Desolación de La Paloma: «Ojalá que el año que viene sea distinto, amigo»
Con sudor, vocación y nostalgia, los castizos trataron de celebrar su día grande. Frente a los elementos y a la pandemia
En La Latina sopla un viento bíblico , un secador que deja al personal en la sombra y a medio camino entre la parpusa sudada y las bermudas en los varones, y el top con clavel reventón en el escote de las jóvenes castizas. El calor en los escenarios del día de La Paloma es inhumano y deja esta parte de Madrid en estado de catatonia. Acaso el Rastro guarda por la zona algo de jaleo humano, porque bajar por la Calle de Toledo, recorrer los escenarios de la tragedia de la explosión de gas , lleva a una nostalgia infinita que se detecta en las reuniones.
Es esa misma nostalgia de otras verbenas la que le arranca una lágrima seca a Pedro Rivera Casado («pon los tres apellidos»), que viene vestido de «chulapo desde la plaza de toros», con su pin del Atleti, su pin de los bomberos de la Virgen y su Cruz textil de Jesús el Pobre. Pedro vuelve atrás la mirada y rememora cuando los bomberos, después de la ofrenda, hacían su exhibición y «regaban con espuma a la chavalería».
En la esquina de las calles de Toledo y Calatrava, donde pega la hebra Pedro con un joven que acaba de conocer, tres amigas, Marina, Cintia y Carolina, vestidas tan gaseosas como ibicencas, ponen al cronista en la pista de cómo será el día en que los que luchan contra el fuego bajan a La Paloma y cuando dice el calendario cristiano que María ascendió a los Cielos. «Sólo aquí, en el Muñiz, hay algo de ambiente». Y sí, hay algún ‘heavy’ de negro con el clavel y la Virgen serigrafiada en negro sobre blanco, y hay gambas en lugar de gallinejas . Ni limonada, ni ‘donhilariones’, ni «oiga usted, pollo» .
Viento y silencio
Al final de la calle de Calatrava sólo se escucha el viento y el silencio del Bar Marathon cerrado, aquel bar del llorado Félix donde José, Rosa y Ángel, familia, le ponían color al barrio. Ese bar donde una reproducción de La Paloma, encima de la máquina de tabaco, parecía perdonar a los fumadores ese pecado venial que es el tabaquismo. En el Marathon sacaban la barra, y se bailaba, y hasta surgían musillas en la noche de agosto. Juan, el chino de al lado, confirma que se han ido de vacaciones porque «ya estás viendo el ambientazo que hay fuera» . Y «ojalá que el año que viene sea distinto, amigo», concluye con voz de barítono y en ese acento, madrileño y golfante, que se extraña en estos tiempos tan raros.
Porque resulta también desolador bajar la calle que lleva a la Iglesia y ver un policía que se resguarda de la sombra como puede. Por allí, en el número 5 de la calle de La Paloma, Natalia García regenta una sala de exposiciones en un antigua cerería en la que han montado «un altarcillo para dar color y alegría al barrio». Comenta que una vecina, tirando de fotografías antiguas, la ha ayudado. Lo castizo y lo contemporáneo en eterno diálogo; como la ciudad misma.
Barquillera bicentenaria
Ya en la puerta de la Iglesia, con Ayuso, Almeida y demás fuerzas vivas dentro, Vicente Cañas vende barquillos y nos muestra una barquillera «de más de 200 años», que era como una ruleta de casino donde se ganaban más o menos barquillos y obleas dependiendo de la inversión y la fortuna. No hay más de ochenta personas, entre castizos, asesores políticos y demás gallofa en la plazuela de La Paloma.
Un organillero que bosteza le da a la manivela a la sombra de un castaño de indias. Suenan las notas del chotis de Agustín Lara , ese mexicano que primero cantó a Madrid y luego la conoció. Por allí también brujulean algunos chulapos y chulapas de la Asociación Cultural Madrid Eterno, con sede en Móstoles, que han vuelto a las calles «tras la pandemia» sin ni siquiera haber podido «ensayar», si bien esperan danzar «en el Pilar de Zaragoza» . El día anterior, sí que más miembros de la agrupación se arrimaron con la fresca y por Las Vistillas. Pero el calor y las restricciones les han privado del almuerzo opíparo y de «un día que es nuestro día». Desde el alba.
La edad media del chulapo es alta, pero hablan de Villacis y de Almeida como de dos coetáneos conocidos y de lo elegantes que han estado en la ofrenda. «El rancho lo dan a las tres y cuarto», dice también Pedro, y se va muy en ‘pichi’ hacia donde sea que pongan el rancho. La Latina se vacía rápido, alguien grita «viva la Virgen de la Paloma», y qué solos se quedan los castizos.
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