CUARENTA AÑOS DE CAMBIOS

Cosas que no se comían en 1977

A lo largo de las últimas cuatro décadas, la alimentación ha cambiado tanto que para recuperar la gastronomía de 1977 es necesario hoy acudir a un restaurante especializado en arqueología

Sobre de sopa de setas oriental, en un establecimiento de los denominados ecológicos ABC

JESÚS LILLO

En la variedad está el gusto y en la dispersión reside la pérdida de una identidad, también gastronómica , que España ha ido sacrificando en los últimos cuarenta años para incorporar a su dieta cotidiana una serie de alimentos y sustancias que en 1977 no pasaban de ser rarezas, cuando no ingredientes de un receta de cocina-ficción . Por una u otra razón, del poder adquisitivo del comensal a las redes de distribución, entonces muy primitivas, pasando por la inexistencia de un márketing que, ligado a la tecnología y a menudo a la farsa comercial, ha revolucionado los hábitos del consumo , en 1977 no se podían comer, o al menos encontrar en cualquier establecimiento, un montón de cosas que en 2017 se consideran, si no esenciales para la nutrición, distintivas de un modo de vida.

- No había bebidas light. El Tab de Coca-Cola, encargado de inaugurar el festival, llegó tiempo después, e iba dirigido a las mujeres, por entonces únicas víctimas de los complejos relacionados con la obesidad , hoy muy extendidos entre la población masculina.

- No había dim-sums. Ni gyozas, ni dumplings. Tampoco había restaurantes orientales que los sirvieran. En los chinos se comían cerdo agridulce y rollitos de primavera , bastante aparatosos. Tampoco había sushi, ni gente que llevara las raciones a domicilio en un vespino o a pedales.

- No había tinto de verano, al menos envasado. La mezcla se llamaba vino con Casera (o «valgas», de Valdepeñas y gaseosa, vulgarmente conocido como «vargas») y era muy popular entre los niños, que ejercitaban el paladar con una mezcla cuya proporción alcohólica aumentaba en función de su edad e inquietud.

- No había cerveza sin alcohol. La primera fue lanzada en 1976 por una compañía de Zaragoza. Un año después, pocos bares de España disponían de un artículo que el común de los mortales consideraba una excentricidad y un sinsentido, exclusivamente destinado a gente muy enferma o en trance de muerte.

- No había Pringles. Las patatas fritas solían venir sin masticar.

- No había cardamomo. Había, pero no se utilizaba para echárselo por encima a los combinados de ginebra, que entonces se servían en vasos de tubo , con cuatro hielos y, en el mejor de los casos, con una rodaja de limón. Este caso se puede hacer extensible a las decenas de condimentos, orientales o de la huerta española, que últimamente se añaden a los gintonics.

- No había linguini, ni toda esa variedad formal de pastas inspiradas en la gastronomía italiana que ofrecen los supermercados actuales. Macarrones, fideos gordos o finos, espaguetis y tallarines, en el mejor de los casos, eran suficientes.

- No había ketchup. Hasta 1981, MacDonalds no abrió su primer restaurante en España, lo que retrasó la extensión de un producto, exótico en 1977, para el que el consumidor nacional contaba con un precedente patrio que le solucionaba la papeleta, el tomate frito Orlando.

- No había pizzas congeladas. Los congeladores domésticos no estaban tan valorados ni sobredimensionados como en la actualidad, lo que reducía a la mínima expresión la gama de productos que se podían adquirir para conservar esas temperaturas. En las cámaras abundaban por entonces las bolsas de hielo . Tampoco era habitual el uso del microondas, complemento del congelador para los alimentos retractilados.

- No había embutido loncheado. El fiambre se pedía al peso y según las necesidades de cada cual en el mostrador correspondiente. Tampoco se podían consultar las calorías que aportaba cada salchichón.

- No había gazpacho de brick. Había tomate, pepino, ajo, aceite y pan para hacerlo en casa, y más tiempo para ponerse a batirlo.

- No había galletas Oreo. Casi veinte años, a contar desde 1977, tardaron en llegar estas chucherías a los mostradores de España, cuya Transición democrática comenzó entre bollería tradicional , tigretones y galletas maría, napolitanas, Príncipe y Chiquilín.

- No había queso Gouda curado, ni la centésima parte de los que sin grandes dificultades pueden encontrarse hoy en las áreas refrigeradas de los supermercados. Lo más exótico en 1977 era, para alternar con el manchego y las porciones de El Caserío, el queso de bola.

- No había vinagre de manzana, ni extraído de otra cosa que no fuera la uva y el vino. Para qué hablar del líquido popularmente conocido como aceto balsámico di Modena .

- No había leche sin lactosa, ni alimentos envasados sin gluten. Tampoco aparecía por ninguna parte el gluten en productos cuya naturaleza animal hacia inverosímil su contaminación con los cereales, práctica que es a la industria alimentaria lo más parecido a lo que hacen los narcotraficantes cuando cortan la coca.

- Lo más parecido eran los Conguitos, monumento a la incorrección política , rama racista, de una población que entonces llamaba negritos a los subsaharianos. Tampoco había boicots alimentarios. Todo era bueno para el convento.

- No había crema envasada de bogavante con cigalas. Las sopas eran de sobre, como la Rame, también por llegar en 1977, y bastante más humildes y discretas, sin pretensiones. Ave con fideos , estrellitas, letras y pare usted de contar.

- No había brócoli, ni tirabeques. Los pescaderos no conocían la tilapia y los de la carne aún no había descubierto el secreto del cerdo para subirle el precio al hallazgo.

- No había pan de hamburguesas. Circulaba el pan de molde , siempre con corteza. En cuanto al sésamo, un arcano, la cosa remitía al programa infantil de televisión en el que salía el Monstruo de las Galletas.

- No había leche de soja, ni de almendras, ni de otra cosa que no fueran vacas, ovejas o cabras . Como ahora, pero sin confundir a la gente.

- No había cerezas en enero, ni naranjas en agosto. Las cosas, cuando llegaban.

- No había yogures para aumentar la motilidad intestinal. Para esas cosas, que hoy se cuentan con una gracia ya estandarizada en los anuncios de televisión, había que ir a la farmacia y pedir una caja de supositorios.

- No había copos de cereales. Kellog's se instaló en España en 1978 para emprender una transición en los desayunos que sirvió para arrinconar a la tradicional tostada hasta los bares, refugio en el que sobrevive, ahora en doble versión, también integral.

- No había bebidas energéticas. Café , azúcar y cocacola, tomados a discreción, eran la base de la sobreestimulación personal.

- No había tomates Raf. Venían sin apellidos unos frutos cuyo linaje biotecnológico no hacía falta consultar para asegurarse cierta satisfacción.

- No había ibuprofeno. El público, menos informado y más sabio, tiraba de aspirinas y Okal cuando le dolía la cabeza.

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