IGLESIAS DE MADRID
Dulce Nombre de María: las lágrimas de un párroco en la noche de Pascua
El templo de Vallecas es el emblema de una Iglesia profética, activa y comprometida
«En mi vida, en mis cuarenta años de sacerdote, nunca había llorado tanto mientras presidía la eucaristía. Y eso que en tres ocasiones he celebrado con comunidades en persecución. Pero la noche pasada de la Pascua , con todas las luces del inmenso templo encendidas, vacía la Iglesia, lloré de rabia, de impotencia, de súplica por los que no estaban, por los que nunca ya más iban a estar con nosotros. La Iglesia no estaba sola. No estábamos solos. Allí estaban todos pero no les veía». Este desahogo le salió espontáneo al P. Cándido Bregón , religioso de la Asunción, párroco de Dulce Nombre de María , calle San Florencio, 1, cuando nos mostraba el presbiterio.
Dulce realidad de una parroquia, en su historia, que abarcaba desde el Puente Vallecas a Entrevías, de Fontarrón o Doña Carlota hasta Villa de Vallecas, San Diego o Palomeras, el templo de referencia en lo que se llamó el Barrio de las Latas. Un Vallecas de una Iglesia profética, activa y comprometida .
En la habitación contigua a la del P. Cándido vivía el obispo auxiliar de Vallecas, monseñor Alberto Iniesta , emblema del compromiso y de la lucha por una justicia que se hacía vida, mucho más que un discurso y una estética. En esta parroquia trabajó incansablemente el fundador de la HOAC, Guillermo Rovirosa. La historia es demasiado elocuente, y pesa demasiado.
Cuenta el párroco, no sin cierta nostalgia, que los religiosos de la Asunción, PP. Asuncionistas, llegaron a esta zona paupérrima del Madrid de los años cuarenta, hace ahora ochenta años y erigieron la parroquia en medio del barrio de Doña Carlota . Construyeron un templo majestuoso, con una gran cúpula, en la zona en la que había estado una antigua ermita que fue víctima de las llamas en el período de la guerra fratricida.
De los nombres que se recuerdan como símbolos de esa presencia están el de don José Ripoll , maestro del barrio, y el P. Luis Madina , religioso Asuncionista, de gran corpulencia, siempre con sotana. Las personas mayores del barrio aún recuerdan cómo, en las noches de invierno, se le veía andar de una casa a otra, de una chabola a otra, poniendo inyecciones de penicilina para preservar a los enfermos de la muerte casi segura.
Junto con la iglesia, en aquellos años, el dispensario, atendido por las religiosas de la Asunción que tenían el Colegio en la calle Velázquez. Y el comedor para los ancianos y los niños, e inmediatamente la escuela, que dio lugar a la conocida Ciudad de los Muchachos, vecina de la actual parroquia, hoy regentada por los padres salesianos . También la guardería. Los religiosos querían a toda costa sacar a los niños del vertedero del Arroyo Abroñigal al que acompañaban a sus madres.
Ayuda de los fieles
Pasados los años, cuando el progreso y la vida digna se habían instalado en el barrio, se produjo la actual pandemia . Y volvió la miseria. El P. Cándido cuenta cómo los religiosos que atienden la parroquia, personas mayores, de riesgo, decidieron ponerse al teléfono par recibir todas las demandas de alimentos y de ayuda y tramitarlas tanto a Cáritas como a los servicios sociales del Ayuntamiento. En los momentos más duros, se atendía desde el Cáritas parroquial a 153 familias . De nuevo apareció la sombra del hambre en los niños que ya no podían comer en el colegio.
En un segundo momento de la pandemia, las parroquias de la zona se organizaron y comenzaron una distribución de alimentos desde Santa Irene. La atención a las personas necesitadas continúa . Nunca faltaron los donativos de los fieles, pequeñas cantidades pero multiplicadas como si fueran el milagro de la eucaristía. El barrio ha envejecido. La enfermedad de la soledad también se ha hecho presente. Los núcleos de población que rejuvenecen el paisaje son los procedentes de la inmigración de países del norte de África y de América Latina, que es la que se ha integrado en la vida comunitaria. El P. Cándido insiste en que «hemos vuelto a una rara normalidad, muy empobrecidos, con muchos miedos, con limitaciones de aforo, pero con la esperanza de una presencia viva de Cristo en medio del barrio de Doña Carlota». Símbolo de esa presencia, entre las casas, es la torre que sostiene una bola del mundo, y sobre ella, una cruz, referencia de un barrio que no se entendería sin la Iglesia.
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