a más de 1.200 contagiados por Covid-19; en la época más dura, atendieron a la vez a 156 infectados.
Las suites se han reconvertido en almacenes de material y una capa de plástico cubre la moqueta de los pasillos, la gran mayoría, restringidos al paso si no se luce un traje EPI. «No parar en las plantas 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9. Zona contaminada», reza un cartel sobre el ascensor que se puede utilizar; en los otros dos (bautizados como «rojos» o «sucios») los sanitarios suben a los positivos desde el garaje del hotel a sus habitaciones.
Cada día, a primera hora de la mañana, médicos y enfermeras mantienen una reunión para organizar el número de altas y pruebas a realizar. Reparten el desayuno y la medicación, una de las escasas visitas a los pacientes, además de para someterles a PCR y test serológicos. El resto de la jornada, cualquier contacto se entabla a través de un auricular. «Ellos se miden las constantes, reciben la educación sanitaria en el momento del ingreso, junto con un termómetro y un pulsioxímetro, y nos dan los datos telefónicamente» , cuenta la supervisora de Enfermería, Cristina Arias. Temperatura, saturación de oxígeno y frecuencia cardíaca; es la información que transmiten, tres veces al día, los confinados, sin un perfil concreto.
«Pueden ser pacientes que les dan el alta en el hospital pero no pueden hacer aislamiento en su casa, otros son pacientes que se les ha hecho un cribado por cualquier otro motivo y son positivos aunque asintomáticos, y a través de rastreadores pueden venir tanto casos confirmados como contactos estrechos», enumera Escalante. Si bien hace unos meses predominaban los pacientes mayores, en el hotel han superado la cuarentena personas de todas las edades, desde neonatos hasta nonagenarios, familias enteras, turistas... « Vienen extranjeros que no pueden aislarse porque comparten piso con ocho personas y un solo baño . Hemos tenido mucha barrera idiomática», apunta Escalante.
Con todo, el hotel tiene sus carencias. Aunque muchos son asintomáticos, cerca del 5% de los contagiados sufre alguna complicación y son derivados al hospital. «Se les traslada en cuanto empiezan a bajar la saturación de oxígeno o tienen fiebre que no baja, y rápidamente necesitan más pruebas o una analítica completa. Hay veces que en unas horas vuelven; otros se quedan unos días», describe Arias. Ella más que nadie sabe que los enfermos del hotel no son críticos: supervisó el hospital de Ifema. Pero a finales de marzo el agravamiento de los síntomas era el principal temor de los sanitarios del Ayre: «Teníamos miedo a que entraran bien y tres horas después se murieran».
Por fortuna, la segunda ola no ha desbordado a los 45 profesionales (médicos, enfermeras, auxiliares, personal de seguridad) que trabajan en el lujoso alojamiento. «Hemos vivido tres fases. La primera fue la más dura, luego una de más tranquilidad y ahora hemos vuelto a crecer en el último mes» resume Escalante. Cuando los nuevos casos se multiplicaron en septiembre, el hotel recibía más ingresos (hasta 25 en las jornadas pico) que altas. Y necesitó refuerzos. «Ha habido días de mucha demanda de plazas, éramos el único abierto en la región. Cuando empezó a subir la curva venían pacientes de Atención Primaria, de todos los hospitales y también de Salud Pública» , señala Arias.
La presión ha descendido desde que se incorporaron el Hotel NH Leganés, el 25 septiembre, y el Hotel Vía Castellana, seis días después. «Hoy es muy buen día, estamos llevando 25 pacientes cada una y somos tres enfermeras», destacan Cristina Bezar y Laura Ruiz, que han llegado a atender a un centenar de positivos en las peores etapas. Con el apoyo de otros dos hoteles, el Ayre cuida a diario de entre 60 y 70 contagiados, que deben permanecer 10 días en aislamiento , mientras las altas rondan la decena. Aun así, los sanitarios no cantan victoria.
«Pensaba que iba a volver al hospital el 1 de septiembre, me temo que voy a seguir aquí un tiempo», se resigna Escalante, a caballo entre el hotel y el Marañón, donde todavía debe atender sus funciones habituales. Junto a él, las doctoras García y Cuevas, alergóloga y cirujana maxilofacial, también anhelan regresar a sus puestos de vocación. Y la enfermera Ruiz volverá a Albacete, donde trabajaba antes de la pandemia. No obstante, y sin fecha límite, el patógeno aún domina su profesión.
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