Los comercios abiertos pese al coronavirus: «Un día normal hacía 300 euros de caja; hoy no llego a 17»
Un panadero, un tintorero, un mecánico, una estanquera, una herborista y un quiosquero hablan con ABC de sus negocios
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Ihor sube el enrejado de su tienda todos los días a las diez de la mañana. Desde que se hizo con una pequeña tintorería del barrio de Salamanca, hace ya siete años, no ha faltado nunca a su trabajo. Coloca los percheros; retoca las prendas ya planchadas en busca de alguna arruga que oponga resistencia y guarda con mimo los trajes en sus correspondientes bolsas, antes de que los clientes pasen a recogerlos. Al menos, esa era su rutina hasta que el viernes Pedro Sánchez decretó el estado de alarma por la pandemia del coronavirus y el sábado decidió que las lavanderías debían permanecer abiertas . Los comerciantes hacen frente a los primeros días de reclusión de la sociedad resignados, a sabiendas de que no pueden —la mayoría tampoco quiere— cerrar su puertas para seguir atendiendo las necesidades de la población. «Un día normal, en temporada baja, hacía 300 euros de caja; hoy no llego a los 17. Las pérdidas son del 100% », cuenta Ihor, que llegó a España desde Ucrania hace 20 años, tras el mostrador de su local, mientras espera que la fortuna toque a su puerta materializada en un cliente.
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Desde el lunes, han entrado a la tintorería menos de una decena de personas. Él no sabe si, de permanecer las limitaciones, podrá hacer frente a los gastos de alquiler e iluminación que tiene que seguir pagando a pesar de no tener casi ingresos. « Esta es la peor crisis a la que he tenido que hacer frente . La sensación de incertidumbre, de no saber cuál va a ser mi futuro y el de mi familia es lo que me mata, y no el virus», explica con pesar, sin considerar que su tienda sea un servicio de primera necesidad como lo califica el Gobierno: «Hay que hacer una distinción con las tintorerías industriales. Esas son las que tienen capacidad para lavar ropa de hospitales u hoteles. Nosotros no, por eso no tiene sentido que sigamos abiertos».
Mascarillas «caseras»
Para intentar levantar el negocio, Ihor se ha reinventado confeccionando mascarillas «caseras» con tres capas de celulosa. «He intentado ponerme en contacto con la Consejería de Sanidad pero no me responden. En un día podría fabricar 30 o 40 », explica, antes de volver a sus quehaceres y encender el que ahora es su principal compañero: la radio portátil.
Al otro lado de la calle, Ángel se resguarda tras un montón de revistas, periódicos y chocolatinas. Es la cara visible de un quiosco callejero que montaron sus abuelos en Goya en 1929. Por respetar su memoria, no puede cerrarlo, aunque para él ninguna crisis se comparará a la 2008. «Esto es algo temporal», argumenta: «En dos, tres meses seguro que estamos recuperados» . No tiene miedo, compara contraer el coronavirus con ser atropellado por un coche o con que se le caiga una maceta. «Todo es posible», indica el quiosquero, que pasa las horas muertas leyendo y ordenando. Sus ideas fijas, admite, no van a cambiar por el patógeno. «Tenemos que dar servicio de información. Solo faltaría que con la que está cayendo los ciudadanos no pudiesen leer las noticias. Mientras se sigan imprimiendo los periódicos, no cerraré este chiringuito», explica otro de los héroes anónimos de esta cuarentena.
Amparo ya no levanta el teléfono para realizar pedidos y reponer la mercancía de su herboristería , que ha protegido del contagio con una valla de madera para que los clientes —que sobre todo compran vitaminas— no pasen al interior. «No sé si voy a poder hacer frente a los pagos», indica la comerciante, que calcula pérdidas estos días del 80%, aunque reconoce que todavía es muy pronto para hacer una «valoración» del impacto económico que tendrá la crisis del Covid-19. Ella prefiere mantener el local abierto: «Mejor 50 euros al día que nada» .
Su opinión la comparte también Mercedes, gerente de un estanco . «Imagínate que a la gente le cerramos los bares y le quitamos también el tabaco... El estado de ansiedad puede ser brutal», cuenta la mujer tras el cristal de su negocio y admite que estos días está vendiendo «menos que en agosto». « Si esto continúa, tendré que hacer un ERTE . Las tres chicas que tengo contratadas ya no vienen a trabajar, de momento les he dado vacaciones, pero ya he hablado con mi asesoría para ver cómo puedo actuar».
Al contrario que Mercedes, Pedro no se plantea ningún despido. Su mujer tiene un panadería en Ciudad Lineal, la tienda más antigua del barrio de Quintana, fundada en 1923. «Tenemos que seguir alimentando a nuestros clientes, que son sobre todo mayores» , explica tras el mostrador de su local. Afortunadamente, su negocio no sufre pérdidas, aunque sí ha notado cambios: «Ahora vendo más pan especial y empanadillas. Los vecinos, que antes venían al mediodía, ahora lo hacen a primera hora».
Frente a su tienda, Fernando tiene un taller de coches que está vacío. La ley, de momento, le permite abrir, pero teme quedarse sin productos de los proveedores oficiales, que ya le han advertido que hay escasez. «Ayer en todo el día vinieron seis personas, por cambio de luces y pinchazos en las ruedas», afirma el mecánico que, desde hace dos semanas, dice que sus ingresos han caído un 90% . Fernando no va a cerrar, pero sí a limitar el horario y bajar la persiana a las cinco de la tarde: «Aquí seguiremos, para dar servicio. Total, el coronavirus lo vamos a pillar todos».