Una acampada de un grupo de sin techo colma la paciencia de los vecinos de Malasaña
El asentamiento ilegal se suma a los problemas de reyertas, botellón, robos, suciedad y la «invasión» de las terrazas, denuncian los residentes del barrio
![Alberto posa con su tienda de campaña, en la plaza del Dos de Mayo](https://s2.abcstatics.com/media/espana/2020/02/20/sintecho-malasana-kmwB--1248x698@abc.jpg)
La semana pasada, Alberto despertó en un hospital. No recordaba cómo había acabado ahí, con varias lesiones que, al parecer, se había autoinfligido. Recogió sus pertenencias de la Policía Local de Alpedrete, entre ellas, una tienda de campaña , la única que adorna desde hace varios días la plaza del Dos de Mayo . Al improvisado asentamiento de este joven de 28 años se han unido otras personas sin hogar , que han hecho de la zona su morada. Una acampada que ha reflotado las quejas de los vecinos del barrio de Masalaña , quienes conviven con esta situación desde que tienen uso de razón.
«Ocupan el espacio público, un espacio de encuentro que es de todos», critica uno de los afectados, que reside en la misma plaza. Varios vecinos han alertado a la Policía por este grupo de sin techo (unas cuatro o cinco personas) que, dicen, se instaló hace un mes. Pero cuentan que los agentes no intervienen. Por su parte, algunos de los jóvenes que duermen a la intemperie reconocen que, a primera hora de la mañana, los policías les despiertan. «Nos dicen que tengamos todo limpio y que nos vayamos para que limpien la plaza», asegura una mujer francesa, de 22 años. Hace dos noches que su hogar es la plaza del Dos de Mayo y varios meses que vive en la calle. A su alrededor descansan sus posesiones y las de sus compañeros: cartones, bolsas con comida, mantas y sacos de dormir.
Pese a la inacción que denuncian los vecinos, el Ayuntamiento de Madrid tiene constancia de este «pequeño asentamiento desde hace un tiempo». «Su situación es supervisada periódicamente por el Samur Social», aseguran desde el Área de Seguridad y Emergencias del Consistorio que dirige José Luis Martínez-Almeida. No obstante, para los residentes del barrio no es más que la gota que colma el vaso, pues se suma a los «mendigos habituales», «alcohólicos» y «lateros», a las «broncas» y regulares botellones . «Hay peleas todos los días, beben y pasan droga», lamenta una camarera de uno de los bares sobre la plaza. Trabaja desde hace año y medio en el local y ya han tenido que vetar la entrada a los sin techo. «Una vez uno se cagó en el suelo del baño», cuenta; otra, le robaron su mochila mientras abría el establecimiento. «Roban a los clientes», asegura.
Muchos vecinos se marchan
A pocos metros, María Ángeles, que regenta el quiosco de la plaza desde hace cuatro décadas, confirma sus palabras. Uno de los laterales de su puesto está «podrido por las meadas». « Se quedan de fiesta hasta las 8 de la mañana ; beben, chillan y cantan», dice. Ella se los encuentra «a diario» —abre el negocio a las 7.30 horas— pero, al menos, ya no los tiene a las puertas de su casa. «Muchos vecinos se han ido porque no aguantan más», como hizo ella hace unos años, cuando abandonó un tercero frente a la plaza.
Pasado el mediodía, el lugar rebosa actividad. Varios patinadores comparten la plaza con jóvenes que beben y fuman marihuana, al son de la música, mientras los niños juegan en los columpios cercanos y los mayores descansan en los bancos. Varios carteles con el lema «SOS Malasaña» —la plataforma vecinal que lucha contra estos problemas— cuelgan en los balcones y algunos comercios, reflejo de un hartazgo que está consumiendo al barrio y que pasa factura a sus residentes.
Los «grupos conflictivos» no desaparecen. «Hacen pis y vomitan delante de los niños», afirma un vecino, que insiste en que este problema «lleva medio siglo»; él lo sufre desde hace 15 años. «Tienen todo destrozado», añade. De hecho, «el urinario siempre está roto». Ayer, a las dos de la tarde, un hombre utilizaba este baño público, con las puertas abiertas y sin ningún pudor. «Mean en la puerta, hacen de todo», traslada una joven, empleada en la panadería que inauguró su padre hace tres años. «El olor a pis es insoportable» , corrobora una clienta. «El otro día había dos fumando heroína y yo con el carrito de bebé», relata.
A ello hay que añadir «la invasión de las terrazas» , que para algunos no es un problema menor. Los locales colocan una docena de mesas, muchas más de las que están permitidas. «Hacen falta muchas más inspecciones», critica un vecino, «casi no se puede pasar por la acera». A partir del jueves y, en especial, durante el fin de semana, todo este «descontrol» empeora, así como en los días de verano.
Ajenos al malestar general, tres de los nuevos inquilinos de la plaza aguardan a que sus vidas den un vuelco. «Tenemos una etiqueta por vivir en la calle», lamenta la joven francesa. «Nosotros no somos nuestra situación social» , declara. Ellos no son el origen de los problemas que asuelan Malasaña, pero la mala suerte ha querido hoy que sean el foco de la quejas.
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