Camela: inhóspita frialdad en un Wizink con miedo al vacío
Ángeles y Dioni sacan lo mejor de sí mismos y evitan cualquier riesgo pese al mestizaje rítmico de sus temas
Un WizinkCenter cruelmente vacío recibió ayer a la mítica banda española Camela. Entre restricciones de aforo, crisis económica y pánico mediático, el recinto era ayer una tenue sombra de lo que fue allá por febrero. A pesar de que la distancia social y el uso de mascarilla fueron respetados de forma escrupulosa, la gente tiene miedo. Es frustrante y se pudo notar en la actitud de la banda, más fríos que cuando tocan delante de miles de fans.
A pesar de lo bien organizado que estuvo todo y las pocas entradas que se pusieron a la venta, la gente se quedó en casa… ¿Tiene solución o es ya tarde para las salas de conciertos pequeñas? El Wizink puede permitirse abrir con este tipo de restricciones (y pérdidas) pero salas de 150 personas no. ¿Dónde acaba esto? En fin, vamos con la música.
Con «Corazón indomable» arrancaron la fiesta Ángeles y Dioni, animando a cantar a los valientes que sí acudieron. Siguió «Sueños inalcanzables», el primero de los éxitos del dúo (que empezó siendo trío), que sonó ayer. «Nunca debí enamorarme» es un buen ejemplo de lo que ha hecho Camela con la música, renovar las armonías del pop clásico (Los Bravos, Juan y Junior) pasándolas por el filtro de la música moderna.
A menudo se menciona en biografías que Camela son los creadores del género «tecno rumba». Yo no sé si esto es así, ni siquiera sé si existe tal cosa, pero han encontrado un nicho entre géneros musicales que resulta original. Ese punto en el que se unen el pulso de la música brasileña, el tecno berlinés y las armonías poperas dan para una fascinante tesis doctoral. Ojalá alguien se anime, compro el primer ejemplar.
Continuaron con «Háblale de mí», tema que sigue en la misma línea enérgica y con la batería como fuerza dominante de la música. Aunque el estilo de las canciones es monótono y encaja en un patrón establecido hace muchos años, el dúo mantiene fresco el espectáculo gracias al intercambio vocal constante entre Dioni y Ángeles.
Las tesituras de ambos son muy compatibles, potenciándose el uno al otro cuando se intercambian el protagonismo. «La estación del querer», una de las mejores composiciones de la noche y primera «lenta» sorprendió a este cronista por su sencillez y gancho, con guiño a los Bee Gees.
Pasada la media hora, los madrileños hicieron un repaso en forma de popurrí por diferentes momentos de su carrera. Canciones como «Más la quiero yo», «Bella Lucía» y «Palabras de papel» quedaron encadenadas por un bonito arreglo en el que el teclado le dio cohesión a todo. Si escuchan un medley/popurrí alguna vez se darán cuenta que, a veces, al acabar una canción se produce un cambio en el sonido; un cambio de tono o modulación. En una banda como la de ayer (guitarras, bajo, teclados y batería) las teclas de Edu son lo más importante a nivel armónico y estuvieron muy bien arregladas en todo el medley.
Excelente labor de nuevo de Javier Morgado a la batería, sujeto durante toda la noche por un gran José Luis Martín al bajo. Tres composiciones de Ángeles, en una sección más íntima, pusieron la nota romántica del concierto. Con cajón flamenco sustituyendo a platillos y bombo los temas fluyen de forma más natural (esa es el sonido original del estilo). La batería, caja de ritmos y sintetizadores son la vuelta de tuerca orquestal de Camela.
La voz de Ángeles tiene un vibrato muy característico, de esos que hacen que uno se gire en dirección a la radio cuando suena una canción. No es un chorro de voz como el de alguna de sus contemporáneas, pero transmite emoción y es una voz propia, que al final es lo más difícil y valioso en el negocio.
Después de este impasse semiacústico, volvió Dioni al escenario para «No comprendo», pegadiza pero más de lo mismo. El cantante madrileño tampoco tiene una potencia vocal arrolladora, pero como su compañera maneja muy bien los recursos disponibles. Vibrato, vuelta sobre sí mismo bailando y golpe de rodilla. Está todo medido y siempre va a salir bien, no hay posibilidad de fallo a estas alturas. Se echa de menos algo de riesgo en forma de improvisación pero... no consiste en eso esta música.
La traca final comenzó con «Camela» y terminó con su mayor «Cuando zarpa el amor». Frío, muy frío, y eso que la banda estuvo muy bien. Se le parte a uno el alma al ver un estadio así de imponente tan vacío. Esto no tiene por qué ser así.
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