Arde Madrid, minutos antes de la final de París
ABC pasea por la ciudad que se anima en las inmediaciones del Bernabéu y queda en relativo silencio en el resto
Real Madrid - Liverpool, última hora de la final de la Champions en directo
Más que las glorias deportivas, que campean lejanas y parisinas, Madrid desde horas previas al partido mostraba la ambientación de un sábado que no es un sábado. O era más que un sábado en los bares donde la ciudad acaba y se hace bosque, andaban cargando televisores las tascas en un jaleo de cables y de sudores. Y algún jubilado, Agustín Pacheco, hacía una digestión tardía del chupito con los especiales televisivos 'ad hoc' que recordaban Glasgow, o Lisboa, o Ámsterdam .
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El sonido del susodicho televisor retumbando en la calle ardiente de casi junio y en las avenidas más lejanas a Chamartín , que ahí sí que hubo vacío. Porque la noche puede ser larga, y no hay nada mejor que una siesta para que el corazón repose y se vuelva como nuevo. Para esas remontadas que dejan el cuerpo para el arrastre, para el glorioso y dulce arrastre. Un silencio, el de la tarde, que adelanta rugidos.
De blanco y sol
El monumento a Pablo Iglesias, el Iglesias primigenio , aguantaba el sol según se llegaba en VTC al corazón de Madrid, del Madrid que también vende en Tokio flamenco, cuadros y fútbol como una trinidad. Y eso sí, banderas en los balcones como palmas de Viernes Santo que quizá se colgaran cuando la Liga: hace casi un mundo, y así parece aquel día que se ganó al Español.
Pedro, a pesar del sopor de las calles y el difuminarse de la canícula en el horizonte, ya había hecho varios (3) viajes con su VTC a un Bernabéu que se llenaría con aficionados reales y jugadores virtuales. Después de la pandemia, de jugar sin público, de las restricciones... todo iba indicando un tiempo nuevo.
Y ya, en la larga recta sahariana de Nuevos Ministerios al Santiago Bernabéu, una procesión blanca que a veces era saludada al azul, a azul de Raúl González Blanco por alguien que sabe de la prehistoria o del fetiche del exjugador. Un calé vacilaba con el móvil de que revendía entradas "a cinco euros", y eso que se agotaron apenas salir a la venta. Pero en el principio fue el jolgorio, y después las caras más angulosas: el aficionado tipo, que era consciente de una noche histórica después de travesías varias por el desierto. Y como Madrid era un desierto, hubo quien se disfrazó de tuareg con dos elásticas blancas. Una en la cara y otra al pecho.
La unidad de Subsuelo de la Policía Nacional hacia su trabajo entre sonrisas, a quince metros en línea recta del puesto de Ricardo, primero refractario a la prensa y después, más hablador, dando la larga tarifa de la mercadotecnia madridista . Lo que más se iba vendiendo era la bufanda conmemorativa con los colores también del Liverpool. Familias enteras se fotografíaban, con la entrada a bien resguardo en Concha Espina . Petardos lejanos. Cantos que iban y venían, y el ritual de la terraza en unos, y de la sombra más a mano, en otros. Y camisetas de Ramos, que parece que traen el milagro. O hasta veinteañeras vestidas de blanco como una novia 'juanramoniana'
El reventa
El fútbol es ambiente, el tiempo 0 que es así como el tercer tiempo del rugby. Todo tenía aire de zoco: los cartones de los reventas con un rotulador gastado que huían a la prensa por lo de "100 euros por barba". El hielo aguado de quienes tienen una Selectividad en puertas y quieren un último respiro antes de jugarse el futuro.
Víctor, Juan Pablo y unos críos a su mando eran amorosamente llevados de la mano a eso mismo: a "ver el ambiente", 18 años y estrenando la mayoría de edad en tal día como hoy. Con todo, en los urinarios respetaban los turnos, y los nervios anteriores a la 14 eran más fiesta que temor.
A París seguro que llegaba el jolgorio previo que fue a más, a mucho más según los cánticos se hacían más atronadores y los afortunados que iban a entrar al estadio se miraban con un código como de triunfadores.
El sentimiento es el sentimiento, y ya sí que va agradeciendo una sombrita. Hielos que se aguan, yonkilatas verdes como verde (y blanca) era una bufanda del Betis colgada en la terraza de una taberna andaluza. Por dar color o por solidaridad hispana. Quién sabe.
Deseo de cláxones
Decía Manuel Alcántara que el encanto está en las vísperas. Y en el madridismo, también en las horas previas. Así ha sido la tarde que quizá traiga la gloria y un campo en obras, lleno hasta donde se pueda, donde no rueda el balón. Donde se mezclará adrenalina, sudor, ronquera y pipas, quizá, en el merengue más tranquilo.
Hay un doble Madrid : el que lleva multitudes a Chamartín y el otro, donde los goles se cuentan por un grito de un vecino desde la comodidad de su casa. Los dos convivieron y conviven antes de que los cláxonnes, en un desiderativo, tomen la ciudad. De momento, Santiago promete 'bañito de madrugada" a los suyos. No aclara dónde ni con quién.
Arde Madrid, interesa que lo haga París. Una bengala pinta de azul y pólvora Marceliano Santa María.