José Luis Jiménez - Pazguato y fino

El síndrome del Palestino

Alfonso Rueda da el paso esperado, consciente de que de seguir como uno más de la intifada popular, cualquier hipotética aspiración futura podría verse reducida a un estéril voluntarismo

En política está todo inventado desde mucho antes de que las modas impusieran círculos morados y la transparencia fuese equivalente al tertulianismo televisado. La nueva política apenas se diferencia de la vieja en cambiar la americana por una camiseta raída o una imposible guisa de camarero de bar de suburbio. Y en ese libro no escrito figura que todo político que aspira a algo necesita un territorio que lo respalde, un aval cuantitativo y cualitativo, una tarjeta de presentación que permite ser tomado en serio. Lo contrario es lo más parecido a quedar «como un palestino», compuesto y sin tierra, lleno de derechos y buenas aspiraciones pero sin capacidad para cambiar nada.

Alfonso Rueda dio ayer el paso esperado, consciente de que de seguir como uno más de la intifada popular, cualquier hipotética aspiración futura podría verse reducida a un estéril voluntarismo. Su futuro, aún ligado como parece de manera estrecha al de Alberto Núñez Feijóo, encuentra desde ayer un camino propio, que no sé si diverge en dirección contraria pero al menos si se separa, probablemente para transitar en paralelo aunque con destinos finales aparentemente diferentes.

Su anuncio, un golpe encima de la mesa ante el que nadie osará plantear reparos por tratarse de quien es, pone fin a los movimientos soterrados que algunos dirigentes locales del PP pontevedrés estaban iniciando para aupar a Cores Tourís. La aparente indefinición de Rueda daba esperanzas a quien, ahora, se sabe huérfano de apoyos. Lo del secretario general no eran dudas ni recelos, sino simple manejo de tiempos y consultas. Quizás hasta Rueda lo tenía más claro de lo que nos parecía a muchos. Pero bien que lo disimuló.

La derecha gallega se introduce en una época de cambios profundos. Tres direcciones provinciales cambiaran de rostros y, tras el paso dado por Rueda, también la regional, con la única incógnita de si Feijóo repetirá en busca de una tercera mayoría absoluta. Nuevas caras para un nuevo tiempo, que deberá ir acompañado de un discurso fresco pero coherente con lo que representa el PP gallego históricamente, un proyecto mayoritario que sea capaz de sumar y no de excluir, porque para generar rechazos ya estará la izquierda radical, la alternativa real que emerge ante el rumbo errático del PSdeG. El tiempo de la generación de Feijóo parece que se va agotando, mientras se abren paso nuevos dirigentes de capacidad contrastada en política local y regional, la mejor demostración de que el partido puede tener relevos válidos. El desafío de las próximas autonómicas no podría ser más decisivo: o se garantiza un gobierno estable y sensato, o Galicia será otro laboratorio donde la izquierda que se odia pacte y reparta el pastel para gestionar de manera sectaria y clientelar. Para dar esa pelea (y todas las que quiera), Alfonso Rueda ya tiene territorio. Que otro haga de Arafat.

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