La vida y muerte en soledad de una anciana y su hijo con autismo en un piso de la calle Atocha

Los dos, dependientes entre sí, fallecieron por causas naturales en un corto margen de tiempo

El portal del inmueble de la calle de Atocha donde fueron encontrados los dos cuerpos sin vida EFE
Aitor Santos Moya

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Hace poco más de un mes, el vecino del cuarto derecha de la calle de Atocha, 35, realizó un pedido por teléfono en un comercio cercano. Los días comenzaron a pasar sin que este, de 48 años y afectado por el síndrome de espectro autista, volviera a llamar a la misma tienda en la que encargaba productos para su madre de forma regular cada tres semanas. La mujer, 43 años más mayor y con graves problemas de movilidad por una operación de cadera tiempo atrás, residía con su hijo en el domicilio donde ayer los Bomberos del Ayuntamiento de Madrid encontraban sus cadáveres en evidente estado de descomposición . A la espera de la autopsia, se calcula que podrían llevar muertos al menos un mes, casi el mismo tiempo desde el último pedido telefónico.

Fue a última hora de la tarde cuando los servicios de emergencias localizaban los cuerpos sin vida de ambos, fallecidos por causas naturales y en un corto margen de tiempo. Según el relato de los pocos conocidos que esta mañana se atrevían a hablar, la opción más probable es que el hombre muriera primero y su progenitora no fuera capaz de pedir ayuda. No obstante, será el informe del forense el que aclare las circunstancias de un hecho que pone de manifiesto el drama social al que se enfrentan algunas familias: la muerte en soledad , agravada en este caso por la dependencia que madre e hijo tenían entre sí.

Los bomberos accedieron al inmueble a través de la escala, después de que los vecinos dieron la voz de alarma al advertir el fuerte hedor que salía del interior . Algunos testigos señalaban que parte del vecindario era familia de los fallecidos, un extremo que no está confirmado. Según ha podido averiguar este diario, un primo de los afectados ya fue avisado la semana anterior de la extraña desaparición, sin que haya trascendido si este trató de ponerse en contacto con ellos o pensó que todo entraba dentro de lo normal. Lo cierto es que la nonagenaria llevaba meses sin salir de casa y era el hijo el responsable de llevar a cabo los recados cotidianos.

«Si tú le veías no aparentaba sufrir ninguna enfermedad, pero a la hora de hablar y si te fijabas en su olor corporal te dabas cuenta en seguida de que tenía problemas», explicaba un allegado, sin querer ahondar en detalles. El padre de la familia había fallecido años antes, por lo que la mujer y su hijo se habían quedado solos en la casa de Atocha donde residían desde hace al menos 20 años. La Policía Nacional, al frente de la investigación, no encontró ningún indicio de que terceras personas hubieran podido entrar a robar.

Ahora, queda por saber si los fallecidos recibían asistencia por parte de los Servicios Sociales del Ayuntamiento. Una condición que sea o no efectiva no exime al sistema de haber fallado esta vez.

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