Necrológica - Por Arturo Lezcano
La última batalla de Armando Xesta
En el periodismo subió a la cúspide casi tanto como en sus periplos internacionales
Aunque pocas veces reñida con la cronología, la muerte suele soplar por rachas, sin que obedezca a designio alguno. Hace unos meses fallecía Juan Ramón Díaz García, director de «La Voz de Galicia» durante largos años; ahora, desaparece Armando Xesta, quien fuera su subdirector en aquel dilatado período y, posteriormente, director adjunto.
Armando Xesta, periodista por encima de todo, permaneció durante la segunda mitad del pasado siglo en el puente de mando de dos de los diarios de mayor difusión de este país: «El Correo Español-El Pueblo Vasco» y «La Voz de Galicia». Puede afirmarse sin ponderación que estamos refiriéndonos a un destacado periodista de la época, a pie de teletipo, platinas, galeradas, linotipias, finalmente ordenadores y rotativa, cuando el periodismo brillaba incesantemente en las noches de la Galaxia Gutenberg, noches de acelerado trabajo contra reloj, con el combustible inseparable de las comidas rápidas, las nubes de tabaco y alcohol, pero en absoluto de bohemia, sin perjuicio de que los bohemios acudiesen al amor del fuego del crisol.
Armando —cuya adolescencia, por cierto, discurrió entre «la puerta del Atlántico» y la entonces llamada «plaza de soberanía», hoy «Ciudad autónoma» de Melilla— tuvo desde siempre una cierta propensión castrense, nunca uniformada. De ahí su gusto, sus vastos conocimientos de la Historia, sobre todo la militar así como su admirado despliegue de los ejércitos de plomo del coleccionismo ancestral, amén de la filatelia también aplicada a la historiografía, en el que alcanzó, sin duda, el rango de mariscal.
En fin, sería imposible intentar una síntesis, ni siquiera periodística, de toda una vida intransferible. Polifacético, imaginativo aunque racionalista, su personalidad resulta por completo coherente. En el mundo del periodismo lo fue todo y subió a la cúspide tanto, casi tanto, como en sus periplos internacionales, desde Cabo Cañaveral, camino de la Luna, hasta las Malvinas. Varias de esas experiencias envidiables las tradujo a una bibliografía de innegable interés cualitativo.
Armando Xesta no perdió en ninguna de sus empresas, salvo en la última, en la que se mantuvo firme hasta el final.
Si hubiese algún orden, tendría que irme yo antes, pues soy tres años mayor que él, mi primo carnal más próximo por la edad, por la profesión común y la larga convivencia.
A Armando seguiré viéndolo, mientras pueda, en pleno fragor gráfico, entre lusco e fusco.
Armando, tu memoria permanece.