Coronavirus
Colapso de los crematorios: «Mi madre murió el lunes y hasta el jueves no la incineraron. Hay lista de espera»
Los centros de incineración de Madrid funcionan las 24 horas y la duración de las exequias se reduce a la mitad
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El cielo de Madrid se puso de acuerdo ayer con la tristeza que asuela al país por las cifras que está dejando el coronavirus . La lluvia auguraba un mal día, igual que todos los que están por venir hasta que la pandemia llegue a su fin. En la zona techada que hay frente al crematorio de la Almudena se escuchaba el golpe de las gotas, pero no se sentían las precipitaciones. El agua se cambiaba por lágrimas, las de los familiares que aguardaban a que los trabajadores del cementerio los llamaran para recoger los restos de los fallecidos . Susana era una de las que estaba allí. «Mi madre murió el lunes y hasta el jueves no la incineraron. Hay lista de espera debido a la cantidad de muertos que este bicho está dejando», dice la mujer en referencia a los efectos del coronavirus, fuera ya del recinto y con la urna que guarda las cenizas de su madre, Teresa, en la mano. Las víctimas mortales crecieron ayer en Madrid hasta las 804 , es decir, 176 más que el viernes: «Hay fila para que entren los cadáveres en los crematorios».
Teresa, de 83 años, ingresó el 5 de marzo en el Hospital de Valdemoro , aquejada de una neumonía. Le hicieron una primera prueba que dio negativo; el resultado de la segunda, días después, fue diferente. Susana y su padre, Francisco, no pudieron despedirse de ella, al igual que las otras víctimas del Covid-19 , y tan solo observaron cómo se la llevaban en una «bolsa» reforzada con pegamento para que ningún resto del patógeno se expandiese.
El último día que la vieron fue el sábado 14, cuarenta y ocho horas antes de que perdiese la vida y de que recibiesen en su teléfono la llamada final. Les avisaron de que estaba teniendo « arritmias muy continuas» y que ya no podían «hacer nada por salvarla». «¿Qué hago yo ahora con esto?», se pregunta en referencia a las cenizas , mientras las lágrimas vuelven a inundar su rostro: «¿Las coloco en el salón de mi casa? Eso es horrible». Susana se recrimina dos cosas: la primera, no haber obligado a sus padres a dejar de ir al centro de mayores de la localidad de Valdemoro , donde cree que su progenitora se contagió; la segunda, no poder consolar a Francisco, protegido con una mascarilla detrás de ella: «Ahora lo tengo que cuidar, nos hemos quedado solos ».
Al padre de Paloma, que padecía demencia además del virus, le pasó algo similar. Ingresó hace dos semanas en el Hospital Gregorio Marañón. «Los sanitarios se portaron de diez. Estuvo atendido en todo momento, siempre ha tenido una habitación, respirador, medicación y cuidados», explica la hija, que no tiene las mismas palabras para los servicios funerarios. «Saber que el protocolo es así, que no nos podemos despedir, no te consuela en estos momentos, aunque intentes pensar que lo hacen para que no haya posibilidad alguna de contagio », afirma ella, consciente de que ya no puede hacer nada por la persona que le dio la vida: «Él quería su velatorio , quería un entierro, y no puedo dárselo por la situación de alarma. Lo único que me alivia es saber que él, por suerte, ya no se va a enterar de lo que sucede».
Los dos crematorios en Madrid capital (el de La Almudena y el del Sur) funcionan ya las 24 horas del día debido al aumento de fallecidos. Hasta que la epidemia no finalice, ninguna víctima de coronavirus o de enfermedad respiratoria semejante podrá ser velada –al menos, las que acudan a la funeraria municipal–, ni siquiera aunque no se haya confirmado que padece la afección, ya que no se están realizando autopsias en estos pacientes. En los tanatorios el aforo de familiares por sala se ha reducido a diez y las zonas comunes han quedado, prácticamente, en desuso.
Otras funerarias privadas, según ha podido saber ABC de fuentes del sector, han limitado este número a seis, «siempre que se pueda garantizar el metro de distancia entre las personas», y han establecido un tiempo limitado en las visitas de no más de tres horas durante la velación «para preservar la seguridad y protección de empleados, familias y usuarios».
Santiago, diácono de la iglesia del cementerio de la Almudena, también ha cambiado su forma de trabajar. Las exequias , ahora, se celebran fuera de la parroquia por prevención y el féretro no sale del coche, que se coloca entre el párroco (subido a las escaleras de la capilla, donde ha colocado una especie de altar) y los familiares. «Si antes hacíamos honras de ocho o diez minutos , ahora las hemos reducido a la mitad, y con muy poca familia. A veces, de hecho, solo viene el coche fúnebre y los familiares esperan al cuerpo en la sepultura », asevera el responsable de la capilla, ataviado con guantes y mascarilla.
El número de exequias que realiza ha aumentado. Ayer Santiago ofició 17 entre las nueve de la mañana y las seis de la tarde, cuando antes solía tener solo ocho servicios. En el crematorio –indica– el incremento es más notorio: «Antes tendrían 20 servicios, ahora habrá entre 35 y 40 en un solo día».
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