AstraZeneca vuelve al Zendal: entre la esperanza, la rutina y el miedo
Los madrileños, tras la paralización de la vacuna decretada por las autoridades, dejan con estoicismo y dudas que les pinchen el brazo
¿Puedo rechazar la vacunación con AstraZeneca?

Sol, páramo y miedo relativo al trombo. Esa es la definición de la mañana en la que el Hospital de Emergencias Isabel Zendal (y el Wanda) reactiva la vacuna de AstraZeneca contra el coronavirus. Los madrileños, entre cumplir el expediente y dejarse de memes ... sobre el 'temita', han preferido optar por la salud y vacunarse después de la paralización de su distribución . El Zendal se yergue entre una paramera seca, y junto a las vallas hay hojas de radiales que indican, con pruebas palpables, que aquí se ha querido boicotear algo. El cuerpo del delito de los 'antiAyusos brigada sanitaria' queda, pues, a la solanera.

Como quien escribe aún anda lejos de recibir vacuna, los que van a pincharse y los que vienen de inocularse la dosis británica son lo más cercano a la inmunidad que conoce. De entrada, la amplitud del paraje del Zendal obliga, de forma necesaria, a guardar las distancias, a entrada y salida. Un coche de policía sestea cuando los elegidos para la estrategia de vacunación por la Comunidad aguardan su turno. Por detrás, un camión de Viena Capellanes y una furgoneta con una bandera de México andan aparcadas en algo que puede ser como el solárium del Zendal : donde los sanitarios fuman y se olvidan momentáneamente de los heraldos fúnebres que hablan de 'cuarta ola' y hasta de Revilla, que habla en 'prime time' de Madrid, donde acostumbra a venir en taxi desde la orillita, como 'bomba vírica'. Otro 'déja vu'.
La rapidez
Míriam, trabajadora doméstica con personas mayores, insiste en «lo rápido» del proceso y muestra con orgullo su brazo. Que si tuvo o tiene miedo a los efectos secundarios, claro, pero se palpa la tirita y riéndose, mientras mira al cielo, asegura que «Dios es grande» en una jaculatoria que resume su calvario, el de todos nosotros, por la pandemia. Va riéndose y confiada a la parada del bus especial habilitado para un recinto que tiene una cúpula similar a la Disney World en Orlando, aunque en gris y colores fríos, que son sobrios y hasta profilácticos. La asistencia a ancianos es prioritaria y Míriam sonríe con prisas porque quizá llegue tarde a esa casa donde la esperan, y los autobuses se espacian.

Es curioso que al reportero se le desnuden los brazos de los madrileños ya vacunados, como un gesto de victoria de la gente, que de entrada no siente nada, más allá del kilometraje hasta un recinto 'donde Dios perdió el mechero'. Varios metros más adelante, Juan confiesa que también tuvo «jindam», pero que habido un esfuerzo de pedagogía de la enfermera ilustrándole que, frente al debate de los virólogos, aficionados o mediáticos, «la vacuna es buena. Y me convenció». Y tan campante, guiña Juan a su mujer, también vacunada y sin trombo aparente.
Efectos secundarios
Luego están las jóvenes que llegan tarde, taconeando, a las que hay que alcanzar a la carrera y que gritan eso de «yo, miedo, ninguno. Lo que no quiero es llegar tarde» . Y un grupo de amigas, también con el medicamento en los humores internos que preguntan, 'pobriñas', por un bar. Vienen de Majadahonda y Las Rozas, su ocupación es el trabajo social y su reivindicación una antes de que se les retrate: «No duele, ni te enteras. Pero como me salga barba o una oreja en la espalda, denuncio a estos ». A «estos» así en general, entre risas, y habiendo sido vacunada en «horas cristianas».
La burocracia
La juventud más expuesta -y vacunada- va mandando whatsapp de voz sobre el brazo y el pincho. Miedos y 'noeraparatantos'. Un matrimonio discute algo que leen en Internet sobre si el Ibuprofeno hay que tomarlo «antes, después o nunca» .

Ella arguye que «ayer ya me bebí todas las cervezas» entre que su pareja, y no es un efecto secundario, ha olvidado en qué recta kilométrica del llano en llamas -la Avenida Manuel Fraga- aparcó el coche.
Entre operarios que le ponen verdor al secarral con una hierbecilla resistente, un jubilado no ha podido ser inyectado «por la burocracia de los cojones. Un papel que dicen que me falta» . Todo eso masculla sin mascarilla, en actitud de desafío.
Queda la sensación de haber cumplido como un obligación cívica , como el ir a votar, y un temorcillo a los efectos secundarios que no hemos podido notificar en esta crónica.
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