Ángel Antonio Herrera - Cartas a la alcaldesa

La cabina

Esta noticia de que la van a liquidar nos ha traido dentro una noticia mayor, e impensable, casi, y es la noticia de que la cabina aún existía

Ángel Antonio Herrera

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Le han dado la extremaunción a la cabina telefónica, que pensábamos que ya no existía, pero sí. La van a liquidar en este año, salvo noticia en contra del algún acuerdo entre los señores del Gobierno, y los de Telefónica. Por Aluche alegan que la cabina sigue siendo útil, incluso imprescindible, en extremados casos exóticos, porque hay quien no tiene móvil, o bien lo dejó en casa.

El móvil es el primer deneí, hoy, y el gentío lo mismo se deja la documentación en casa, pero no el móvil, que es el libro de familia, el domicilio habitual y la delegación de correos, todo junto, en un mismo artefacto. Esta noticia de que la cabina la van a liquidar nos ha traido dentro una noticia mayor, e impensable, casi, y es la noticia de que la cabina aún existía. Yo ayer mismo me eché a la calle, por visitar alguna cabina de esquina, como el que pilla prisa por ir a visitar a un pariente con mal diagnóstico.

La cabina es un abuelo, o abuela, que no sabíamos que teníamos. Y pinta terminal de pésima salud. Yo creo, alcaldesa, que igual podría dejarse un ramo modesto de cabinas en Madrid, alegremente dispersas por ahí, acaso por sostener posible la experiencia de llamar un día desde ahí a la novia y comprobar que no estamos llamando sin respuesta a una secretaria de la Transición. Todos vivimos, aún, dentro de cada cabina, lo que pasa es que no lo sabíamos. No veo muy loca propuesta, esta cosa de dejar de guardia algunas cabinas, por entretenimiento futuro, o bien por urgencia impensada, pero ya sé que a los del negocio de telecomunicaciones les sale muy cara una cabina, y donde esté wasap que se quite López Vázquez.

El primer teléfono público, en Madrid, estuvo en el Florida Park , entonces llamado Viena Park, ahí donde Lola Flores perdió un alhajón, en medio del escenario, ahí donde preparó programas inolvidables José María Iñigo, cuando una llamada telefónica era un milagro y el teléfono mismo una artesanía de Marte. Imagino, alcaldesa, que, de no quedarse alguna cabina por ahí, callejera y en vigor, como un saurio que aún funciona, se conservará algún ejemplar para el museo de la nostalgia de lo que fuimos. Ojalá.

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