El coronavirus dinamita Barajas: el tráfico se hunde un 90%, con solo un centenar de vuelos diarios

Solo dos de las cuatro pistas están operativas, mientras que en las torres de control se han bajado a una o dos las posiciones de vigilancia

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La planta de llegadas de la T4, prácticamente vacía FOTOS: IGNACIO GIL
Aitor Santos Moya

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El aeropuerto Adolfo Suárez-Madrid Barajas, uno de los principales motores económicos de la región, vive sus horas más bajas. La alerta sanitaria por la propagación descontrolada del coronavirus y la consecuente instauración del estado de alarma han provocado que el tráfico aéreo registre una caída cercana al 90 por ciento, la más alarmante de su historia. En las tres últimas semanas, el número de operaciones diarias ha pasado de 1.100 a poco más de cien; una cifra, esta última, que presumiblemente bajará en los próximos días hasta perder la barrera de los tres dígitos.

Para adaptarse a las nuevas circunstancias, la base madrileña ha puesto en marcha una transformación integral orientada a la optimización de recursos y personal. Tras anunciar el pasado lunes el ministro de Transportes, José Luis Ábalos, una «reorganización de las instalaciones aeroportuarias», Aena ya ha reagrupado toda la actividad de la T1, T2 y T3 en la primera terminal. Este primer paso tiene por objetivo servir de puente para que, finalmente, el conjunto de trabajos de la infraestructura quede concentrado en la T4. Según indicaron ayer varios empleados a ABC, el trasvase definitivo tendrá lugar a principios de la próxima semana.

Los estragos del Covid-19 han generado, además, la inutilización total de dos de las cuatro pistas con las que cuenta el aeropuerto. Ello ya ocurría anteriormente, pero solo en la franja nocturna –entre las 23 y las 7 horas–, cuando el número de aviones se reduce de forma notoria. Para entender la magnitud del desplome, basta una rápida comparación con los niveles alcanzados durante la crisis económica de 2008. En aquella época, los movimientos aéreos cayeron a la mitad: de 1.500 por día a mínimos de entre 700 y 800, es decir, siete veces más que los registrados ahora.

Una pasajera espera la salida de su vuelo, delante de varios mostradores cerrados

Las tres torres de control, Norte, Oeste y Sur, también han visto mermada su capacidad, con apenas una o dos posiciones de vigilancia operativas a lo largo del día. Así lo confirman desde la Asociación Profesional de Controladores de Tránsito Aéreo (Aprocta), que remarcan un significativo descenso a tenor del volumen actual de trabajo. «En Barajas se pueden llegar a habilitar hasta 10 posiciones, el máximo despliegue, que suele coincidir con la salida de los vuelos transoceánicos de la compañía Iberia en horas cercanas al mediodía», añaden.

Para evitar un contagio masivo entre la plantilla de controladores, se han creado dos bloques estancos: un primer grupo, dividido en turnos, que opera desde el inicio de la crisis en las torres; y un segundo, de retén, a la espera de ofrecer el relevo a partir de este fin de semana. El servicio de Madrid mantiene a varios trabajadores con síntomas por coronavirus, de los cuales al menos uno de ellos ha dado positivo tras someterse al test de detección del patógeno.

Respecto a los vuelos activos, la mayoría son de carga, con mercancías alimentarias, de material sanitario u otros suministros para abastecer a las fábricas y empresas que continúan abiertas. Se suman, además, las rutas de repatriación, tanto de entrada –para rescatar a turistas españoles atrapados fuera del país–, como de salida en dirección, principalmente, a otros puntos de Europa y regiones de Centro y Suramérica. Por último, siguen vigentes los vuelos denominados especiales –militares, humanitarios y oficiales, entre otros–, que sobresalen de las vías regulares.

Tres turistas, dos con mascarillas, esperan en el aeropuerto

Fuera del personal técnico, son cientos los empleados que se han visto afectados por la anómala situación. Con las tiendas de restauración y souvenirs cerradas, puestos de embalaje de maletas apagados y stands de diversa índole vacíos, el grueso laboral de Barajas ha disminuido hasta cotas insospechadas. «Más de la mitad de las personas que trabajan en esta zona no están viniendo», aseguraba ayer una asalariada, a la entrada de la planta de llegadas de la T4. Cerca de allí, en la oficina de objetos perdidos, otra operaria precisaba que, si bien en su empresa «lo que han hecho es recolocar a los trabajadores de la T2 y T3 en otras estancias», el trasiego diario es casi inexistente: «El número de reclamaciones ha bajado en un 40 por ciento. Y muchos de los productos olvidados siguen aquí porque los pasajeros no pueden venir a por ellos».

Un piso más arriba, Manuel se afanaba por encontrar los carritos metálicos que usan los pasajeros para desplazar su equipaje. «Si normalmente recogía 250 cada día, en los dos últimos días no llevo más de 20 », reconocía, sin saber aún si la falta de actividad le acabará por perjudicar. Cartel en mano, un único taxista esperaba el aterrizaje de un pasajero procedente de Tahití. «Imagino que vendrá por trabajo. Me ha saltado la petición y por eso estoy aquí, pero es muy raro. Hay días que no recibes a nadie», incidía, consciente de que al término del viaje no le quedaría más remedio que recluirse en su casa: «En la calle es muy difícil que alguien te pare».

Parte de los argentinos atrapadado en Madrid, sin poder volar de regreso a su país

En el otro lado de la balanza, los pocos pasajeros que transitaban por los pasillos del aeropuerto lo hacían a caballo entre el miedo y la incertidumbre. Turistas atrapados como Adriana, de 46 años, su hija Ana Laura, de 21, madre primeriza de un bebé prematura que sostenía entre sus brazos solo 30 días después de nacer. «Llegamos a España huyendo de unas circunstancias difíciles en Buenos Aires y ahora no podemos regresar», contaban ayer por la mañana, después de dormir dos noches seguidas en la terminal: «La Cancillería no nos deja entrar, aunque tengamos los billetes».

Como ellos, decenas de argentinos están atrapados en Barajas a la espera de que las autoridades de su país les ofrezcan una solución. «Muchos hemos comprado nuevos pasajes por 800 euros para volar cuanto antes y nos hemos encontrado que tampoco sirven», advertían indignados varios compatriotas. Algunos llegaron a la base el pasado domingo, en medio de una pesadilla con demasiados frentes abiertos.

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