lNVESTIGACIÓN DEL NAUFRAGIO DEL PESQUERO GALLEGO
El tercer superviviente del Pitanxo: «Samuel dice que no podría vivir no habiendo contado la verdad»
El marinero ghanés buscó la mirada de los otros supervivientes en el pasillo de la Audiencia, pero agacharon la cabeza
Ante el tribunal, Kwesi pidió explicar su relato antes de responder a las preguntas del juez y de las partes
Samuel Kwesi es la voz de los marineros hundidos con el Villa de Pitanxo, único superviviente de una tripulación de 24 personas, al margen del patrón del arrastrero y de su sobrino. Su relato sobre lo sucedido a bordo barco, contrario a ... la versión aportada por el capitán Juan Padín y la armadora Grupo Nores , puso patas arriba un caso que ahora se juzga en la Audiencia Nacional por una veintena de delitos de homicidio. Mientras las pesquisas avanzan y los detalles sobre las declaraciones de unos y otros empiezan a trascender, Samuel soporta la presión arropado por el pueblo de Marín y abrazado firmemente a sus convicciones. Lo que lo mantiene en pie, explica a ABC una de las personas más próximas al ghanés, es «hacer justicia, porque se siente en deuda con los fallecidos». «Él dice que no podría vivir no habiendo contado la verdad» señala Julio, amigo íntimo del marinero y uno de sus apoyos en tierra.
El peso de haber compartido balsa con seis de las víctimas del hundimiento explica que a su llegada a España Kwesi hubiese cambiado su versión sobre lo sucedido. Lo hizo nada más tocar suelo nacional. En un primer momento, y ante la presión de patrón y de la armadora, el marinero se plegó al relato oficial y aceptó que el barco se había ido a pique de forma repentina a causa de una parada del motor. Pero ya a bordo del Playa Menduíña II, el pesquero que los auxilió, Kwesi se sinceró y confesó a los marineros que esa no era la verdad del naufragio y que al llegar a España aclararía lo sucedido. Y así lo hizo. Su explicación sobre los últimos minutos del Pitanxo no solo coincide con la medición de las velocidades del buque en el momento del hundimiento, sino que casa con la situación en la que algunos de los cuerpos fueron rescatados, sin traje de supervivencia porque nadie, denuncia, dio la orden de ponérselos ni las tres pitadas de emergencia.
Samuel también contradice a Padín a la hora de señalar que toda la tripulación en bloque le rogó al capitán que soltase la captura para que el barco no se fuese a pique . El patrón lo niega y su sobrino también, pero uno de los marineros del Menduíña II reveló que Eduardo Rial le había confesado que su tío estaba mintiendo, pero que él lo encubriría hasta el final. «Samuel tiene una gratitud enorme por los integrantes del Menduíña, que no lo conocían pero que enseguida supieron leer la situación a través de las actitudes de unos y de otros y entendieron que la persona a arropar era Samuel, de ahí que estuvieran pendientes de él, intentando animarlo. Y ya luego, en el pueblo y entre la gente de mar no hay nadie que dude de la versión de Samuel. Capitanes, patrones, contramaestres... y ya no te digo marineros, que saben que la versión plausible es la de Samuel porque la otra no justifica el hundimiento» manifiesta Julio.
«Enfadado» con el Gobierno
Cuatro meses después de la peor tragedia marítima de la historia española de las últimas cuatro décadas, las familias de las víctimas siguen peleando para que un robot descienda al pecio y compruebe los fallos en la maquinaria del buque. Es la única forma, se casan de insistir, de saber lo que pasó realmente de cara a un juicio en el que tanto la armadora como el patrón se juegan mucho. La negativa del Gobierno español a activar este operativo —que una empresa noruega se ofreció a realizar de manera gratuita— molesta a Kwesi, que con su testimonio trata de dar respuestas a cada segundo transcurrido desde que el barco escoró. «Se acuerda cada día de lo que pasó y está perplejo porque teniendo medios y sabiendo lo importante que es bajar al barco, no se haga. Él dice que España es un país grande y se enfada porque sabe que es posible llegar al barco» trasladan quienes comparten con Samuel esta nueva realidad.
