La Casa de las Rejas, ejemplo de la arquitectura barroca madrileña del siglo XVIII
Están tapiados los pasadizos que conectaban el edificio con el Palacio Real y el Convento de la Encarnación. Desde 1987 es la sede de la Escuela Superior de Conservación y Restauración de Bienes Culturales de Madrid.
El edificio de la antigua Casa de las Rejas es una de las pocas muestras que quedan en Madrid de la arquitectura barroca del siglo XVII . Situado en la calle Guillermo Rolland (antigua calle de las Rejas) esquina calle de la Bola, cuenta con una interesante aunque poco documentada historia. El inmueble fue rehabilitado por el Estado en 1980 para convertirlo en la Escuela Superior de Conservación y Restauración de Bienes Culturales de Madrid (ESCRBC) . Poco queda de su origen en el interior aunque mantiene su fachada de ladrillo con los dinteles de granito y las cornisas. Durante las últimas obras se encontraron los pasadizos que se cree llevaban hasta el Palacio Real y el Convento de la Encarnación y de los que tanto se hablaba entre los vecinos de la zona. «Aparecieron estos túneles, espacios grandes por los que cabían caballos y se tapiaron, confirmándose la leyenda de los pasadizos», afirma a ABC Ruth Viñas Lucas, directora del centro.
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Si poco se conoce del edificio ocurre lo mismo con la existencia de esta escuela y de la labor que realiza a pesar de llevar más de 50 años formando titulados oficiales en conservación y restauración de bienes culturales. «La mayor parte de los restauradores de España vienen de esta escuela», dice con orgullo su directora. Fue precisamente gracias a este centro que el edificio no fue derruido en los años 70. En 1969 se creó el reglamento que rige estos estudios y da un título al restaurador en España y la escuela se instaló primero en el Museo de América. «Era un espacio que se quedó pequeño y nos trasladamos a esta casa en 1987. Una antigua alumna lo sugirió al anterior director. El ministerio lo había comprado y le pareció bien restaurarlo», explica Ruth Viñas Lucas.
La ESCRBC edita la revista Pátina y fue en su segundo número, publicado en 1987, cuando se realizó un amplio reportaje sobre la historia del edificio, firmado por Fernando Valenzuela . «Nadie sabe el tiempo que tiene ni quién es el propietario. Unas monjas, dicen unos. El general Armada, susurran otros. Una inmobiliaria. No sé qué Ministerio», comienza la crónica. Sin éxito en sus labores de búsqueda en archivos y registros la casa aparece en el plano de Pedro Teixeira de 1656. Por entonces la calle de la Bola se llamaba Encarnación y la de Guillermo Rolland de las Rejas. En ese plano la casa, de poco más de cien metros, contaba con dos plantas y el tejado y ya tenía las grandes rejas que dieron nombre a la calle. En ella vivió don Juan de Ciriza, secretario de Felipe III y presidente del Consejo de Estado y dos siglos después vivió y murió en ella Francisco Martínez de la Rosa , jefe del Gobierno.
Fusilamientos durante la Guerra Civil
Durante más de un siglo esta casa perteneció a la familia del marqués de Santa Cruz de Rivadulla , general Alfonso Armada y Comyn y así consta en los antiguos libros de heráldicas. Fue una condesa de Revilla Gigedo quien la trajo a la familia como herencia de una tía y fue pasando a descendientes hasta llegar a dos hermanas, Concepción y Rafaela Sanchiz Amrada, monjas del Sagrado Corazón. La casa, cuya puerta se cree que es de Francisco de Mora o de Juan Gómez de Mora, llegó intacta hasta mediados del siglo XX mientras que otras a su lado, de la misma época, se caían y desaparecían. «Dicen los viejos del barrio que cuando la última guerra civil, hubo en aquel patio fusilamientos y que sacaban a los muertos por una puerta interior que daba a un edificio de la calle de Fomento, donde funcionó una checa de al CNT», cuenta Fernando Valenzuela en el número 2 de Pátina.
