Cerca de 800 «sin techo» duermen al raso en Madrid
Crece el número de rumanos gitanos que pernoctan en las calles de la capital, sobre todo en el distrito de Centro, según el Samur Social
Marcelo tiene 55 años y lleva quince días durmiendo en la Plaza Mayor. Su alcoholismo le condujo a la calle hace año y medio. Bien vestido y aseado , destaca entre el grupo de personas que deambulan entre «sus camas», que parecen ataúdes : cajas y más cajas puestas en hilera, de tal modo que les cubren el cuerpo entero. Se congregan en la Casa de la Panadería y la fila copa casi todo ese lateral. Es la una de la madrugada del jueves y hay unas 40 personas.
En la plaza de España, María, de 35 años, fuma un cigarrillo tapada con una manta sobre un sucio colchón. Vasile, su marido, se acurruca junto a ella. Son rumanos de etnia gitana. Están encajados a un muro, junto a la carretera que comunica con la calle de Bailén, debajo del paso elevado. «Llevamos cinco años en España, nos ganamos la vida pidiendo y limpiando cristales; al día sacamos entre 5 y 8 euros », dice ella sonriente.
Marcelo, María y Vasile forman parte de una triste realidad: la de las 764 personas que duermen al raso en las calles de la capital. La cifra total de los «sin hogar» es de 1.905 , de los que 1.141 acuden a la red de albergues municipales u ONG. Estos son los últimos datos oficiales del Ayuntamiento de Madrid, correspondientes a 2014, fruto de los estudios bienales que realiza, en los que participa la Universidad Complutense, la UNED y la de Comillas. El de 2012 ofreció un resultado similar: 1.863 «sin techo», de los que 701 dormían en la calle. El próximo recuento se producirá a finales de este año.
La eterna crisis en la que estamos sumidos ha generado más precariedad: trabajos con bajos sueldos que han provocado que regresen al hogar paterno muchos jóvenes, al igual que los adultos en paro y sin subsidio. « La pobreza y la precariedad no abocan a la calle , para acabar en ella tiene que haber un salto cualitativo». Así lo asegura a ABC Darío Pérez, jefe del Departamento del Samur Social y de Personas Sin Hogar del Consistorio. «Los equipos de calle no han detectado un incremento de las personas sin hogar ni más presión asistencial, aunque sí a más población rumana de etnia gitana, lo que puede provocar la percepción de que este colectivo ha aumentado, pero no es así: la cifra se mantiene estable», agrega Pérez.
El motivo de que se vea a más gitanos rumanos ejerciendo la mendicidad o actividades marginales lo atribuye a que han optado por permanecer de forma más estable en Madrid.
Campaña del Frío
Otra prueba de que no hay más población en la calle son los datos que arroja la Campaña del Frío , que ha registrado un descenso en la demanda del 5,2%, con 1.470 personas atendidas y un índice de ocupación del 87%. Arrancó el 25 de noviembre y finalizó el 31 de marzo y ofrece un techo, intervención social e incorporación a la red asistencial de los «sin hogar», subraya Pérez. A ello, añade el descenso del número de personas que acudieron al albergue de San Isidro , el mayor de Madrid: 1.326 en 2014 y 885 en 2015.
A pesar de que Marcelo, María y Vasile carecen de un hogar, forman parte de dos realidades sociales distintas. Para los rumanos, estar en la calle constituye una forma de vida, por lo que rechazan sistemáticamente los recursos que se les ofrecen , recalca el responsable del Samur Social. Para los españoles, que constituyen el grueso de este colectivo, a pesar de los problemas (alcoholismo, adicciones, salud mental...) que les aquejan, sí que se someten a procesos de intervención y, en muchas ocasiones, con éxito. El perfil clásico, el de Marcelo, tiene como denominador común haber pasado por una suma de pérdidas que le han abocado a la situación de exclusión. Pérdida de la familia, del trabajo, de los ingresos, de la salud, de la autoestima, lo que les provoca desarraigo, soledad y abandono. Unas circunstancias opuestas a la de los rumanos de etnia gitana ; de ahí que, pese a estar compartiendo la calle, lo hagan de forma distinta, asegura Darío Pérez.
El perfil clásico busca la invisibilidad y el anonimato , mientras que el emergente se instala en puentes como el de Ventas o en la pradera junto al Museo de América, siempre en grupos grandes. Los primeros rara vez. El que se forma al caer la noche en la Plaza Mayor y que se deshace al amanecer, cuando llega la Policía Municipal y les echa, es una excepción. «Hay cámaras, comercios, se sienten más seguros» , precisa el responsable del Samur Social. Están juntos, pero cada uno va a lo suyo. El centro sigue siendo el lugar que más «sin techo» aglutina , al estar más transitado. Ahí tienen más medios de subsistencia, más recursos sociales y se sienten más protegidos.
Marcelo decidió dejar en paz a su familia por culpa del alcohol. Este publicista, que pasa las mañanas leyendo en bibliotecas y se alimenta en comedores sociales , ingresará en mayo en un centro de Cruz Roja. «Durante seis meses no tendré que preocuparme por dónde dormir». Aunque lleva meses sobrio, no piensa ponerse en contacto con su familia. Le puede la culpa. «Estar así es duro. La gente nos mira con asco y miedo y yo procuro no pensar y no sentir, porque, si no, bebes», afirma.
María y Vasile, que aseguran que tienen ocho hijos en su país, dicen: «La vida es así; nosotros estamos acostumbrados».
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