Validadores audiovisuales: una nueva profesión

Esta nueva figura ayudará a las personas con problemas de visión o sordera a poder disfrutar del cine o del teatro. La UVigo ofrece ya contenidos relacionados en su oferta educativa

Obra del Centro Dramático Galego con proyección de un holograma en lengua de signos CEDIDA

maría bremón

Santiago

El pasado 10 de mayo se celebró en la Universidad de Vigo una mesa redonda sobre 'Traducción multimedia, inclusión social y lectura fácil', con la participación de profesores y profesionales de la TVG y de RTVE, como prólogo a la I Semana de Accesibilidad Audiovisual prevista para el próximo otoño. La importancia de ambos eventos va más allá de un ámbito profesional específico.

De una parte, fundamental, se trata de una nueva apuesta de los organismos públicos y privados por la mejora de la accesibilidad audiovisual de colectivos afectados por problemas de visión y escucha, pero a la vez, abre un importante «nicho de mercado a discapacitados, que podrían trabajar como 'validadores audiovisuales'», según explica Lourdes Lorenzo, directora del Master de Traducción Multimedia de la UVigo. Se trata de «profesionales encargados de certificar la idoneidad y fiabilidad de las audio descripciones, subtitulaciones, etc», para las que puede encontrarse en la actualidad con personal cualificado entre los discapacitados.

Cada vez son más las personas que, sin llegar a ser formalmente discapacitadas, precisan de ayudas a la hora de consumir productos audiovisuales. Y en Galicia, sin ir más lejos, dado el rápido envejecimiento de la población, todavía más. Sin embargo, aunque la audio descripción se viene realizando desde hace tiempo en toda España —la ONCE dispone de un enorme repositorio de películas—, según la profesora Lorenzo, «aquí no se había hecho nada hasta ahora», de ahí que «estemos ante una experiencia piloto. Para realizarla, la Xunta convocó a diversos agentes culturales gallegos y nos pidió que le presentáramos proyectos relacionados con la inclusión audiovisual para seleccionar los más adecuados y solicitar entonces, la concesión de fondos europeos«. El campo de actuación es grande. Lourdes Lorenzo explica que »hace unos meses nos invitaron al Centro Dramático Gallego a ver una obra de teatro dotada de diversos recursos de accesibilidad: desde dos columnas, situadas ambos lados del escenario, se proyectaba la imagen de una intérprete de lengua de signos en holograma, que es mucho mejor que en persona porque los símbolos que traza los ve todo el teatro; sólo hay que apuntar con el móvil para que se active un código QR y aparezcan varias opciones, como la audio descripción, la subtitulación, etc... Cada cual elige lo que le conviene«.

Para preparar a estos futuros profesionales, la ONCE está formando a sus propios narradores, y en las universidades, dice Lorenzo, «estamos ofreciendo contenidos relacionados con la inclusión audiovisual dentro del Master de Traducción Multimedia, aunque de momento no existan estudios reglados».

Un derecho y un negocio

La labor del narrador audiovisual no es tan sencilla como en un principio pudiera parecer, ya que depende de su capacidad para describir la acción de la forma más discreta posible, sin interferir en el hilo del relato. Y, a veces, el resultado tampoco refleja el contenido de forma ágil y fiable. Por eso, para que una producción audiovisual pueda calificarse de «accesible», conviene contar con un sello de calidad, una garantía otorgada por estos validadores que certifiquen su idoneidad.

Y eso depende en parte del trabajo de adaptadores y traductores, «porque la traducción para doblaje es muy específica dentro del campo de la traducción audiovisual, puesto que la parte oral viene condicionada por la imagen», nos explica Patricia Franco, traductora de series tan veteranas como Anatomía de Grey, con más de 18 años en antena. «Hay que tener en cuenta, además, en inglés existen palabras como, por ejemplo, 'here' que puede significar 'toma', o 'aquí', y para que se entiendan bien hay que apoyarse en la imagen; explicarlo de forma que suene natural, adaptándose al modo de hablar de la gente de cada cultura».

Y es que las expresiones idiomáticas son las más delicadas de traducir y, por supuesto, de describir, apostilla Lourdes Lorenzo: «Si un personaje señala hacia una pared y asegura que se va a quedar en la estantería, lo que quiere decir es que se va a quedar para vestir santos, que es el dicho equivalente en español». Y eso tiene que «caber», coincidir, con el movimiento de boca de los personajes, explica el director y ajustador de doblaje Fernando de Luis, cosa nada fácil «porque el inglés es más conciso que el español y a veces tengo que darle mil vueltas a una frase cuando, por ejemplo, hay una palabra que empieza con una labial en primer plano, para no acabar hablando como los indios de las películas«.

Algo, según Patricia Franco, que se vuelve «más complicado en series especializadas, como las relacionadas con el mundo médico, es que en las conversaciones cotidianas de esos profesionales están llenas de sobreentendidos y a veces cuesta más adaptar estas charlas informales que las referidas a enfermedades identificables porque vienen de términos griegos o latinos». Y al narrador le sucede lo mismo: «Tiene que resumir«, afirma la profesora Lorenzo. «Llamarles placas a las radiografías, por ejemplo, o no le dará tiempo».

Por eso, remata la traductora Franco, «aunque en el audio, las descripciones los diálogos no suelen variar conviene trabajar siempre con guion e imagen». Otra cosa es la subtitulación para sordos, «que no tiene nada que ver con los subtítulos habituales». «A este tipo de subtítulos se les añaden indicaciones como: 'suena un timbre', mientras que en los subtítulos generales se abrevia mucho más; sólo son un apoyo, porque se presupone que el espectador ya conoce algo del idioma original».

De momento, la posibilidad de añadir recursos de accesibilidad a los productos audiovisuales, por rentable que parezca —se calcula que uno de cada seis europeos padece algún tipo de limitación—, es bastante desconocida. Y la futura profesión como validadores, también. «La Xunta puede colaborar, pero son las empresas las que tienen que valerse por sí mismas y aprovechar todo este potencial», opina Lourdes Lorenzo. Al fin y al cabo, la inclusión audiovisual no sólo es un derecho, sino también un negocio.

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