Son los mismos amigos que, una vez de regreso a Marín, acompañaron al ghanés de tanatorio en tanatorio en su afán por trasladarle su pésame a las familias de sus compañeros de travesía. Lo hizo «pese a la tristeza que le ocasionaba» y tuvo respuestas para todos. «Era importante para él y para esa gente. Nadie les esperaba y en cada uno de los casos, cuando lo vieron, las viudas, los hijos, los hermanos, las madres en el caso de los peruanos... se sintieron confortados» cuenta Julio, que compartió algunas de estas dolorosas conversaciones. El de Samuel fue el único rostro del Pitanxo que las familias de los muertos vieron en el momento de la despedida. Ni el patrón, ajeno a las leyes no escritas del mar, ni su sobrino, ni el armador les presentaron sus respetos. Tampoco volvieron a verse las caras Samuel y los otros dos supervivientes, que en ningún momento trataron de ponerse en contacto con él. Sí lo intentó de manera telefónica el Grupo Nores, pero fueron redirigidos al abogado del marinero.
Cara a cara
En el caso de Padín y Rial, el primer encuentro desde su regreso a Galicia se produjo hace dos semanas cuando los tres estaban citados en la Audiencia Nacional para declarar por lo sucedido. Padín como investigado, Rial y Kwesi como testigos. Y ahí, en el pasillo del tribunal madrileño, Samuel buscó su mirada. «Me contó que los miró pero que ellos no fueron capaces de levantar la cabeza, de cruzar la mirada con él. Saben que han dicho cosas que no son ciertas y que él lo sabe» aclara Julio. Sobre cómo se enfrentó el ghanés al trago de declarar ante el juez, su entorno recuerda los principios por los que se rige. «Los datos que hay apoyan solo una versión, y es la de Samuel, no la otra. Él se sintió cómodo, aunque era la primera vez que el estaba delante de un juez y le dijeron que podía declarar en inglés, en el idioma de su país o en español. Dijo que en español y pidió hacer un pequeño relato antes de empezar a responder las preguntas y eso le ayudó a asentarse. Él me dice que como tiene tan vívido en su mente lo que ocurrió, no le importa donde sea que esté, porque solo puede decir lo que ocurrió. De lo contrario, tendría que tener cuidado de no entrar en contradicciones» matiza Julio sabedor de que el relato de Samuel no ha variado desde que se decidió a contar lo sucedido.
La marea de aguas de Canadá era la primera vez de Samuel en el Villa de Pitanxo, la primera vez a la órdenes de Padín y la primera vez en Terranova. Pero el ghanés repetía con la armadora, con la que ya había faenado en otros pesqueros. «Él ha estado en otros barcos de la armadora Nores con otros capitanes y reconoce que hacían lo que tenían que hacer, simulacros, supervivencia... en el tiempo que el barco va desde puerto hasta el caladero, que pueden ser cinco o seis días. Él no va contra nadie» explican sus allegados desde Marín. Esos cursos, que Samuel tenía recientes, fueron los que en el momento de la verdad le ayudaron a salvar la vida, porque recordó que el agua no podía pasar de sus rodillas y optó por aguantar las embestidas del mar de pie en la balsa durante cinco largas horas. Iba en vaqueros, porque ninguno de sus compañeros llegó a ponerse el traje de supervivencia —solo Padín y Rial— y porque en cubierta tuvo que desprenderse del traje de aguas porque «estaba lleno de agua helada y era peor».
En medio de un proceso penal que se antoja largo y farragoso, y sin un tribunal competente por el momento, Samuel ha tenido que posponer el viaje a su país de origen para conocer a su quinto hijo . Un bebé por el que se embarcó en el Villa de Pitanxo y que vive junto a su madre y sus hermanos a distancia el duelo del pescador, que sorteó a la muerte una madrugada de febrero. De baja laboral, su círculo de amigos en Galicia confía en que sus «habilidades» le permitan buscarse la vida en tierra para mantener los fantasmas a raya. «Fue soldador, taxista en Ghana, habla español perfectamente y es un hombre polifacético, confiamos en ello» le desean.
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