Luis Ojea - Cuaderno de viaje

Sensaciones de campaña

Sin siquiera tener que enfangarse, los populares van a lo suyo, proyectando imagen de ganadores

En un país como este poco acostumbrado al debate ideológico y en el que se expande como una epidemia la desafección política, las campañas electorales se dirimen por sensaciones más que por cualquier promesa que pueda formularse. Hay una serie de percepciones colectivas que van fraguándose de forma casi imperceptible al margen de la agenda oficial de mítines y que acaban por decidir el partido.

Una de esas ideas que va asentándose es que la batalla de PSOE, Marea y Ciudadanos no es tanto contra el PP como entre ellos mismos, por ver quien tiene más peso en unas eventuales negociaciones si juntos suman suficiente para llegar a la Moncloa. Y presos de esa realidad, en Galicia van de vodevil en vodevil. Resultaba esperpéntico ver esta semana a Sánchez en La Coruña hablar de regeneración al lado de un Besteiro investigado por cuatro delitos de corrupción urbanística y más ahora tras el último episodio del caso Garañón con lo que podría parecer un intento de chantaje a la juez para que se olvidase de la instrucción. Igual que es de sainete ver a Beiras transmutando en federalista en compañía del viejo comunismo. O como la marca blanca de la UPG trata de esconder en exóticos vídeos la desesperación de quien se sabe en peligro de extinción. O como el partido de Rivera, carente de un discurso propio en clave gallega, se enreda con su posición sobre la violencia de género. Sin siquiera tener que enfangarse, los populares van a lo suyo, proyectando imagen de ganadores. Feijóo visita mercadillos sin hacer ruido y Rajoy, tras confesar que le aburre hablar de otros candidatos, departe relajadamente sobre la pifia del Madrid en la Copa. Lo que podría preverse como una campaña durísima para ellos, se ha quedado en una competición consigo mismos por volver a conectar con los desencantados que desertaron de sus filas.

En este escenario, con una sociedad más escéptica que nunca y sin tiempo para invertir la tendencia, los partidos saben que los viejos modos de hacer política carecen de sentido y, quizás por eso, algunos, desesperados, acaban perpetrando una mal entendida americanización de sus campañas. Pero desafinar con Noelia o parodiar con una cabeza de cerdo a Hamlet no acerca al candidato al votante. Hacer el ridículo es solo eso. Aquí y en Wisconsin.

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