la semana
Qué ser de mayor
Tres estampas de la izquierda gallega estos días. Uno, el PSdeG: el partido de las primarias suspende las primarias en Ourense para nombrar directamente a Francisco Rodríguez como candidato en las próximas municipales. Dos, el BNG: la formación que lleva años vendiendo que es ... la única que defiende los intereses de Galicia en el Congreso se abstiene de votar en contra de unos presupuestos que su propia líder ha afirmado que suponen una discriminación a esta comunidad. Y tres, Podemos: los militantes discuten a escala autonómica si se disuelven o no en Sumar mientras el fundador de la organización critica a la cabeza de cartel que él mismo designó atribuyéndole implícitamente una actitud «miserable y cobarde» y un comportamiento «políticamente estúpido». Cada una de estas instantáneas es suficientemente elocuente en sí misma, pero observadas en conjunto revela además que el conjunto de ese espacio político sigue sin saber qué quiere ser de mayor.
Lleva tiempo siendo así. Por ejemplo, en «la casa de los líos». La dirección del PSdeG ha decidido que esta vez no, que en esta ocasión no conviene que la militancia pueda opinar y decidir si prefiere como cabeza de cartel en Ourense en las próximas municipales al líder provincial o a la secretaria de la agrupación local. El dedazo no disimula de ninguna forma la crisis interna en la que llevan tiempo ahogándose. En esa ciudad y en otras. También, por ejemplo, se ha evidenciado la fractura esta semana en Santiago con la dimisión de uno de los concejales socialistas. En todo caso, en la recuperación de Francisco Rodríguez podría irse algo más allá en la interpretación. Podría entenderse como una prueba piloto, comprobar si su candidatura funciona electoralmente tras quedar eximido en la Operación Pokemon. Lo cual, podría abrir la puerta a otros regresos en el futuro. Quizá el de José Ramón Gómez Besteiro. Eso, en realidad, explicaría la abulia de González Formoso. Ni siquiera quiso explicar estos días el expediente de suspensión de militancia abierto a un diputado autonómico –contra el que, por cierto, ya se ha pronunciado casi la mitad de su grupo en el Hórreo–. Se remitió a su secretario de organización. Él solo está para aplaudir a Pedro Sánchez. Y tal vez también para preparar el camino de retorno de Besteiro.
No es menos disparatada la estrategia bipolar del BNG. Critican en Galicia los presupuestos del Gobierno central – «no podemos admitir una nueva discriminación»–, pero a la hora de la verdad en Madrid no son capaces de votar en contra de esas cuentas. Se abstienen en las secciones relativas a las inversiones que castigan a la comunidad, pero se oponen en las secciones de Casa Real y Defensa. Lo cual vuelve a revelar que el Bloque ha subordinado su posición en el Congreso a lo que decidan Esquerra y Bildu desde Barcelona y San Sebastián, no a los intereses de esta comunidad. Y vuelve, además, a constatar su intrascendencia. Con quien se preocupa el PSOE de negociar es con el independentismo catalán y vasco. Con el soberanismo gallego ni aparenta siquiera abrir una vía de diálogo.
Tampoco Podemos. Esta organización está inmersa en una guerra civil. Una más. A escala nacional, con los reproches de Pablo Iglesias a la sucesora que él mismo designó. Y a escala autonómica, con unas primarias que replican esa misma disyuntiva: si la formación se disuelve en Sumar –con la posibilidad de que ello desdibuje sus postulados– o si Sumar no es más que una marca blanca –para aparentar una renovación que no es tal–.
En realidad, toda la izquierda gallega está en la misma tesitura. Siguen sin saber qué quieren ser de mayor. Los rupturistas enfangados en sus eternas discusiones bizantinas. Los nacionalistas ahogándose en el postureo de fingir que son lo que realmente no son. Y los socialistas sin siquiera saber si su presunto líder es simplemente es el testaferro político de otro.
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