La Transición Española
1980: el año en el que el pesimismo se disparó entre los españoles
La Transición fue un camino difícil y con altibajos. La confianza de los ciudadanos en la política tocó fondo aquel año
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El paso del tiempo tiende a simplificar los recuerdos, a moldearlos y a sintetizarlos en forma de rectas continuas pese a que no fueran tales. El recuerdo de la Transición no ha sido ajeno a esto. Con el paso del tiempo, cunde la sensación de que aquellos años fueron un proceso lineal de avance permanente, aunque no fue tal. Fue un camino culminado con éxito, pero un camino salpicado de acusados baches y jalonado de altibajos emocionales en la mente política colectiva.
Esos altibajos eran seguidos con atención por los protagonistas de aquel proceso político, de quienes tenían en sus manos la «máquina» de tejer el tránsito tras la liquidación de la Dictadura . Eran conscientes de que la Transición, a fin de cuentas, se acababa jugando a pie de calle, de que las dificultades y sobresaltos que salpicaron aquellos años -ruidos de sables, conatos de rebelión, terrorismo, grupúsculos involucionistas, crisis económica...- solo serían esquivables si la ciudadanía mantenía su fe y respaldo a esa democracia recién instalada.
De forma rotunda, los españoles contribuyeron decisivamente en esa dirección, pero tampoco faltaron los momentos en los que flaqueó la confianza colectiva o, cuando menos, los momentos en los que el pesimismo se instaló peligrosamente en la sociedad española .
Curiosamente, el optimismo fue mayor en los primeros años de la Transición que a mediados de la misma. Así, en 1979 eran mayoría los que valoraban con un aprobado la situación política de España . Durante la primera mitad de aquel año, tan solo un 18% de los españoles calificaban de mala o muy mala la situación política del país.
Conforme fue avanzando la Transición, ese optimismo fue a menos, hasta tocar suelo peligrosamente en 1980 . El terrorismo, las dificultades económicas y las zozobras políticas que rodeaban al Gobierno de Suárez minaron la confianza ciudadana de forma tan acusada que, en la primavera de 1980, el 37% de la sociedad española calificaba de mala o muy mala la situación política del país ; cuatro de cada diez solo le daban un «regular»; únicamente el 7,2% entendían que la situación política era «buena»; y como «muy buena» solo era calificada por un raquítico 0,3% de los encuestados.
Aquel pesimismo, en gran parte expresado también en forma de temor a pie de calle, se mantuvo hasta la primavera de 1981. La intentona golpista del 23F marcó un punto de inflexión. Ayudó a dar un impulso a la consolidación definitiva de la democracia e inauguró una etapa de mayor optimismo en las perspectivas políticas del país.