CARTAS AL ALCALDE
Rastro
El Rastro es un sitio más bien ingobernable, y siempre prosperó bien en su floja salud de alto desorden, en su desvarío de zoco con biblioteca
No cerró el Rastro ni en la guerra civil, pero el coronavirus sí ha obligado a un cierre de ocho meses. Que se dice pronto. Tras mucho frenesí de burocracia, se ha vuelto a poner en pie el Rastro, pero sólo una mitad, porque así lo exige el momento adverso, y el acuerdo municipal. Hasta le ha puesto usted, alcalde, unos drones a la vigilancia de la zona, para que se cumpla el aforo, y se siga la seguridad, con lo que el Rastro abarca desde Azorín, que iba al sitio en gabán de vagamundo, hasta el dron del domingo, que es un ángel a motor que avisa de cualquier anomalía en la normativa. El Rastro es un sitio más bien ingobernable, y siempre prosperó bien en su floja salud de alto desorden, en su desvarío de zoco con biblioteca, en su coro de anticuarios que le vendían a los foráneos de monóculo un Zurbarán apócrifo. Hasta que ha venido el coronavirus, y no ha prosperado. Ahora está reabierto sólo en su mitad, y algo es algo, al fin, porque los vendedores no son sólo unos vendedores sino unos mantenedores del alma de la ciudad, que tiene una postal primera en la Ribera de Curtidores. No dirá uno nada, ni aquí ni en ningún sitio, que pidiera perjudicar a los vendedores del Rastro, pero me pasé el domingo por ahí, y el Rastro no es el Rastro, sinceramente. Quiero decir que más bien parece un ensayo de poca toldería para un día levantar de nuevo el Rastro de toda la vida, que a Ramón Gómez de la Serna, y a Umbral, le parecía un poco moro. El Rastro es un laberinto de la sorpresa, y ahora casi no hay laberinto. Sí quisiera recoger en esta esquina que hay algunos vendedores que se han quejado del rigor perimetral del domingo, que no permitía el acceso a zonas esenciales. Otros nos han traido la queja de que la seguridad se hacía tan cerrada que resultaba imposible que la clientela lograra acceso a ciertos mostradores, con lo que algunas tiendas abrieron para el propio confinamiento. Entiendo que todo esto se aliviará, para futuras jornadas inminentes. Tenemos el Rastro, de nuevo, pero el Rastro no está. Una mitad le falta, y la promiscuidad de los sagrados paseantes de oficio que van buscando un perchero de herraje y se compran un paraguas de Valle Inclán.