Una aldea «salpicada» por la radiactividad: «¿Radia... qué? Aquí se cultiva el mejor maíz»

El Consejo Nuclear vigila el entorno de Gózquez de Abajo, aunque estima que «no existe riesgo significativo»

Los agricultores de Gózquez de Abajo trabajan en la recogida de maíz Fotos: De San Bernardo
Aitor Santos Moya

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En Gózquez de Abajo no hay lugar para postales. Las cuatro calles -y no en sentido metafórico- esconden un poso áspero, regado por el polvo blanquecino de los pocos vehículos que por ellas transitan. El asfalto queda lejos, a un kilómetro y medio aproximadamente, lugar donde la carretera M-301 que une Madrid con San Martín de la Vega (localidad a la que pertenece este pequeño núcleo urbano) deja paso a un camino repleto de baches y piedras. Es la puerta de entrada a lo que allí se entiende como «zona cero», una de las ocho zanjas de longitud y profundidad variables, conocidas como las Banquetas del Jarama, que el Consejo de Seguridad Nuclear (CSN) ha marcado dentro de su mapa de radiactividad «originada por actividades humanas».

Con los últimos rayos de sol del día, los terrenos «infinitos» de cultivo contrastan con la reducida sombra que apenas proyecta un puñado de árboles. «Aquí, si acaso, hay casas de labradores; el resto, solo viene a trabajar», sostiene un joven, antes de emprender el camino con su bicicleta. Una carcomida señal de prohibido circular a más de 100 kilómetros por hora marca la entrada a la aldea. Para alcanzar las primeras casas, es necesario cruzar un pequeño puente levantado sobre el Canal Real del Jarama . Salvando las zonas afectadas por instalaciones autorizadas, el regulador reveló la semana pasada que mantiene bajo vigilancia radiológica distintos emplazamientos, como este, aunque estima que en ellos «no existe riesgo significativo».

El anuncio no ha pasado desapercibido en la pedanía. Sus moradores prefieren mantenerse al margen, aunque son plenamente conscientes del «hallazgo» de Cesio-137 y Estroncio-90 en las banquetas. «Entiendo que es vuestro trabajo, pero no voy a decir nada», advierte un hombre, nada más abrir el portón de su casa y recordar primero que hemos interrumpido su siesta. Otros, prefieren no responder al timbre, a pesar de que los ruidos en las viviendas son más que evidentes.

Un ciclista transita junto al Canal del Jarama

Los agricultores, por su parte, se mueven entre el desconcierto y la resignación. «¿Radia... qué? Aquí tenemos el mejor maíz», relata uno de ellos, subido en un camión de siembra: «Si no es por mi mujer, que lo vio en televisión, ni me hubiera enterado». En la misma línea, Juan Pablo, supervisor en una de las empresas punteras de este cereal subraya que los campos de Gózquez de Abajo y alrededores son « una de las mejores tierras de la región para cultivo». «No había oído nada de los vertidos, pero este año está siendo uno de los mejores debido a que no ha hecho mucho calor», apostilla con cierta dosis de tristeza: «Es una zona muy rica donde se plantan patatas, nabos, ajos... y me da rabia que solo se hable de ella por este tipo de noticias».

Accidente de 1970

A bordo de un jeep, un operario del Ministerio de Medio Ambiente detiene la marcha para comentar el porqué de una «encrucijada» que se remonta casi medio siglo atrás. «Me sorprende que sea ahora cuando se hable de todo esto», subraya. El 7 de noviembre de 1970, una fuga de efluentes radiactivos en el antiguo Centro Nacional de Energía Nuclear Juan Vigón provocó que cerca de 80 litros de agua contaminada acabaran en las riberas de los ríos Manzanares, Jarama y Tajo. Aquel episodio, marcado por un vasto secretismo, está considerado como uno de los peores accidentes nucleares en la historia de España.

Los expertos coinciden en que dicho escape afectó a numerosos cultivos, sin que las autoridades de la época diesen cuenta del peligro desatado. En 1994, El País publicó un informe confidencial, fechado el 14 de enero de 1971, en el que se reconocían los elevados riesgos del vertido . «Impedir el consumo de los vegetales que crezcan en las parcelas contaminadas; impedir el riego con agua de los canales y ríos que contengan agua o fangos contaminados», advertía entonces la comisión de Seguridad del Centro Nuclear. Con detectores de radiactividad SPP-2, los técnicos llegaron a medir dosis en la vega del Jarama de 15.000 cuentas por segundo, cuando el límite habitual era entre 100 y 200 e, incluso, en una zona de Aranjuez se encontraron picos 75.000 veces superiores a lo permitido.

Entrada a la aldea de Gózquez de Abajo

Sin embargo, meses después de redactarse dicho escrito, la propia Junta de Energía Nuclear apuntaba a este periódico que «las aguas estaban libres de contaminación, mientras que los fangos de los canales, por su poder de absorción, no ofrecían peligro para el agua ni para los peces». Además, añadía que «aún siendo superior la cantidad de radiactividad registrada a lo considerado habitual, no ofrecía peligrosidad ni para las personas que transitaran por allí ni para aquellas que ingiriesen lo que allí se cultivaba». E incidía en que el hecho tardó meses en hacerse público «para tratar de evitar que se produjera una alarma tan inútil como injustificada entre la población».

Ahora, el CSN reconoce que, además de Gózquez de Abajo y el resto de banquetas señaladas -situadas, todas, en términos municipales de Madrid y Toledo-, existen otras cinco áreas sometidas a control: Palomares, en Cuevas de Almanzora (Almería); las Marismas de Mendaña, ubicadas en el estuario del río Tinto en Huelva, antes de su confluencia con el río Odiel; el paraje de El Hondón, en Cartagena (Murcia) y el embalse del Ebro, situado en la localidad de Flix (Tarragona).

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