Felicidad distópica en la Pradera de San Isidro
Largas, y tranquilas, colas de madrileños rinden pleitesía al Santo. Un dron controla aglomeraciones y a Almeida le adelantan el alirón del Atlético
![Una niña vestida de chulapa, ayer, en la Pradera](https://s3.abcstatics.com/media/espana/2021/05/16/pradera3456-kJiE--1248x698@abc.jpg)
El día del Santo fue distópico. Apenas hubo organillos en la Pradera, acaso los requeridos por los chicos de la prensa. Cerca de donde el milagro de los bueyes –San Isidro era de dormir y que las instancias labraran el terruño–, desde primera hora había madrileños en chanclas y en parpusa. Con la mascarilla y al solano. Manteniendo las distancia y en «un goteo desde primera hora de la mañana» según un amable agente municipal.
Cumplimentada la visita al patrón, Abel, África y Carla, pareja con hija, se dejan retratar con el fondo de algunos cipreses que aguantaron el chaparrón helado de Filomena. Abel no entiende que «se lleven la Feria a Ifema», que «en la Pradera también se mantienen las distancias y las medidas del Covid». Abel, por medio de ABC, le pide a Calamaro entradas para los toros. Consignada quede desde aquí la petición.
En la cola de la Ermita, con las distancias profilácticas, una gran sonrisa luce y reluce en una elegante indumentaria manola. Es la de Antonia Fariñas, de la Asociación Castiza Villa de Vallecas. Viene de la misa y está feliz, una felicidad tan amplia y relativa. Acaso porque un año sin cumplimentar al Santo, este año bélico que vamos dejando atrás, hace mella. Pero Antonia sonríe, como el personal que espera a la sombra de un dron que controla aglomeraciones que no fueron.
A las 14.15 y desde la Colegiata de San Isidro –la que tiene la planta del ‘Gesù’ de Roma– llega Almeida. Saludador. Lo aplauden al grito de alcalde y un cachondo le arroja un «Almeida, mañana ganamos la Liga». El ‘munícipe’, cuando se le pregunta por la normalidad en la Pradera, repite algo que está en el espíritu de los romeros: «Claro que sí, vuelta a la normalidad».
Poco después, y subiendo la cuesta, Begoña Villacís se despoja de una chaquetilla que cede a su asesora y en cuatro zancadas alcanza el templo. Villacís, en el último San Isidro, fue víctima de un atroz escrache. Pero han pasado los años y las tradiciones son las tradiciones, claro.
Fuera dos escoceses se hacen un ‘selfie’ y medio preguntan qué es lo que se celebra. Policías y castizos se aplauden mutuamente. Algún chotis dedicado a las fuerzas del orden. Una familia lleva mahous y patatas, en mangas de camisa, para pasar la tarde. Debajo del quiosco de Telemadrid, hay rumor de organillos y de vida. Muy cerca, un elemento tan de San Isidro, se extraña con una especial melancolía.
Ya no está el Vicente Calderón en lontananza. Las obras allí avanzan, y donde andaban las taquillas hay un volquete de grava en el que crecen unas amapolas que parecen claveles.
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