El callado adiós de una taberna centenaria
Abierta desde 1880, la taberna El Dos de Sagasta, un clásico del vermú capitalino, deja de servir. Es la última clausura de un rosario de cierres de los templos del casticismo
Apogeo de la gastronomía líquida , ‘boom’ de la cocina de hotel, florecimiento de mercados gastronómicos... La restauración madrileña, pese a que el coronavirus sigue campando a sus anchas, parece estar sumida en una suerte de febril hiperactividad que recuerda aquella que en la primera década del siglo disparó la oferta y, sobre todo, los precios.
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Pero no estaría de más, entre tanto entusiasmo sibarita, reparar en aquellos viejos templos del cañeo y la tapa; también, en los de los buenos menús caseros, con más de una decena de primeros y otro tanto de segundos a poco más de diez euros –cuánto echan de menos los vecinos de Chueca el Marsot de la calle de Pelayo , con su diminuto comedor y donde se guardaba cola con santa paciencia–. Su resistencia hoy parece un milagro. Habría que hacer, en suma, un inventario de las barras de mármol y aluminio o estaño en las que se acodaron generaciones de pie y dando la cháchara.
En Chamberí
Una de esas barras, popular y, para cierta parroquia de Chamberí, casi tan venerada como en sus respectivos distritos La Ardosa (Colón, 13) o la primigenia Stop Madrid (la de Hortaleza, 11), acaba de echar el cierre de manera sigilosa. Sus propietarios se han jubilado y el negocio se traspasa a quien tenga la fe suficiente para retomarlo. Hablamos del Dos de Sagasta –el nombre lleva la dirección aparejada–, casa fundada en 1880 por un gallego llamado Pedro López Arias, heredada por sus descendientes y en la que se servía, amén de las consabidas cañas, un vermú casero con aroma a canela y genciana que creaba afición.
Muchos clientes conocían este vetusto establecimiento como ‘el Vinos’, por aquello de que el Dos de Sagasta no tenía otro nombre conocido y las grandes letras sobre su fachada roja respondía a lo que allí se vendía. Podríamos decir que su ‘hora feliz’ era a media tarde, cuando la jornada laboral llegaba a su fin y, mucho antes que el ‘afterwork’ con ‘gintonic’ aromatizado se hiciera norma, lo que pedía el cuerpo era echarse una caña, un vino, un vermú..., con una lata de mejillones o de almejas, o un canapé de cabrales o de sobrasada ... No había más en el Dos de Sagasta, ni menos.
Pérdida de identidad
Reliquias que desaparecen de las calles de Madrid, sobre las que muchos escriben y se lamentan. En los últimos doce meses, la capital ha perdido algunos de sus bares, cafés y tablaos más vinculados con su memoria noctámbula y su identidad castiza.
Hace casi un año, la clausura del Villa Rosa , que se disponía a celebrar su 110 aniversario en la plaza de Santa Ana, ponía en alerta a los flamencos. No resistió la crisis desatada por la pandemia. En los primeros días de 2022, ABC anunciaba el cierre de Candela , en Lavapiés, con más de cuatro décadas al cabo de la noche, en tiempos como una segunda casa para Morente, Camarón, Paco de Lucía, Pepe Habichuela, Ray Heredia, los Carmona, Tomatito... Lavapiés también se ha dejado por el camino de la crisis el centenario Café Barbieri, punto de encuentro de los amantes del jazz y la tertulia, y el Pavón Teatro Kamikaze .
En Embajadores, uno de los cierres más dolorosos para un público fiel se produjo en la primavera de 2021 : la Freiduría de Gallinejas. Este templo de la casquería sirvió su última ración de tripas fritas de cordero lechal a las cinco de la tarde del 23 de mayo del pasado año.
Casa Alberto, Bodegas Ricla, Casa Labra, Taberna Oliveros..., siguen en pie. Ojalá que por tantos años como los que han vivido.