Gistau y Umbral: dos colosos de Moyano
Los dos escritores que mejor han cantado a la capital son homenajeados en uno de los templos de la literatura madrileña
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Francisco Umbral y David Gistau , tan diferentes y tan complementarios... Todos y todo como una parte de lo mismo, que así es la difícil ciencia del artículo literario y madrileño. «Parentesco ardiente», que diría Ángel Antonio Herrera.
Uno, Umbral, fue cronista de un Guermantes madridí por donde pasaban bellas marquesas, 'aprovechateguis' del Régimen, o simplemente esa guapa gente que figuraba en el canañazo umbralino de la Historia y que se proyectaba por delante de las gafas miopes y del vaso de leche. El otro, Gistau, rumor de guerras, el linimento del boxeo y fragmentos de Coppolla o de John Ford para ir metaforizando la situación del país. Eso, con no pocas concesiones a la ternura, que es lo que hoy destacan jóvenes exégetas que quizá aún no hayan llegado a segundo de carrera.
Tan contemporáneos los vemos hoy en sus talantes dispersos, que la vida de los periódicos los hizo paralelos en la divergencia. Y después, las referencias cruzadas en los papeles o alguna visita de Gistau a la 'dacha', que forman parte de lo más bello de este oficio de matarse en los periódicos. Ambos merecían ese homenaje conjunto que le dieron los más suyos en la Cuesta de Moyano, vaguada de talento, de incunables, y como ese lugar donde en la ciudad más literaria del mundo se da la magia de ir a buscar la sorpresa, el libro, como se hace en París.
El acto, llamado «De Umbral a Gistau», se explicaba por sí mismo un día en el que hasta había Eurocopa. En el mismo día, además, en que con el fresquito quizá quedara bien alguna una de esas americanas que a Gistau le venían grandes o pequeñas. O ese foulard madrileño en el que se intentaba paliar «el frío» de una vida: el que acompañó a un Umbral que, muerto su hijo Pincho, no tuvo el consuelo del Bernabéu y de la familia que sí disfrutó Gistau.
En la Caseta 22 de un 23 del 6 del 2021, en torno a medio centenar de sillas generaba dudas en los paseantes, que preguntaban, en la voz de una señora, si se iban a cantar bulerías en pleno Madrid. Y se dejaron ver quienes formaron parte de sus vidas. María España, viuda de Umbral, llevaba un portafolio de negritas mutuas, de libros recién comprados de Destino, mientras recordaba que «Paco compró aquí muchísimos ejemplares y por tanto este sitio es tan especial».
De Paco Umbral a David Gistau se entiende mejor la España que hemos vivido y que parece lejana, como siempre que median las consecuencias de esta posguerra reciente que es salir de la pandemia. Ambos están más vivos que nunca porque «crearon escuela», y esa escuela pasa por no desaprovechar el texto escrito, «ese puto folio» que le diría Gistau a Umbral donde debe caber un hombre, un mundo y una mirada.
Un homenaje entre las cornucopias de un salón de te hubiera sido merecido, pero no hubiera dado la temperatura callejera de lo que se vivió a la sombra de un día de raro verano a la vera del Botánico y con olor a primavera dulzona, santanderina como las querencias de Gistau por Comillas. Con las «acacias verdemadriles» que debían estar ya amarillentas y que, aquí o allá, acompañaban el acto de Moyano, ajeno al tráfico. Un recuerdo público en una caseta de libro de viejo indica, además, la vigencia de Umbral y de Gistau, que convirtieron a Madrid en mucho más que un decorado.
En la caseta de Moyano, pues, se reunió el todo Madrid que permiten los estertores -ojalá- de la pandemia, Andrea Levy o Jero y demás amigos. Lara Sánchez, directora de las Asociación de amigos de la Feria de Libros de Madrid, hoy conocida como la Cuesta de Moyano, lo refería así: «Moyano aporta memoria literaria, histórica y paz. Y la posibilidad de estar en otro lugar que no sea Madrid a partir de la literatura». Y para eso, junto con el Ayuntamiento, existe el proyecto #MadridsubelaCuesta2021 y por cuesta, tenemos que entender también este Tourmalet que nos ha dejado la pandemia.
Una pandemia, sí, y todo lo que vino después, y que en ambos, Umbral y Gistau, hubiera supuesto literatura de alto voltaje. A saber, amor, acidez, y cierto consuelo al lector. Ángel Antonio Herrera, Soto Ivars, Manuel Jabois y Antonio Lucas recordaron su Cuesta, su Gistau y su 'umbrales'. Camaradas de la cosa. En los puestos de al lado, así, de primeras, no se vio en las casetas nada de Jack London. Pero tal serendipia 'gistauniana' parecía difícil.
Tampoco vimos a esos seres literarios que robaban aquí libros y a los que se homenajeó a la sombra oblicua de Baroja, que es sabido que no fue santo tutelar de Umbral.
Y así, sobre el Madrid literario, caía la tarde por esas calles inclinadas donde David Gistau caminaba con zancadas inconfundibles. E inalcanzables.
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