Lotería del Niño

Un día de Reyes de regalos y dinero: el Gordo deja dos millones en Rianxo

El segundo premio también se deja ver tímidamente en Galicia: Nigrán vendió dos décimos

La Administración número 1, en Taragoña, protagonista de un premio principal muy repartido

Celebración del premio en el bar «Cuatro Caminos» en Taragoña (Rianxo) MIGUEL MUÑIZ
Miguel Ruiz de Arcaute

Miguel Ruiz de Arcaute

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Dos millones de euros repartidos, supuestamente, entre vecinos del pueblo. Pero, ¿quiénes eran? Como suele ser habitual cada 22 de diciembre o 6 de enero, era la pregunta que sobrevolaba ayer en la parroquia coruñesa de Taragoña, en Rianxo. Cuando los niños de San Ildefonso cantaron el 57.342 , primer premio de la Lotería del Niño , los mensajes de whatsapp empezaron a circular a toda velocidad entre los teléfonos de la pequeña localidad. La Administración número 1 había vendido una serie del «gran número», pero nadie (o casi nadie) parecía tener la más mínima idea de quiénes podían haber sido los afortunados. O, al menos, hacían todo esfuerzo posible por disimularlo.

Una decena de cámaras se agolpaban al filo de las 14 horas a las puertas del establecimiento a la espera de que el dueño, que acababa de llegar para celebrar el afortunado acontecimiento, saliera para ofrecer el correspondiente parte de incidencias ante los medios. «Solo sé que son algunos décimos sueltos. Nada más. Ni idea de quiénes han podido ser», despachó el lotero, Manuel Ángel Sieira Pérez , que opera el negocio desde hace ya tres años junto a otra trabajadora, en apenas un minuto y medio. Y se fue directo al bar de al lado, el «Cuatro Caminos», a e scenificar la celebración entre vecinos, parroquianos y curiosos que hicieron las veces de agraciados a falta de los verdaderos, quienes a esa hora y durante toda la liturgia permanecieron en paradero desconocido.

Dentro, el júbilo y el regocijo, la alegría de que, de todos los rincones posibles, la suerte se hubiera posado sobre este pequeño núcleo de apenas 11.000 habitantes reinaba entre la multitud. Mayores, pequeños, todos parecían estar en un momento de ensueño, aunque a ninguno les hubiese tocado un solo euro . Mientras el lotero descorchaba la pertinente botella de cava, la dueña del bar sostuvo el clásico cartel de «primer premio» con el número a gran tamaño. Lo hizo alentada por los fotógrafos, que buscaban una estampa lo menos atípica posible, pero daba perfectamente la impresión de haber sido ella la encargada de haber repartido los décimos. De fondo, los gritos de alborozo completaban el cuadro. A decir verdad, casi que faltaron solo los chorros de espuma. Al menos a ojos de las cámaras.

Entre risas y un espléndido ambiente de buen humor, todos rememoraban el año 2003, cuando esa misma Administración de Lotería regó por primera vez de millones la localidad coruñesa. 120, nada menos . «Fue una maravilla. A mi no me tocó, pero indirectamente se benefició todo el pueblo. También nos alegramos por eso», decía Manuel Martínez, de 77 años, que contaba entonces con un negocio local de materiales de construcción cuyos ingresos se dispararon. Los vecinos acudieron en masa para hacer reformas, y de pronto muchas casas del pueblo tomaron un aspecto muy distinto y alejado del que tenían.

Motivo de orgullo

Bien lo recordaba Marimar, la hija de la lotera que administraba el establecimiento en aquel momento. «Fue una bomba. Uno de los momentos más memorables que se recuerdan por aquí. Ella lo vivió muy emocionada», evocaba. Para otros, lo ocurrido ayer era también «un motivo de orgullo que el pueblo sea conocido por algo más que por lo que lo ha sido últimamente». La funesta alusión a Diana Quer aún pesaba en el ambiente.

Poco más se podía extraer de esa pequeña celebración en la que nadie seguía sin saber nada de nadie. Solo una joven aseguraba haber visto a una conocida que había pasado con su coche por delante del bar y que, sin detenerse, pero sonriendo, le había hecho una señal como diciendo: «Ni soñéis con que me deje ver por allí, yo sigo».

El lotero, por su parte, recibía la noticia esperando «que sea un incentivo y una oportunidad para que nos conozca más gente». Confiaba, eso sí, en que alguno de los agraciados acabase pasando antes o después por el bar «para ponerle cara, al menos». Las manecillas del reloj marcaban las tres pasadas, y, en apenas media hora, el «Cuatro Caminos» había retomado poco a poco la normalidad en un Día de Reyes muy especial. Las cámaras de televisión se habían ido hacía ya tiempo.

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