La Gran Cafetería Santander cierra sus puertas tras 52 años de historia
Después de cambiar de manos, el esquinazo de Alonso Martínez prevé reabrir el año que viene tras una reforma integral
La desnudez macabra de la barra, sin el bullicio de los cafés de media mañana ni el olor a porras, sobrecoge al atravesar el umbral de la Gran Cafetería Santander . Su vieja máquina italiana –la mítica «Cimballi»– no silba para calentar la leche desde el pasado miércoles. Desmantelado de la vida cotidiana, que sigue ajena detrás de las lunas de su escaparate, el espacio alberga la tristeza de quien apaga las luces y cierra la puerta de su casa para no volver. Es lo que hará Carmela Rodríguez , la segunda generación de la familia –asturiana y no cántabra, por cierto– que puso en marcha este local en este esquinazo de Alonso Martínez en 1967. «Mi padre, Manuel Rodríguez fundó el hotel Santander de la calle José Echegaray y por eso le puso ese nombre a la cafetería», explica.
Después de 52 años abiertos «sin fallar un sólo día» no habrá tercera generación que se haga cargo de un negocio que hoy «es más esclavo que antes». «No merece la pena seguir luchando con la cantidad de trabas que nos ponen desde el Ayuntamiento», asegura a ABC, mientras guarda en cajas algunos recuerdos. «Nos ponen multas por todo: por sacar la terraza; por ponerla unos minutos antes; o por no poder dejar amontonado el mobiliario en la calle... Solo hay facilidades para las franquicias», añade sobre los últimos conflictos que ha tenido con los técnicos municipales.
Sándwiches y paellas
La suya era una cafetería de «las de antes». «La Santander no copió a nadie. Fue única. Con su cocina siempre abierta y dispuestos a satisfacer al cliente en cualquier momento», presume. «Hemos sido los únicos en Madrid que preparábamos una paella para una sola persona a cualquier hora», dice. En su barra de taburetes fijos, los sándwiches –en especial el «Habanero» – eran un clásico. «Era un lugar en el que se mezclaba gente de paso y clientes de toda la vida –entre ellos, escritores, jueces, cineastas y celebridades del mundo de la moda como Lorenzo Caprile–», comenta. El teléfono seguía ayer sonando para hacer reservas.
A sus espaldas lleva 39 años de oficio –es vicepresidenta de la Asociación Madrileña de Empresas de Restauración (AMER)– desde que tomó el relevo de su padre, en los que asegura «haber aprendido mucho»: «A luchar, a escuchar y a aguantar a aquella gente que no me hacía ninguna gracia que entrara», relata. «En la mesa dos, la única anclada al suelo, instaló durante una temporada su “oficina” Jon Idigoras –dirigente histórico de HB, fallecido en 2005–. No era una buena publicidad para la Cafetería Santander. Pero no podía echarle», pone como ejemplo.
Sí lo fue el lado más cinematográfico de este rincón de Madrid. «En la película «La comunidad», Alex de la Iglesia sacó a Carmen Maura comiéndose uno de nuestros sándwiches con patatas. También salimos en “Perfectos desconocidos”», recuerda. En el chaflán de su barra se rodó asimismo el videoclip de la canción «Lágrimas de plástico azul», de Joaquín Sabina. Las de sus clientes, ayer, eran de tinta. «Otra seña de identidad de Madrid que se nos va»; o «Nuestra memoria, nuestros recuerdos, nuestro paladar... Gracias», dejaron escrito ayer en un improvisado mural sobre su escaparate. Sobre él, una nota de agradecimiento de Carmela por «haber podido llegar hasta aquí», pidiendo disculpas «encarecidamente» por si, en algún momento, «dejó de hacer algo por alguien». Un «grupo de restauración» –así lo informó ayer la propiedad– reabrirá el año que viene el local tras una «reforma integral que durará meses». «Creo que mantendrá el nombre», asegura. «Lo que más me gustaría es que conservara su esencia», desea.