Ya en 1940 llegó un nuevo inquilino, el ebanista Valentín Escobedo . «En la planta de arriba tenía una exposición de muebles maravillosa y en la parte de abajo estaba el taller», cuenta a ABC Elena Torres. Ella nació en la Casa de las Rejas en 1940 «porque mis abuelos eran los porteros del palacio y mi madre, al ser la hija mayor, vivía con ellos. Yo pasé allí mi infancia», señala. Recuerda que por entonces la casa era de una condesa que tenía alquilado el espacio a Escobedo «quien cuidó muy bien del espacio. La escalera era preciosa, con azulejos y el jardín tenía una estatua de Neptuno con un estanque con peces en el que yo me bañé muchas veces», añade. Elena Torres acabó por irse con sus padres a otra casa y se lamenta que el palacio acabase abandonado y en ruinas . Y es que la familia Escobedo se tuvo que ir en 1973. «Vino el alcalde García Lomas, que pretendía poner allí su estudio de arquitecto. Y al final las monjas que querían vender a toda costa. Al final tuvimos que cerrar. No hubo manera de resistir», contó el hijo de señor Escobedo a la revista Pátina.
Abandonada y en ruinas
Una vez deshabitada llegaron los incendios y ya en ruinas fue acogiendo a l adrones, drogadictos y vagabundos. Tuvo distintos ocupas . Hubo varios intentos de derribo pero fueron distintas casualidades las que fueron salvando el edificio hasta que el ministerio de Educación y Ciencia adquiere unos terrenos contiguos para el colegio de Santa Teresa. Necesitan ampliar el patio y conectar el nuevo solar con el edificio del colegio por lo que la Casa de las Rejas resulta decisivo. Las dos hermanas monjas habían autorizado la venta del edifico, por el que se pidió 35 millones de pesetas , y en 1980 pasa a manos del ministerio que decide restaurarlo para que sirva de nueva sede a la entonces llamada Escuela de Artes Aplicadas a la Restauración. El director de la escuela se acercó por entonces a las ruinas de la casa para conocer el futuro espacio «y le detuvieron pensando que iba a comprar droga», cuenta como anécdota Ruth Viñas Lucas. Del proyecto de restauración se ocupó García de Paredes y «se intentó mantener lo que se pudo pero muchas pinturas del techo desaparecieron. La fuente de Neptuno del patio, por ejemplo, la reprodujeron los alumnos a raíz de una fotografía», explica la directora.
Labor de la escuela
En esta escuela se realiza una exhaustiva formación, «enfocado a lo que necesita el restaurador. E s la enseñanza más completa que existe en este campo con profesores muy especializados , ofrecemos una formación excelente» asegura la directora. En total son 36 profesores y algo menos de 200 alumnos. El ratio es de un profesor por cada 10 alumnos y en el máster es de un profesor por cada dos alumnos. Cada curso se abren 4 grupos de 10 alumnos, tienen dos años de formación común «en las que se les prepara para todo tipo de restauración» y en los dos siguientes cursos se especializan en restauración de documentación gráfica, pintura, escultura o restos arqueológicos. «Les damos todas las herramientas», añade la responsable quien asegura que se trata de una « carrera multidisciplinar en donde lo más importante es la vocación sobre el patrimonio ». Se trata de una enseñanza pública de la Comunidad de Madrid, subvencionada, cuya matrícula por año oscila entre los 180 y los 600 euros en función de la renta y para los miembros de las familias numerosas es gratis. No se entra por la prueba universitaria sino por una prueba de acceso de la propia escuela y una vez finalizada la formación se obtiene el título universitario. Ruth se lamenta que muchos interesados en la restauración «no nos conozcan y no llegan a presentarse a la prueba». De hecho para el próximo curso todavía hay plazas y se repetirán las pruebas de acceso los días 3 y 4 de septiembre, pudiéndose inscribir para la misma ya en agosto.
Quien aquí se forma tiene la suerte y la responsabilidad de participar en la restauración de muchos bienes culturales que llegan de todas partes de España. «Trabajamos con obras muy buenas que nos ceden. Cogemos obras con gran complejidad que necesitan muchas horas de trabajo y nos interesa su parte didáctica », puntualiza. Por ejemplo, el lienzo mural de la capilla del Instituto de San Isidro «que tenía agujeros de una ametralladora», el retablo de la catedral de Cuenca o los atletas del Instituto Ramiro de Maeztu. Además, cada verano los alumnos participan en campañas de restauración acudiendo a los propios lugares de intervención, como ha sido el caso, este año, del palacio de Fernán Núñez. Y siempre «con un profesorado muy implicado y amante de su trabajo».