Cartas al alcalde

El botellón

Hemos visto a un personal populoso que se ha echado a la calle con la mascarilla de sostén, ellas, y con un móvil para inmortalizar el carnaval prohibido, ellos

Un grupo de personas, en una de las calles de Malasaña, el primer día de la desescalada EFE

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Por Lavapiés, por Malasaña, se ha celebrado la inauguración del paseo de horario con una conga masiva, que incluyó botellón . O sea, varios botellones. O sea, el frasco colectivo, el show absurdo, y el cachondeíto coreográfico. Hemos visto a un personal populoso que se ha echado a la calle con la mascarilla de sostén, ellas, y con un móvil para inmortalizar el carnaval prohibido, ellos. Todo tendría su gracia, sólo que ahora no tiene ninguna gracia. Era gentío joven, que no sé yo qué uso exótico le dan al hidroalcohol , si es que el hidroalcohol lo conocen. Estas estampas de albedrío estarían bien, o pasables, si no tuviéramos los hospitales en hora punta y los muertos esperando turno de camposanto.

Bien, o pasables, si no grita el vecindario, claro. Pero resulta que estas imágenes son duras, y de escalofrío, porque avalan que con la salud sí se juega, mayormente con la salud de otros, porque tienes veintipocos años y el coronavirus piensa poco en ti. Que se joda el populacho, que es el resto. Este peatonaje de nula neurona se echó a la calle como si inaugurara el estío de Ibiza en la calle del Oso, y no como un ciudadano al loro al que le han concedido un voltio de oxigenación porque lo que está ocurriendo es un cautiverio. Y esas alegrías igual nos tuercen a modo los datos tímidos de que parece que al fin escampa algo el coronavirus.

El alegrón de estos zánganos es imperdonable, pero ellos también, y a esto iba, alcalde. El botellón es ya un asentamiento, en esos barrios, y en algunos otros, pero convendría que no fuera un asentamiento inevitable, porque una cosa es que Madrid no duerma , como proclama el lema promocional, y otra que Madrid no duerma de verdad, o sea, que el horario sea siempre una deshora desmadrada de vándalos. De modo que el vecindario, que es lo que hace ciudad, siempre, tiene que padecer, y vivir en desvelo, porque así lo prefieren otros. Esto es fácil de comprobar si en el fin de semana se arrima uno por las plazas de Lavapiés, o las de Malasaña. Madrid mola alegre. Pero la alegría es un pan de todos. Y a los de la infame conga a ver si les cae una multa memorable.

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