Juan Soto - El garabato del torreón
El Senado y el Consejo
El exterminio político de Romeu solo caber ser interpretado como castigo a su negativa a adoptar posiciones de adhesión inquebrantable a Leiceaga
Veníamos del Consejo Nacional del Movimento, aquella institución que ilustró admirablemente el alto nivel paradójico que llegó a alcanzar el franquismo en sus horas más inspiradas. Los lectores de más edad recordarán que aquélla Cámara Alta del antiguo régimen estaba integrada por una centena larga de consejeros (uno por provincia, más los cuarenta de Ayete, más otros varios cooptados en atención a sus méritos y servicios excepcionales) que un par de veces al año eran convocados para escuchar los consejos que les transmitía el aconsejado.
Con tal antecedente, presente todavía en la memoria de muchos españoles, llegamos a estar persuadidos de que cualquiera que fuera la versión de una Cámara Alta nunca podría aproximarse al grado de inanidad y desvergüenza conseguido por aquella corporación nutrida según criterios de estricta transversalidad: allí asentaron nalgas y cobraron sueldos desde generales victoriosos como Iniesta Cano, a ministros en ejercicio como Fraga, y jóvenes falangistas como Martín Villa, sin olvidar a algún periodista de probada desvergüenza, como Emilio Romero.
Si bien aseado en su fórmula de acceso, el Senado permanece fiel a su homólogo franquista en lo que se refiere a su inutilidad y a su exclusiva razón de ser como órgano de retribución de fidelidades y favores. La incorporación a sus escaños de los senadores correspondientes a la cuota autonómica —designados al margen de cualquier intervención democrática— convierte a estos abuelos de la patria en verdaderos epígonos de aquellos que les antecedieron en fidelidades e incompetencia.
Al respecto, los casos de Lugo y La Coruña resultan especialmente reveladores. El exterminio político de Méndez Romeu solo caber ser interpretado como castigo a su negativa a adoptar posiciones de adhesión inquebrantable hacia Leiceaga, satisfecho, al parecer, con el papel de enterrador de su partido en Galicia. Lo de Lugo es, si cabe, más indecoroso. La repesca de Rodríguez Pérez solo tiene una explicación. Inapelable y subterránea. Alguien que a lo largo de casi 40 años ha recorrido todo el escalafón orgánico e institucional del PP está en posesión, no hay duda, de secretos muy valiosos; es decir, de provechosa mercancía canjeable.