Feria de Otoño 2021: la querencia es la querencia

Los madrileños, pese a la lluvia, no han olvidado el ritual previo a la corrida en los alrededores de Las Ventas

El ambiente previo a la feria taurina de otoño en Las Ventas J.N.J.
Jesús Nieto Jurado

Jesús Nieto Jurado

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Dicen que el encanto está en las vísperas. Que en la espera previa el espectador va formándose su quimera de lo que verá en la plaza. Es lo que cantaba José María Pemán en su poema a la Feria de Jerez cuando se refería al ambiente y al salero, al jaleo, más que a la Fería en sí. O Díaz Cañabate, el Caña, cuando narraba los prolegómenos y la romería previa a una corrida en el coso de Las Ventas , donde faenó Antonio Sánchez, el de la taberna de Embajadores. Porque aparte del Festival del 2 de Mayo y algunas corridas sueltas en este 2021, los toros vuelven a su templo, aún con el aforo al 50%, pero vuelven. Y eso es símbolo de que la ciudad recupera su pulso poco a poco.

Los taurinos de Madrid, recuerda Jacinto, «han estado errantes y famélicos», como el pueblo hebreo en su Historia. Los han llevado a Carabanchel , con techo, y quizá con esa sensación de asistir a una faena en un platillo volante marque para mal, porque el brillo de los alamares, en un polideportivo, es poco lucido. Pero es viernes de Feria de Otoño , y en el 21 de la EMT ya se aprecian, a la hora del aperitivo, las primeras almohadillas, los castellanos sin calcetines y olor a Brummel. El 21 debe ser como la jaca y el pescante florido que antaño acercaba a los toreros al coso. Lo cierto es que desde el puesto de la calle de La Victoria a Manuel Becerra, la ciudad sabe que hay toros. Lo saben los que llevan ese chaleco Michelin sin gambas que puso de moda Moreno Bonilla, y lo saben hasta en Mercamadrid, donde han tenido pedido especial de rabos de toro. Y lo saben los hosteleros -Madrid es taurina, y por ende, algo tabernaria- que llevan un rictus distinto a hace cuatro meses. Cuando penaban por esos 'Isidros' que no fueron.

La zona entre Manuel Becerra y Ventas bulle, y la calle de Camba, y la glorieta de Navacerrada. Y es curioso el entrecruce de niñas que probablemente estudien en las ursulinas con cuadrillas que van al pretoro, que es tradición inveterada desde que Las Ventas es Las Ventas. Y luego, claro, la propia plaza con los rezagados y los curiosos. Suponemos que a las alumnas ursulinas no se les ha ilustrado sobre qué significan Vegahermosa, Jandilla y Victoriano del Río, los hierros a lidiar.

En Los Clarines, el cronista se cruza con una grupeta de aficionados extremeños que, una vez acreditado, dejan que la conversación fluya y hasta lo animan a participar. Son Enrique García y Enrique Anaya con demás primos y amigos respectivos. Una asociación humana que, de entrada, no se cree que esté en la previa la faena, despachando gambas con una felicidad de mayo y sábado, siendo viernes y septiembre. Como extremeños hacen patria y comentan con orgullo que la escuela de Badajoz «es el Harvard» de la tauromaquia. También entra en escena el gerente del local, que ha pasado un calvario sin los toros y que sabe que en viernes como éste «se factura un 300% más».

Son las 15.46 y llueve como en la última boda real. En el estrecho espacio entre El Burladero y Casa Toribio, Rodrigo, que lleva un sombrero cordobés azul marino, maldice la lluvia con una jaculatoria entre dientes que no se llega a apreciar pero que pide que la nube escampe. Porque el terciopelo del sombrero está, el pobre, de retirada. Claro que con el tormentazo, se va el olor a puro y en los alrededores de Las Ventas huele a petricor. Y la afición consulta satélites y confía en la lona esa que cubre el albero; y se acuerdan de aquella máxima de Antoñete que «cuando la nube viene de Toledo, lluvia segura».

En la cervecería Esteban hay que refugiarse de la tormenta y de una rambla que baja de la Avenida de los Toreros. Pedro, Tito y Paco llevan dos años y pico sin toros, y «algo divino» les dice que va haber corrida mientras van colando de matute los «pelotaris». Como los puestos de parpusa chorreando a la entrada de la Plaza. Y es que, como insiste Abellán, «una tarde de toros revitaliza el mercado» y toda la zona. Llueva o no llueva.

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