Un clan de cartoneros se hacina en un «almacén patera» de 25 metros
Los vecinos de Canillejas alertan de las malas condiciones de vida de una decena de hombres y mujeres de origen rumano
A un lado del local, una cama, dos sofás y hasta un aparato de aire acondicionado. Al otro, una pequeña cocina con nevera, horno y cuatro hornillos de gas. Detrás de la puerta del fondo, tapada con una cortina blanca, está el cuarto de baño. Es la única estancia con ventana; pequeña, pero suficiente para poder asomar la cabeza. Aunque la superficie, de 25 metros cuadrados , estuvo anunciada como pequeño negocio, trastero y oficina, su uso hoy es bien distinto. Allí, en el número 17 de la calle de Las Musas , una decena de cartoneros conviven hacinados desde hace tiempo. «No se meten con nadie, pero es una pena que vivan así», señala un vecino que, desde su ventana, observa cada día el deambular de un clan con la sombra de la sospecha sobre su cabeza.
«Se levantan a las cuatro de la mañana y están todo el día buscando en los contenedores», añade este residente, consciente de las dificultades que atraviesan. Según apuntan en la barriada, los nuevos «inquilinos» se mueven en camionetas y pagan por el alquiler del almacén: « No son okupas, otra cosa es que sea legal que puedan vivir ahí ». El grupo, que está formado por hombres y mujeres -sin niños- de origen rumano, subsiste también a base de comerciar con la quincalla que encuentran. «El otro día, le vendieron una bicicleta oxidada a un chico», desgrana otro morador frente a su entrada. Alertados por los vecinos más cercanos, la Policía Municipal tuvo que acudir la semana pasada para obligarlos a retirar los «enseres» que habían apilado en la propia calle, a un lado del local.
Entre la terna de objetos se encontraba un improvisado tendedero, trasladado ahora al solar de la calle de Etruria esquina con Pitágoras. Instalada en la parte de Canillejas más próxima al Wanda Metropolitano , la hilera de ropa ha despertado la curiosidad de los viandantes. «La primera vez que vi esto colgado me quedé alucinada», advierte una mujer al paso por la zona. Aunque algunos apuntan sin éxito a los «trabajadores» del huerto urbano levantado a espaldas del enclave, son varias las teorías que circulan sobre los dueños de las prendas. «No es raro ver a grupos de nómadas que van y vienen en furgonetas», recalca un caballero, en alusión al hallazgo.
Antigua mercería
Sin embargo, el origen del secadero es el mismo que el del «almacén patera» de la calle contigua. Los cartoneros habitan el lugar que durante muchos años fue una mercería . Tras cerrar sus puertas, su último uso conocido se lo dio un grupo de jóvenes que hacían del local su sala de reuniones y fiestas. «Lo tuvieron alquilado hasta hace poco», comentan en un negocio cercano. Con la puerta entornada, un candado anclado al cierre metálico sirve de pestillo a los actuales «inquilinos».
Mientras el clan subsiste en el bajo del bloque, el resto de residentes observa desde arriba la insólita situación. Quienes les conocen, aseguran que no están contentos, sobre todo por el riesgo de accidentes domésticos y el miedo a la insalubridad . «Hay otro local en la calle de San Mariano en el que también vive gente», inciden sin entender la falta de asistencia a sus nuevos vecinos: «A lo mejor se la han ofrecido y no la han querido aceptar». Más allá de dimes y diretes, lo cierto es que esta forma de confinamiento en locales y trasteros avanza a medida que los pequeños comercios echan el cierre para siempre.
Noticias relacionadas