De Alicante a La Hiruela: «Nos encanta vivir aquí, pero deberíamos tener más ayudas»
Sandra, Rubén y sus hijas son la primera familia en mudarse a este rincón de la sierra desde que comenzara, el año pasado, el plan para revitalizar la zona
Sandra Gil y Rubén Pla vivían en Alicante cuando se enteraron de que el Ayuntamiento de La Hiruela iba a sacar a concurso la gestión de un nuevo hotel rural. Llevaban un tiempo pensando en mudarse a alguna de las zonas de la periferia madrileña, después de leer, en una entrevista con la alcaldesa de Madarcos, acerca del problema de la despoblación. «La verdad es que no es lo que habíamos pensado hacer», explica Sandra, pero les pareció una idea interesante y decidieron lanzarse. Poco después les llamó el alcalde, Ignacio Merino, para invitarles a ver el pueblo y comentar el proyecto. En enero hicieron las maletas y se vinieron a Madrid. Traían con ellos a sus dos hijas, de uno y tres años.
Son la primera familia en mudarse a La Hiruela desde que comenzara, el año pasado, la Estrategia para la revitalización de los municipios rurales de la Comunidad de Madrid . «La vida aquí nos encanta», asegura Sandra, «pero también tiene sus inconvenientes, y deberíamos tener más ayudas». En el pueblo no hay comercios, más allá del bar y del hotel, y para hacer la compra hay que desplazarse hasta San Sebastián de los Reyes y traer el cargamento de la semana. El doctor y la enfermera vienen una vez por semana (aunque cuentan con un helipuerto para las emergencias), y para llevar a las niñas al colegio, en Montejo, tienen que coger el coche porque la ruta escolar no pasa por la localidad.
Sandra cree que para atraer a la población lo más importante es dar facilidades a los emprendedores para hacer frente a los retos de vivir en esta situación. «El alquiler no es barato, teniendo en cuenta las dificultades», asegura. Las dos viviendas de alquiler joven que se pretende construir en el municipio no estarán terminadas hasta 2020, como muy pronto.
A La Hiruela llegan, los fines de semana, centenares de personas aficionadas al turismo rural . Por eso pueden mantenerse los bares y los hoteles, que en ocasiones se ven incluso obligados a negar el servicio por la falta de medios. Pero el resto de la semana apenas una veintena de vecinos se quedan en el pueblo, lo que hace insostenible cualquier negocio que dependa de unos ingresos más constantes.