Cartas al alcalde
Burladero
El último bar en echar el cierre ha sido El Burladero, un garito de oro de la noche flamenca
El coronavirus va haciendo su exterminio silencioso en los bares, alcalde. Se inauguran hospitales y se les da la extremaunción a los bares, que son un servicio de urgencia, pero a su manera. El último bar en echar el cierre ha sido El Burladero, un garito de oro de la noche flamenca. El Burladero llevaba décadas en la calle Echegaray, entre dos antros soberbios del trasnoche, Cardamomo y La Boca del Lobo.
El Burladero era sitio más bien recoleto, con escalera torturada, donde se cruzaban las tribus del toro, y las tribus de la bulería, que a menudo son la misma tribu. Cabían en El Burladero muchas noches en una, no obstante, como todo gran sitio de trasnochadores del plan del riesgo. Se va apagando un último Madrid irrepetible. Este periódico dio hace poco un especial a propósito de la extinción del bar , esa institución hispánica, y aún no se había cerrado El Burladero, que ahora es un territorio de la memoria, y seguramente de la nostalgia. La calle Echegaray fue antaño una vía de trasnochadoras con tarifa y luego ha sido un nudo de hostales añejos y garitos raciales donde les sucedía la aurora a japonesas que se colocan con la rumba y a bailaores del Rastro que siempre tienen la noche pendiente, aunque la noche se acabe. El Burladero, La Boca del Lobo y Cardamomo, locales sucesivos, en la misma calle, abrían y cerraban una ruta infinita del recreo aflamencado y algo canalla de Madrid.
No vamos a recuperar estas opulencias, alcalde. Teníamos una noche memorable, y eterna, sin movernos de cuarenta metros de acera . Aún antes, ahí mismo, triunfaron Los Gabrieles, mítico local de murales fabulosos donde hacían cháchara y desmadre El Gallo, Antonio Molina, El Habichuela, o La Niña de los Peines, entre otros. En estas grutas, que son ya arqueología, por desgracia, los gitanos maqueados daban palmas para nadie, en una esquina, o se hablan entre ellos al oído, como pasándose susurradoramente un misterio o un presentimiento. Y las gitanas guapas, apócrifas o no, soltaban de pronto al baile la larga melena color relámpago, entre yanquis de asombro y turistas de extravío Se acabo que Camarón animara la zambra revuelta de las miradas.
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