Coronavirus

El confinamiento, según los monjes de El Paular: «El secreto de la clausura está en poner orden a la vida»

ABC habla con la comunidad benedictina de El Paular, siete hermanos que conviven en la cartuja madrileña y que regalan sus consejos para vivir mejor estos días de confinamiento en las casas

Vista panorámica de El Paular MAYA BALANYÁ
Adrián Delgado

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El silencio del valle de El Paular se rompe, cada día, por el tañido de la campana que llega desde la torre de su imponente cartuja castellana del siglo XIV . Es el único sonido que marca el ritmo a la vida de este idílico lugar, en Rascafría, desde que el coronavirus (Covid-19) obligó al confinamiento de la población. Entre los gruesos muros del monasterio, una pequeña comunidad de benedictinos trabaja y reza desde la clausura voluntaria que ahora vive impuesta medio mundo. Sin visitas de ningún tipo –está cerrado a cal y canto desde que se decretó el estado de alarma– la vida «puertas para dentro» se intensifica. No se celebran liturgias ni misas. Tampoco se reciben visitas de huéspedes en su centro de espiritualidad.

El silencio en este remanso de paz a punto de cumplir 630 años de historia, lo quiebran en el claustro los livianos pasos de sus siete monjes. Tienen 43, 46, 58, 67, 70, 73 y 86 años. «Seguimos con nuestra rutina habitual que se concreta en que el misterio de vivir una vida de clausura, es simplemente “orden de vida”, orden en los horarios tanto para los rezos en comunidad, rezos íntimos y personales, trabajos, tiempo de soledad en la celda, ratos de paseo...», explica a ABC como portavoz de todos ellos uno de los hermanos, Joaquín Cruz.

A ello ayuda ese extraordinario claustro que preside la serie pictórica sobre la vida y milagros de San Bruno, pintados por Vicente Carducho, que regresó al monasterio en 2011 –52 de los 54 cuadros que el pintor toscano hizo ex profeso para este espacio que acabaron dispersados tras la Desamortización de Mendizábal–. Y la inmesa huerta que otrora labraban los monjes cuando su comunidad era lo suficentemente numerosa, en la que también se pierden sus pies en busca de paz.

Acostumbrados a esa vida interior se preocupan también por los que no lo están: «Esto es circunstancial y por tanto hay que recibirlo con toda la paciencia posible . Pensar que es por el bien de todos y que hay que hacerlo sin caer en pesimismos ni depresiones». Además de ese «orden» preciado por los benedictinos –«Es importante organizarse el día y, a ser posible, hacerlo el día anterior», recalca el padre Joaquín Cruz– el respeto no es menos trascendente. «Es muy importante respetar los espacios y los tiempos de cada uno», señala. «Aguantar los malos humores del otro, las rarezas y todo aquello que nos pueda molestar. Y sobre todo, perdonar de corazón», asegura.

En la abadía viven tres hermanos que por sus edades y patologías previas son considerados de riesgo

Esas normas que llevan a gala en esta abadía funcionan en cualquier hogar, por pequeño que sea, con algo de «actitud». « La convivencia, por lo general, es complicada , pero es muy bonita siempre que todos participen en ella», reconoce. «Hay que ser siempre positivo, vivir con esperanza y contagiar a los otros en que esto pasará», asegura sobre los duros momentos que atraviesa España, y en especial Madrid.

Distanciamiento social

En un lugar como este, en el que el espacio no es un problema, las normas de distanciamiento social también se cumplen a rajatabla : «Procuramos siempre la distancia prudente, lavado de manos con asiduidad y, concretamente, en la Eucaristía nos damos la paz sin tocarnos, darnos la mano o un abrazo como era habitual antes de las medidas», explica. «Somos una comunidad pequeña pero con gran entusiasmo. Siendo portadores de algunas patologías previas, pero aceptablemente controladas, entre nosotros hay tres hermanos considerados de riesgo», cuenta.

Del miedo que atenaza a la mayoría no están exentos por ser monjes. «Claro que tenemos miedo al contagio. Tenemos bastante espacio como para aislar a cualquier hermano que cayera enfermo. Sería atendido por nosotros mismos», reconoce. Cuidarse los unos a los otros es parte indispensable de ese «Ora et labora» que marca sus vidas. En la otra, la más espiritual, sus oraciones se intensifican estos días por los afectados por el Covid-19. «Pero no nos olvidamos del resto de desgracias que existen en el mundo», añade Joaquín Cruz que espera que, al menos en su valle, todo aquel que escucha ese silencio roto por la campana de El Paular, piense: «Los monjes están rezando por mí».

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